Me parto y posparto

 

Recuerdo el día en que el predictor anunció visita. Me enteré sentada en el váter de mi casa sobre las 7:30 de la mañana. En ese despertar no había legañas, ni cansancio, a pesar de haber pasado la noche pensándolo y soñando mearlo. Algo de orina caería en el palito porque salió positivo, el 80% me cayó en la mano.

Mi embarazo fue una montaña rusa. Ni vomité, ni me mareé, ni pillé asco a nada (¿?) prueba de azúcar bien, carácter adorable donde los haya (¿?). Sólo tuve la tensión rozando el límite y controlando tiroides, que me viene de herencia envenenada.

Tuve un hematoma desde el minuto uno y me vi en urgencias semana tras semana controlando que el tsunami no me desbaratara el chiringuito. Para nuestra sorpresa, en una revisión nos dijeron que venían dos. A las dos semanas sólo quedaba una. Cosas que pasan. Pero hoy no vengo a hablar del preñado.

Me tocaban correas el 4 de diciembre, yo cumplía el 13. Me dejé el árbol de Navidad colocado, la casa recogida, la basura sacada, la maleta en el coche y el conejo depilado. Llamadlo instinto.

La niña ya no estaba cogiendo peso y me quedé. Se asombran de que no me asombre ni me asuste. “Arrogancias (mi marido) tira pa la casa a sacar al perro e ir contándole que en breve tenemos visita”. Me voy instalando en mi nueva habitación, me pongo el traje de fiesta y me dan ganas de quitarme las bragas de un tirón. Llamo a mi madre, y amenazo con que aquí no venga nadie más que ella, que quiero parir sin más voces que la mía.

Y ya empiezan a provocarme. Me ponen el tampón ese, yo digo que prefiero la copa, que el tampón me molesta. Empezamos bien.

De casualidad, mi amiga Merche está de visita en el hospital y pasa a verme. Yo estoy empezando a tener aspecto de trapo escurrido al sol, pero hay confianza y de vez en cuando nos mola vernos naturales y monstruosas. Me hace un retrato y lo manda al grupo del trabajo para avisar que ha empezado el espectáculo y todos alaban mi buena cara (mecagoenmiputavida si ahí me veían guapa).

Empiezo con un dolor y un mal cuerpo que ni que tuviera diarrea. Voy avisando de que algo pasa y pienso que si me quejo por esto menudo día me espera. Colocan el monitor y tuercen la cara. Al paritorio. No estoy de parto, pero a la niña tampoco le mola el tampón y baja el ritmo del latido (sufrimiento fetal). Me sacan el susodicho y yo solo pienso en cesárea. Me quito como puedo los 237 pendientes con bolas pequeñitas, mientras como una anormal muevo la mano a modo reina Sofía a mi amiga y a mi madre hasta más ver.

No siento miedo, pero Arrogancias lleva una cara que ni que fuese él el gestante en apuros. Y es que él si entendió la situación, yo estaba en otras cosas y pensé que estaba de 14 centímetros.

Sobre las 3 de la tarde viene una matrona, se presenta, me cuenta su vida, un encanto de chica. Mientras me explica que a Candela el propess le ha caído mal y que empezamos con gotero. Me colocan el aparato y Arrogancias y ella se ponen a hablar de la vida empezando a destapar sus artes oratorias, yo participo cuando me viene bien, porque como he ido a parir se me disculpa desentenderme de lo que me salga del toto (¿literalmente?).

A los pocos minutos digo, ‘oye, que parece que me sentó mal la cena, que tengo gases’ y me dice que me meta en el baño y haga lo que quiera. Pero con la puerta abierta me da reparo y me concentro muchísimo pero no hay manera. Me preguntan si estoy bien, pero yo solo pienso en que odio la coca cola y a todos los gases nobles. Salgo con el lomo partío, y me quedo de pie mirándolos, como hace mi abuela con la mano en la cintura con ligero meneo de cadera. De repente pienso que tal vez los gases tengan nombre, y ese nombre sea Candela.

Efectivamente.

