Este año, está siendo el año de mis primeras veces. Algunas buenas, otras malas y otras que… mejor no pensarlo. La semana pasada, mientras salía tan tranquila del coche, un coche que pasaba por mi lado gritó un alto y claro:

 

¡GORDAAA!

 

Sí. Así en mayúsculas y con todo su énfasis. Me quedé en shock y sinceramente no recuerdo cual fue mi primera reacción. Por desgracia, recuerdo demasiado bien lo que sentí.

Las lágrimas brotaron de mis ojos sin darme cuenta, me sentí impotente, insegura… Como una mierda. Me puse la chaqueta rápido, tratando de esconderme y tapar mis llorosos ojos.

Intenté ocultar todo lo que sentía durante un rato, hasta que ya en la intimidad de casa exploté. Una palabra, puede significar mucho y más si tiene un estigma tan grande como esta nunca mejor dicho.

Mentiría si dijese que no me afectó, que sentí muchísima rabia y que me quedé con las ganas de gritarles cuatro sandeces y quedarme a gusto. Pase el resto del día de bajón y el día siguiente también.

Pero ¿sabéis que? Sí. Estoy GORDA y no, no siempre me siento a gusto con mi cuerpo. Hay días que lo odio y me encierro en mi misma, otros días que el odio es menor. Hay días que me siento especial y otros que mi inseguridad puede conmigo. Es algo que estoy trabajando. Una vez más, remarco la importancia de que nos queramos con nuestras cosas buenas y malas, nuestras debilidades, nuestros progresos y caídas. Todo forma parte de nosotras. Amemos nuestro cuerpo, con sus cicatrices, sus michelines, imperfecciones.

Muchas veces os hemos hablado de la aceptación de nosotras mismas, de querernos sin importar como seamos. Valemos más que un simple número, un adjetivo o una opinión. MUCHO MÁS. Sí, también en mayúsculas, porque da igual nuestro aspecto, nos debemos a nosotras mismas, a nuestro amor propio.