Me enamoré de mi compañero de piso y esto fue lo que pasó

 

La culpa de todo fue de la crisis y de la precariedad laboral.

De haber tenido empleos decentes y bien remunerados, mi mejor amiga y yo no nos habríamos visto en la obligación de poner en alquiler la habitación que nos sobraba.

Culpo a los contratos basura de la flacidez de mis piernas, aunque la verdad es que no usábamos la elíptica y la bicicleta estática que teníamos en ese cuarto desde hacía mucho.

Y el dinerillo que sacamos por ellas nos vino de lujo.

Pero, con eso y todo, los culpo. Y los culpo también de haber perdido el uso exclusivo del baño del pasillo.

Odio compartir baño.

Y, por encima de todo lo demás, culpo a nuestras mininóminas de una de mis peores cagadas.

Porque tuvimos que vaciar aquella habitación, alquilarla y, como consecuencia… me enamoré de mi compañero de piso.

Me enamoré de mi compañero de piso y esto fue lo que pasó
Imagen de Rodnae Productions en Pexels

Bueno, quizá deba aprovechar también para culpar a mi amiga de esto último.

Fue ella la que se empeñó en hacer un casting en vez de una selección madura y responsable basada en datos objetivos.

Así que, una semana después de poner los anuncios, y tras un buen montón de entrevistas que darían para su propia serie de HBO, encontramos al candidato perfecto.

Era el más guapo de todos, con diferencia. El resto a la salida de mi amiga le daba igual y como ella era la arrendataria original, pues le dejé hacer.

No tuvo nada que ver el hecho de que me quedé sentada en un charquito cuando entró en el salón para la entrevista.

En un giro no tan dramático de los acontecimientos, mi compañera perdió el interés en el chaval en cuestión prácticamente de horas. En cambio, yo… me colé por él en el mismo intervalo de tiempo. O incluso menos.

Me enamoré de mi compañero de piso y esto fue lo que pasó

Joder, es que además de ser guapo que te mueres, era como supermisterioso.

Apenas se relacionaba con nosotras. Lo único que sabíamos de él, aparte de lo bien que le sentaban los vaqueros, era que trabajaba en un colegio cercano.

No comía en casa, nunca cenaba con nosotras. No pisaba el salón. Pasaba por la cocina lo justo para pillar algo y llevárselo a su dormitorio.

Eso sí, ni un pelo dejaba en el baño y jamás me encontré con la tapa levantada o una gotita impertinente.

¿Cómo no me iba a enamorar?

Si es que, además, debía de ser un portento en la cama.

Portentoso y discreto, pues colaba a las tías en su cuarto sin que nos diésemos cuenta. Nos enterábamos porque las paredes de nuestro piso son de papel y, aunque a él ni siquiera le escuchábamos susurrar, a ellas… madre mía. Qué gemidos, qué alaridos.

¡Qué puta envidia!

Yo también quería probar esa cama. No por la cama en sí, habíamos comprado un somier de lamas barato y un colchón más barato aún.

Lo que yo quería era probarla con su morador dentro.

Quería acostarme con él, sí.

Pero ojalá se tratase solo de sexo, y no de que me estaba enamorando de mi compañero de piso como una adolescente hormonada.

Lo que sentía por él empezaba a rozar la obsesión, lo tenía en la cabeza todo el día. En las bragas toda la noche.

De modo que empecé mi campaña.

Me aprendí sus horarios. ‘Coincidíamos’ a menudo en la cocina durante sus breves incursiones a la nevera. Aprovechaba nuestras conversaciones de ascensor para sonsacarle datos sobre sus aficiones e intereses.

Mi constancia y tesón dieron sus frutos: empezó a buscarme él para charlar. Para fumar en el balcón. Para ver una peli que le habían recomendado.

Y yo estaba flipando muy fuerte porque no es que hubiese pillado confianza y se estuviese abriendo. El tío seguía pasando de mi amiga, parecía obvio que nunca iban a ser amigos, en realidad.

Se estaba abriendo a mí. A MÍ.

Con cada mirada que compartíamos más segura estaba de que le molaba.

Me enamoré de mi compañero de piso y esto fue lo que pasó

Y yo tenía miedo a que me rechazase, a que no quisiese implicarse emocionalmente con su compañera de piso. Temía también que la cosa saliese mal y la convivencia se hiciera imposible.

Pero mi enamoramiento era más fuerte que todo lo demás.

Prefería intentarlo y asumir las consecuencias que arrepentirme de no haberlo hecho.

Por lo que tocaba pasar a la acción.

Sabía más que de sobra que los sábados salía a correr en torno a las nueve de la mañana y que estaba de vuelta sobre las diez.

Le escuché salir, me metí en ‘nuestro’ baño, me depilé a tope, me lavé los dientes tres veces, me duché y me quedé esperándole, envuelta en la toalla.

Tal y como ya sabía, no tardé en escucharle entrar en casa, luego en su cuarto y, finalmente, en el baño en el que yo le esperaba cubierta solo por mi toalla más pequeña.

La cual, oh, se me cayó en cuanto abrió la puerta.

Ya lo sé, mis métodos fueron más que cuestionables.

No obstante… fueron igual de efectivos.

Echamos un polvo épico sin llegar a mediar palabra.

Me enamoré de mi compañero de piso y esto fue lo que pasó

 

No hablamos hasta el día siguiente.

Me dijo que debíamos aclarar si aquel era un episodio único o si estábamos empezando algo. Que yo le gustaba, pero que no quería complicarse la vida ni joder mi amistad con nuestra otra compañera de piso.

 

Y yo en plan: tío, no te quiero presionar, pero lo mío es amor puro e incondicional.

Y él: vale, de verdad que me gustas, pero vayamos poco a poco.

 

Decía que fuésemos poco a poco, sin embargo, su actitud no era la de alguien que quiere ir despacio.

Empezó a pasar más tiempo en casa. A acompañarme cuando salía a hacer la compra o a pasear.

Se metía en mi cama, se quedaba a dormir conmigo…

Y yo empecé a agobiarme.

Follábamos mucho y bien, pero todo lo demás… me sobraba.

¿Qué mierda de enamoramiento era ese?

¿Por qué no estaba feliz de la vida?

Pues porque no me enamoré de mi compañero de piso.

Simplemente me encapriché.

Y como soy igual de bruta para lo bueno que para lo malo, no me demoré demasiado en hacérselo saber.

A ver, quizá lo nuestro no era amor, pero por mí podía seguir siendo sexo.

O podíamos prescindir del sexo y seguir siendo amigos, si lo prefería.

Ninguno de los escenarios que me había planteado antes de lanzarme se parecía a lo que ocurrió en la realidad, por lo que no estaba preparada para su reacción.

El chico no se lo tomó nada bien, francamente.

De hecho, si la oferta inmobiliaria no estuviera tan jodida, supongo que se habría ido ya hace tiempo.

Pero, como él no encuentra nada por lo que nos paga a nosotras ni a nosotras nos importa lo más mínimo que no nos dirija la palabra ni que se pase las noches chuscando como un animal en celo con media ciudad y parte de los alrededores, pues… todo correcto.

Ahora bien, una para aprender.

La próxima vez que crea que estoy enamorada, me aseguraré primero de no estar confundiendo amor con tener la hormona revolucionada.  

 

Anónimo

 

 

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