Ya empiezo con los ‘ays’ y con los ‘mecagoenlaputa’. Como no paro de renegar, la matrona se teme una tarde entretenida, y me quita el monitor de contracciones de la barriga y me cablea interiormente pasando por el túnel. Dice que tengo unas contracciones bastante gordas. Pienso que menos mal, porque ya estaba insultando mucho mentalmente y me alivia saber que al menos ya ha empezado el asunto. Dilatada de 4 cm y subiendo. A los 10 minutos pido la epidural, a los 40 llega. El chico no sabe de cuántos centímetros estoy y yo tampoco. Mi matrona ha ido a sacarse leche y hay otra a la que le pillo confianza zarandeándola por las caderas, pero tampoco sabe la dimensión. Me dice el anestesista que ‘¿Cómo no lo sé?’ que me tengo que tranquilizar y gilipolleces varias. Yo solo lo puedo insultar y comentar que qué cojones sabe él lo que es parir, que se dedique a lo suyo y rápido, que bastante he esperado ya y que mecagoenmiputavida. Al poco llega mi matrona y me mira el conejo. Casi 7 centímetros. Él se queda muerto y cierra el pico. Estaba menospreciando mi situación y yo le estaba pillando un asco que pa qué. Entre dolor y dolor, cada vez más continuo, lo fulmino con la mirada, para que se lo piense antes de seguir diciendo gilipolleces.

Es ponerme la epidural y volverme una balsica de aceite. De estar en pleno rodaje del exorcista de repente me veo en la casa de la pradera.

Sobre las 7 de la tarde mi matrona inspecciona. Ya estoy con el agujero bien espacioso y empezamos a empujar. Arrogancias durante todo el proceso se volvió albino. Le dijeron que mirase y dijo que eso era suyo y que después cualquiera lo tocaba habiéndolo visto sufrir. Yo cada vez que podía le daba un pellizco pues nadie tenía porqué saber que es tonto rematao.

Al final miró, y lo vi con un tono amarillento. Se sentó y pensé en qué necesidad tenía yo en ese momento de que él estuviera al borde de su ingreso.

A las 9 me pasaron al potro, apreté 4 veces y me tuvieron que llamar la atención porque ya estaba fuera y yo erre q erre. En un cuarto de hora la terminamos de sacar entre ellas y yo, y ya tenía a mi criatura.

Arrogancias después se fue a ver la placenta, y yo lo veía a lo lejos con pose de doctor House (espero que no hiciera diagnóstico el muy anormal).

Me dieron dos puntos por pena y por hacer gasto, porque tengo elasticidad que cualquiera diría que tengo un Boomer por pellejo. Ya tenía a mi pequeña encima.

Terminaron con el punto de cruz y los pespuntes y nos llevaron a reanimación. Arrogancias iba cogiendo color a la par que la criatura y yo sentía haberlos parido a ambos. Estuve por sacarme el par de tetas para consolarlos a los dos. La niña cogió el pecho a la primera y literalmente me chupó la sangre, pero ahí yo no sentía ni padecía.

A la vuelta a la habitación ya tenía unas cuantas tías, primas, madre y nos recibieron como si me hubieran cogido en el casting de MasterChef.

Yo solo pensaba en el bocata de jamón. Mi familia se quedó admirando mi pequeño tesoro mientras yo devoraba cuál gorrina el pata negra y una Fanta de Limón, y así pillaba fuerzas por si pasada la epidural tenía que hacer un bonus track de maldiciones.

Esa noche dormí por primera vez con la técnica del ojo abierto, pero la verdad es que no fue tormentosa. Ese primer mes fue miedo y felicidad a partes iguales ante todo lo que pasaba. Llegamos a casa sin saber cómo nos apañaríamos, y lo hicimos.

Yo me encontré súper bien desde el minuto 1 porque como dije antes tengo el pellejo con elasticidad suprema y, aunque me escocía el chirri, era soportable. A los dos días o así me dio un chungo, más tarde supe que era la subida de leche. Mi cuarentena fue discreta, cosa que me sorprendió, pues yo siempre he sido extra en los rodajes de ‘Carrie’ con semejantes tsunamis menstruales. Nuestro cansancio, como el de todas, fue nivel Dios. La casa se llenó de mierda durante un tiempo y Arrogancias me ponía y me quitaba todo para que estuviéramos cómodas, aprovechando que yo tenía movilidad limitada me acribillaba con sus teorías y tonterías varias. Yo a veces desconectaba, y con el bla bla bla de fondo pensaba en qué suerte tengo.

Y en esas estaba cuándo él me pregunta:

‘¿Y para cuándo el siguiente?’

 

Lady Apego