Me acosté con mi compañero de piso. Parte II

La cama de Heidi, un vibrador y un champú de 30 euros

Ya he contado por aquí que me acosté con un chico con el que compartí piso hace unos años y que, bueno, la cosa salió bastante rana. Eso sí, quedamos como amigos, pero con unas idas y venidas que… mejor os lo cuento. 

Después de que me dijera que me veía como una madre en predisposición de echar un kiki, yo me quedé bastante pillada y traté de ser comprensiva, pero no kamikaze. Me di cuenta de que el chaval tenía problemas emocionales y que iba a “terapia”, así que tampoco podía culparlo, me quité de en medio unos días y cuando volví actué con normalidad. Él por su parte también me trataba con bastante normalidad y empezó a volcarse en su trabajo lo cual, teniendo en cuenta lo “pili y mili” que éramos, me acabó salpicando.

Este chico era representante de cosmética de alta gama para una empresa piramidal (uff, Samur) y, en ese alarde de fingir que nunca nos habíamos metido mano, le dio por intentar venderme un champú. 

A priori, suena inocente, me oyó decir que tenía problemas de dermatitis, así que me ofrece un champú de los suyos que es buenísimo y está hecho a base de una raíz de una planta endémica del corazón del Amazonas que solo conocen una tribu indígena y su empresa. Pruebo el champú, le digo “Esto no hace espuma” “¿Cómo que no hace espuma?” “No hace espuma”. En ese momento me mira con los ojos muy abiertos y me pregunta: “¿Tú… te lo has aplicado bien?” Le digo: “Mira, es un champú, no hace falta ser alquimista”.  ¡30 euros por un puñetero champú que no hacía espuma! Que se lo compre su prima.

También nos volcamos en la limpieza durante esa etapa. Era otra tarea antierótica en la que enfrascarnos sin riesgo a que surgiera una conversación incómoda. O eso creía yo. 

En su cuarto olía raro porque había mucha humedad… y mierda. Por recomendación mía, se dedicó a arreglar los armarios y empezó a salir una cantidad de trastos y basura ingente. En ello estaba, cuando del canapé de la cama sacó un maletín negro que yo di por hecho que sería un micrófono, porque el chico cantaba en un grupo. 

Un día, el misterioso maletín aparece en mi cuarto, así que le pregunto que por qué está ahí, a lo que contesta: “Es que yo esto me lo compré, pero… realmente no le doy uso y… fue por probar ¿eh? No pienses nada raro…” Yo lo miraba perpleja rezando para que no fuera otro champú pocho Glamourous Hair Black Edition o algo así. En mitad de la perorata me suelta:

“A ver, que he pensado en ti porque ya que se nos quedó el tema a medias y no estás saliendo con nadie… por si te quieres dar una alegría” (SOCORRO). Abre el maletín y saca UN VIBRADOR NEGRO CURVADO. Me dice: “Solo lo he usado una vez, pero vamos, tú por si acaso lávalo”. (ME MUERO). 

Pero mi parte favorita de esta historia llega ahora. A estas alturas habréis podido comprobar la clase de razonamientos lógicos que tenía este hombre unido a su impulsividad. Eso le llevó a arrastrarme a IKEA, porque haciendo la limpieza de marras se dio cuenta de que el canapé estaba MOHOSO y ahí almacenaba los productos que vendía (con razón me olía a champiñones y a vicks vaporub). Así que le pareció buena idea prescindir de otro canapé para no sucumbir a la tentación de acumular más roña y comprarse la típica cama que es como una litera, pero sin cama de abajo, dejando un hueco para poner un escritorio o lo que te plazca. Yo la bauticé “la cama de Heidi”.

Una vez montada la cama de Heidi (poca broma lo de sacar el canapé mohoso, las bolsas de basura de comunidad…) se sube, se tumba y dice que se nota raro, que eso no le convence, y que, además, es un coñazo para hacerla y no quiere comer techo. Así que más de una noche se quedaba dormido en el sofá-cama mientras la cama de Heidi cogía polvo. Al cabo de un par de meses decidió comprar otro canapé. Otra vez desmontar, tirar limpiar… uf.

Para entonces me di cuenta de que no valía la pena ofuscarse por nuestro encuentro fracasado, las burradas que me soltó y todas las conversaciones tensas que surgieron a raíz de ese incidente. Para entonces entendí que para él no había sido más que otra cama de Heidi.

 

Ele Mandarina