Soy enóloga y he estado viviendo en Mendoza, Argentina por trabajo. He aprendido muchísimo sobre los caldos argentinos y la forma tan peculiar que tiene su gente de vivir la vida, y sobre todo el fútbol, he sentido la pasión que emanaban por los poros al ganar un mundial.  Vivía en una pequeña casita cerca de la finca y durante estos dos años he tenido algún que otro romance esporádico, nada serio, ni nadie que me haya vuelto loca como para decir ya, definitivo me quedo en el país y lo dejo todo. 

Era consciente de que mi regreso tenía fecha escrita en el billete de avión que guardaba junto al pasaporte y mi documentación. Así que me dediqué a trabajar duro y absorber toda la cantidad de información posible para cuando regresara a mi Huelva querida, y aportar en el negocio familiar todo lo aprendido. 

El tiempo pasó y regresé a casa, pero es jodido, yo me fui y perdí bastante contacto con mis amigas de toda la vida, podría jurar que es como cuando muere alguien. El cuerpo se queda entre cuatro paredes y la gente se marcha a sus casas. Con el paso de los días retoman sus actividades sin contar con esa persona, pues esa es la sensación que tuve al volver. La de haber estado muerta. Aunque yo tenía mi vida, trabajaba, me divertía y tal, pero de nuevo en Rociana, el pueblo donde nací la verdad me costó un poco volver a la rutina. 

Cuando llamaba a mis amigas para comer o tomar un café, ellas tenían otras prioridades hogareñas y familiares, así que nada, yo sola cogí el coche y me bajé a Mazagón. Ahí conocí a Alberto un chico que no era guapísimo, así como para volverse loca, pero tenía una labia, una forma de hablar que me cayó genial, así que fuimos quedando varias veces, entre semana, él fue a Rociana, nos vimos en mi casa, y cuando yo tenía alguna que otra tarde libre, bajaba a Mazagón para tener nuestros encuentros sexuales. La verdad es que cada vez se me hacía más atractivo, pero en realidad era por cómo me trataba, y no solo cuando salíamos a cenar, a pasear a la playa, sino en la cama. No era solo sexo, era hacer el amor. Su forma de cuidarme, de hacerme disfrutar, cómo me miraba, los besos tiernos, largos cálidos. Sinceramente me estaba enamorando de él. 

Cuando por fin pude quedar con mis tres amigas y contarles lo que me estaba pasando, propusieron pasar el fin de semana en casa de una de ellas, hacer una barbacoa y conocer al hombre que me arrancaba los suspiros.

Ese fin de semana no pudimos quedar, le surgió “un tema familiar” pero aun así yo quedé con mis amigas y pasamos un día estupendo, recuperando la confianza y el puntito de alegría que me faltaba con ellas. Al ver que pasaba un día, otro y otro y no tenía noticias de Alberto, me resultó extraño. Hasta que de repente me di cuenta de que me hizo ghosting con todas sus letras.

Varias semanas después, seguía sin tener noticias suyas así que borré su número y con él los recuerdos. Me centré en el trabajo y en remodelar algunas estancias de mi casa. Una tarde, Sara, una de mis amigas vino a casa a tomar café, había estado de boda el finde anterior y me enseño algunas de las fotos, y como curiosa que soy le pedí ver fotos de la novia para ver su vestido, peinado y tal y para mi sorpresa, el novio era Alberto. Resulta que me hizo ghosting porque se casaba, y el día de la barbacoa con mis amigas, él estaba de despedida de soltero con sus amigos y su novia oficial.

En ese momento no le conté nada a Sara, más que nada pensando en qué sería de esa chica si se entera de que su ahora esposo le ha estado poniendo el cuerno con quien sabe cuantas más.

 

Anónimo

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