Le tengo muchísimo respeto a las drogas. Hasta hace poco pensaba que sólo consumían los drogadictos de Shoreditch en Londres o las actrices y actores de Hollywood en los Óscar.

Nunca pensé que alguien que se sentaba a mi lado en un restaurante pudiese ir al baño a meterse una raya o que mi jefe de departamento tomara cristal los sábados por la noche.

Les tengo tanto respeto que nunca había probado siquiera la marihuana. Mi primera vez ha sido ahora, con casi 35 años, y dudo que vuelva a tomarla a no ser que quiera viajar de nuevo por el universo mientras me da una hipotermia.

Os cuento lo que pasó. Una de mis mejores amigas se casa, y decidimos celebrar su despedida de soltera en Ámsterdam. Nos parecía la mezcla justa de fiesta y cultura, aunque que nadie os engañe, de lo segundo no hicimos nada.

marihuana primera vez

Como no estamos boyantes, nos alojamos en lo que parecía un hostal para adultos. Nada que ver con los alojamientos para mochileros que abundan por Europa, sino un hostal con baño privado, mobiliario bastante cuidado y sin tener que compartir habitación con 27 desconocidos a los que les huelen los pies y lo que no son los pies.

Al llegar, comprendimos el bajo precio: era un hostal para católicos, donde nos recibieron una pancarta con grandes letras rojas que decía “JESUSCHRIST” y muchos carteles en la pared que prohibían el acceso al hostal bebido, fumado o con cualquier droga en el cuerpo y más allá de las 12 de la noche.

¿Que qué se nos ocurrió ante tal insolencia? No hacer ni puñetero caso, claro. Y más aún: drogarnos dentro del hostal.

Después de tomarnos un muffin de marihuana marroquí cada una y dar tumbos por Ámsterdam mientras una veía cisnes imaginarios en los canales, otra cantaba El libro de la selva en bucle y otra robaba porciones de pizza, volvimos al hostal con una buena drogada encima.

marihuana primera vez

No sólo eso, sino que saludamos al encargado con un “God bless you motherfucker”, o algo similar. Una vez dentro y después de reírnos de un grupito de chavales que escuchaban pop religioso, decidimos que teníamos que drogarnos más para alcanzar la fe como aquellas personas.

Así que nos tomamos una muffin más cada una, lo cual acabó con casi una visita al hospital -una amiga decía muy convencida que se estaba muriendo- y, en mi caso, con un viaje astral en el que floté alrededor de Júpiter y Saturno y una fuerza desconocida me impedía abrir los ojos.

Tenía una sensación muy extraña en la piel, no distinguía si tenía mucho frío o mucho calor. La única amiga que no tomó nada para quedarse de guardiana me tocó y me echó cinco mantas encima. Al día siguiente me contó que tenía los pies y los labios morados.

Volvimos de Ámsterdam sanas y salvas y mi amiga se casó, pero mi viaje interestelar no mereció la gran potada del día siguiente. En serio, ¿cómo puede hacerse adicta la gente a estas mierdas? Donde esté un buen pedo a rebujito, que se quite todo lo demás.