El mayor tierra trágame de mi vida, os juro que pocas veces he vivido algo TAN incómodo, pocas veces he tenido la necesidad de tirarme de un maldito coche en marcha. 

Me hizo ghosting hace tres meses y me lo he encontrado en el blablacar. Os cuento bien.

Este verano conocí a un chaval que había venido a Madrid a hacer un curso de cocina de un mes, hicimos match, hablamos un par de horas por Tinder y quedamos para conocernos ese mismo día; Madrid en verano no tiene tanto que ofrecer, casi no hay nadie por la zona y las noches de veranito hacen que te apetezca una cerveza tonta en una terraza del centro. La cita fue increíble, de estas que llegas a casa sonriendo y pensando ‘¿esto acaba de pasar en serio?’

Y eso que no hicimos nada eh, se quedo todo en conversación interesante con muchas risas de por medio, la tarde siguiente volvimos a quedar, nos liamos como adolescentes en una comedia romántica, quedamos un tercer día consecutivo y ahí sí que nos acostamos. No fue el mejor polvo de nuestra vida, ni mucho menos, pero tampoco fue un completo desastre. También os digo, estuvimos mejorando la técnica durante días. Exactamente 21, 21 días seguidos que quedamos sin parar. ¿Nos creemos Samanta Villar? Es posible.

Básicamente eran los días que le quedaban en Madrid y luego se piraba a su tierra. Fueron tres semanas, pero qué tres semanas más intensas. Fuimos al autocine, a la Warner, al pantano, nos bebimos más cervezas que grados había en calle, parecimos una película adolescente en las que te quieres quedar a vivir. Quizá era eso de saber que se acababa, que se volvía al sur, que ya no volveríamos a encontrarnos en la misma situación pronto… No sé qué era, pero fue increíble.

Pasaron los días, se fue y… bueno, llamadme loca, pero me esperaba seguir hablando con él por whatsapp aunque fuera unos días. No esperaba (ni de puta coña) que conforme se pirase se acabaría la relación de golpe, no esperaba que me bloqueara de WhatsApp, no esperaba que me dejara de seguir en insta y que se lo pusiera privado, no me lo esperaba de verdad. Pero bueno, me crucé con un artículo de vuestra web que te daba consejos para superar el Ghosting y de hecho supongo que por eso os escribo, es como que os debo dar al menos las gracias.

Lo manejé lo mejor que supe y pude, estuve varios días muy jodida, sin entender nada, sin entender qué había hecho mal. Pasaron los días y dejé de preguntarme mierda, entendí que que una persona fuera una inmadura emocional con carencias afectivas no tenía nada que ver conmigo, que si se había querido esfumar así que le aprovechara, yo me quedaba con la experiencia de un mes de verano estupendo y la certeza de que llevaría más cuidado antes de volver a entregarme de esa manera.

Pues bueno, pasado todo este drama, este fin de semana tenía una boda en el sur de una amiga que conocí en el Erasmus, me pillé un blablacar y como podréis imaginar… ¿adivináis quién viajaba también en el mismo coche? Pocas veces en la vida he vivido una situación TAN incómoda, de hecho es que creo que es mi top 1 sin lugar a dudas.

Al principio los dos fingimos aparente normalidad, nos dimos dos besos, nos saludamos, ‘¿qué tal? ¿cómo estás?’. Nos preguntan si nos conocemos, confirmamos y la tercera chica que viajaba con nosotros nos pregunta que de qué. Él se adelanta a decir que del curso de cocina, de verano y yo me quedo súper mosca. Me dicen que ellos se sientan detrás, que me ponga yo de copilota y por el retrovisor veo que ella de la mano, que se tratan con MUCHA confianza y entiendo que es su novia.

Y bueno, que el universo me perdone, pero se vino la tortura que el hijo de su santísima madre se merecía. Empiezo a preguntarles de qué se conocen, cuánto llevan juntos, si viven en Madrid y me confirma la chica todo. Llevan cuatro años, viven juntos, ella se baja en verano a hacer la temporada en hoteles de costa, él se queda solo y bueno, el chaval también se hace su temporada en Madrid… Ay, Ayuso, eso de no encontrarte con los ex… Qué poco habrás paseado por Madrid, querida.

Pues nada, después de llevar un rato, paramos en la gasolinera, bajamos, voy al baño y el pavo me viene detrás, me aparta y me pide que pare, que deje de jugar con él, que pare de hacer preguntas, que me estoy pasando… Ay amigo, qué lejos está Andalucía de Madrid, eh. Le digo que no se preocupe, que ya paro. Voy hacia su novia que estaba en la cola para pillarse algo de picar y se lo cuento todo. La chica duda, no me cree, me pregunta que por qué no lo he dicho nada más verlos, le digo que quería asegurarme de que estaban juntos cuando nosotros tuvimos algo. Sale el dragón a jugar.

Lejos de lo que se supone que nos han enseñado que pasa, la chica EN NINGÚN MOMENTO se mete conmigo, me pone en duda, me insulta o algo remotamente parecido. Va hecha una fiera a su novio a pedirle explicaciones, el pavo viene a mí y me dice que no tengo ni puta idea de lo que acabo de hacer, que soy una hija de puta, que he roto lo más importante de su vida, que soy una resentida de mierda y que nunca voy a encontrar a nadie que me aguante porque soy una amargada.

La chavala lo aparta de mí (estaba sobrepasando la barrera de la distancia social permitida), lo manda a la mierda, me coge la mano, me lleva al coche, abre el maletero saca las maletas del pavo y le dice que al coche no monta. A todo esto el señor que conducía el coche empieza a FLIPAR porque no entiende NADA. Se lo explico en una frase, pone cara de ‘no me lo puedo creer’, el hijo de fruta pilla su maleta y se va super indignado cerrando el caso con un ‘te arrepentirás de esto’. 

Seguimos nuestro viaje sin él, la chica se rompe en cuanto llevamos 15 minutos en carretera, se pone a llorar como una loca, el señor conductor (tenía unos 50), no regala un discurso sobre el amor propio, las relaciones sanas y la importancia de ponerse a uno mismo por delante de cualquiera que nos deja en silencio. La chica sigue llorando, la veo por el retrovisor escribir por whatsapp sin descanso, después empieza a hacerme preguntas, yo le cuento todo, ella me cuenta cómo era él, desde cuándo están juntos y que a ver qué hace ahora. Llegamos a la conclusión de que no es momento de tomar decisiones, que está todo demasiado caliente y reciente. Me pide el número de teléfono, se queda dormida, llegamos a Sevilla, nos abrazamos los tres (el conductor, ella y yo), nos despedimos y cada uno sigue su camino.

No me ha vuelto a escribir, ni ella ni él. Solo espero que siga su camino y sea consciente de todo lo que vale, que sea fuerte para salir de ahí y que la rodee gente que la quiera muchísimo para mantenerse fuerte. 

A todas las mujeres que han pasado por algo parecido: somos aliadas, no enemigas. No os creáis lo que sale en las pelis, en situaciones así la culpa no la tiene la otra, la tiene él.

 

Anónimo

 

Envía tus movidas a [email protected]