Yo, como parece que nos ha pasado a muchas a juzgar por los temas del foro, hice un match con un tipo simpático en Tinder justo antes de que se declarara el estado de alarma. Durante el confinamiento, hablé con él todos los días, incluso con videollamadas que se alargaban horas por la conexión que había entre ambos.

Nunca había conocido tanto a alguien que no conocía en persona, se me hacía muy rara la experiencia… en circunstancias normales, una vez hago match en Tinder suelo quedar rápido con el sujeto en cuestión, porque por whatsapp pueden fingir, pero en vivo es más fácil descubrir si son gilipollas o no.

La cosa es que tenía miedo de que la relación de confianza que se había forjado entre nosotros fuera solo producto del aburrimiento. He leído a muchas compis contar cómo, una vez se relajaron las medidas del confinamiento y se podía salir a la calle, los tíos que tantísimo interés mostraban hacían bomba de humo. Pero no, mi tipo simpático siguió interesándose por mí día tras día y deseando que se levantara el estado de alarma para que pudiéramos vernos. Aún así nunca quise ilusionarme de más: siempre tuve en mente que solo nos conocíamos online, y que esa química que teníamos podría ser un simple espejismo.

Al final llegó el día en que por fin se podían hacer viajes interprovinciales, por lo que pude volver a mi piso de Madrid.  Quedamos esa misma noche y fui a esperarle al Metro, cagada por todas las cosas que podrían salir mal.

En lo primero que me fijé cuando por fin le distinguí subiendo las escaleras de la boca del Metro fue en su pelo despeinado, negro negrísimo. Las videollamadas o las fotos no hacían justicia a un color tan intenso. Me entraron los nervios y me quedé atontá como cuando era una adolescente, y eso que ya soy treintañera. Por suerte él suplió mi falta de reacción y se me acercó corriendo para abrazarme.

Ay Diosito, ese primer abrazo. Soy poco sentimental y no me gustan las cursilerías, pero sentir por primera vez que el tipo simpático estaba calentito y me tocaba sin pantallas de por medio fue hermoso. Ahí él y yo agarrados como dos ventosas humanas, en la salida del Metro bajo la luz de de las farolas de Madrid… Todo muy de película romántica-apocalíptica, pues tanto él como yo llevábamos mascarillas y no pudo besarme. De hecho, ni siquiera deberíamos habernos abrazado por temas de distancia de seguridad, pero la carne es débil y somos humanos.

Luego ya nos desinfectamos convenientemente y por fin me besó. Llevaba muchas semanas muerta de curiosidad por saber cómo sería besarle, y desde luego no tuve queja. Una cosa llevó a la otra y follamos como salvajes en mi casa, tanto que acabamos con la reserva de condones. Demasiadas ganas acumuladas, supongo.

No sé si la pandemia ha ayudado a que se hayan formado parejas más afines, por eso de que nos ha obligado a frenar un poco y conocernos en profundidad. En mi caso, al tipo simpático y a mí nos va muy bien; aunque sé que ahora mismo estamos en la etapa del encoñamiento y drogados por las endorfinas de tanto sexo.

Habrá que ver qué pasa en el futuro, pero quería compartir mi experiencia porque en el foro he leído muchas historias similares a la mía que salían mal, y yo misma tenía miedo a que me pasara a mí. Pero con esto pruebo que también hay finales (o comienzos, más bien) felices.

Saludos y cuidaos mucho.

Sarapa.