Siempre había oído hablar de los famosamente odiados grupos de WhatsApp de padres del colegio, esos grupos llenos de gente que no conoces, que pregunta por tareas, excursiones, disfraces y funciones de fin de curso. Pero no ha sido hasta este inicio de curso cuando lo he podido comprobar en carnes propias. Os pongo en contexto: mi niña tiene seis añitos, acaba de empezar la primaria y desde el primer día fui incluida en un grupo de WhatsApp llamado «Mamipapis fantásticos de 1ºA». «Ingenioso y ridículo, empezamos mal», pensé.
Esa tarde el móvil no paró de sonar. Estaban todos presentándose y diciendo quién era su niño. Un absurdo si lo piensas bien, porque en esos momentos aún no le pones cara a nadie y te da igual si Charito es madre de María o de Teresa, o si Javier es papá de Carla o Mario. Pero bueno, como no quise ser antipática, me presenté como todos los demás.
Una madre propuso que los que pudiéramos nos viéramos a la salida del cole al día siguiente, en la esquina de la calle, para así conocernos y saber quién era quién. Así que allí nos encontramos. La mayoría era gente normal y, aunque eran agradables, aparentaban tener tantas ganas de acabar con la reunión social como yo. Pero luego había un pequeño grupo que parecía conocerse de antes. Estaban todos juntos y charlaban animadamente.
Aquello se suponía que iba a ser cosa de diez minutos, pero una de las madres del grupito en cuestión tomó la palabra y propuso ir al parque de al lado para charlar mientras los niños jugaban un rato. La mayoría nos quedamos callados, supongo que intentando elaborar alguna excusa, pero otras madres del mismo grupo secundaron la propuesta rápidamente. Hubo un par de parejas que dijeron que tenían que irse y se llevaron una acusadora mirada de reproche por parte de los que no encontramos excusa a tiempo.
Media hora después estábamos en la cafetería del parque manteniendo conversaciones irrelevantes mientras los niños jugaban. La que más hablaba, con diferencia, era la instigadora del plan, y cada vez que daba su opinión sobre algo parecía que se convirtiese en ley, cosa que me tocaba bastante la moral. No veía el momento de largarme de allí. No me malinterpretéis, me encanta que mi hija socialice con los niños de su clase, pero no entiendo por qué eso supone que yo también esté obligada a hacer quedadas grupales con sus padres. Pero bueno, solo iba a ser una vez, se suponía.
Fue un error presuponer eso por mi parte. Ahora todos los viernes a las 13:00, al salir del cole, me veo arrastrada a esa cafetería del parque. Llevo dos meses así. Juro que esa horita que paso allí es la peor de toda la semana. Los padres se han ido dispersando, a excepción del grupito que ya se conocía de antes, pero mi hija se ha hecho amiguísima de sus hijas y cada vez que intento escabullirme del plan mi niña insiste, ellas insisten y yo acabo cediendo. Camino al parque como si me estuvieran arrastrando al séptimo círculo del infierno y pongo mi mejor cara para que no noten que me caen fatal. Pensaréis que soy una antipática, pero si las conocieseis también os caerían mal, os lo prometo.
Son cinco madres y entre ellas hay como una especie de jerarquía interna. La mamá «abeja reina» es la que lidera el cotarro, pero de una manera tan descarada que resulta ridículo. Incluso decide en qué casa quedan los niños si quieren jugar juntos el fin de semana, aunque no sea en la suya. Por suerte, ahí estuve rápida y no he dado opciones a que vengan a la mía: he dicho que tengo un perro enorme que no se lleva bien con los niños (cosa que es cierta, en parte) y que mi casa estaba vetada. Creo que al abejorro insoportable le sentó mal, cosa que me generó un poco de satisfacción, si os soy sincera.
Sólo hay una madre con la que entro en sintonía, básicamente porque descubrimos que a las dos nos cae mal el grupito de «mamis maravillosas» y que sólo estamos allí para contentar a nuestras hijas. Así que cada viernes nos miramos compasivas la una a la otra y nos encaminamos a la hora infernal de la semana, mientras pensamos que un día más es un día menos para que acabe el curso. Quién me iba a mí a decir que iba a llevar peor el colegio a mi edad que cuando era niña.
Escrito por Carol M., basado en una historia real anónima.