Hoy vengo a contar algo que me hace mucha ilusión y es que… ¡¡ME CASO!! Quizá con lo que os he dicho os haya hecho un spoiler, pero no importa, os contaré cómo fue.
Hace unas semanas mi novio con el que llevo casi dos años, se pasaba las horas libres después de trabajar en la terraza de casa. Me prohibió salir a mirar lo que estaba haciendo y aunque me costó, no salí. Se lo había prometido y una promesa hay que cumplirla siempre y más una de ese tipo en la que él estaba creando tanta curiosidad. Sabía que la espera merecería la pena, y vaya si la mereció.
Una tarde, cuando menos me lo esperaba, encontré en mi oficina un corazón de madera puesto sobre una base. Esa base llevaba un candado y dentro de ese candado había un anillo.
El corazón estaba pintado de colores y en cada tablita estaba escrita una frase. Sobre la mesa había velitas encendidas y un sobrecito con la silueta de una llave dibujada. Yo pensé que en su interior se encontraba la llave que abría el candado, pero no amigas, era una notita. En ella ponía que para abrirlo debía encontrar una serie de pistas.
La primera decía que tenía que ir a la zona en la que unos meses antes había roto una luna del coche.
Bajé toda ilusionada, en pijama, claro, porque no era el momento de vestirse y me puse a buscar. Ahora lo pienso y me da vergüenza saber que por ahí pasó la gente y me vio con esas pintas. Pinza en lo alto de la coronilla con un intento de moño en el pelo desenfadado, de esos que a otras mujeres les queda tan bien, pero a ti siempre te hace parecer una vagabunda y zapatillas de estar por casa incluidas. La encontré en un árbol. En esa decía que la siguiente estaba en la cocina cerca de mi electrodoméstico favorito, enseguida lo supe, era la cafetera.
Cada día fui encontrando pistas durante una semana, fueron un total de doce.
Algunos días tenía varias en lugares sencillos y otros solo una en un sitio difícil de encontrar. Solo diré que una de ellas me decía que buscara la siguiente cerca de la nevera y miré debajo de cada bote de salsa, cada paquete de fiambre y hasta revolví la última bolsa de verdura del congelador. No estaba en la nevera, sino cerca. La encontré dentro de una caja de medicamentos sobre el microondas.
Tampoco quiero hacer de esta historia un testamento así que iré a la número doce. En ella ponía que la llave había estado siempre conmigo. Ese día mi comprensión lectora debía estar desactivada.
Miré el monedero buscando un papelito, quité la funda del teléfono para ver si estaba entremedias, rebusqué en mi neceser de maquillaje y nada. Él, después de muchas horas, me dijo que si la había perdido tenía otra copia y ahí lo supe. ¿Cómo no me había dado cuenta? Lo que tenía que buscar era la llave.
Revisé mi colgante por si me la hubiera puesto mientras dormía y no me la había visto, miré en los bolsos que más utilizo, en sudadera, en pantalones… Vamos, que busqué en todo lo que solía llevar a diario conmigo. Dos días después encontré la llave en un bolsillito del monedero. La puñetera llave había estado conmigo desde el primer día.
Era sábado por la tarde, mi hijo estaba con su padre y estábamos solos. Él, la llave y yo. Nuestro plan fue ir al autocine, que si no habéis ido nunca y tenéis alguno cerca, os lo recomiendo totalmente. Además, en el que hay en Valencia ponen dos películas y el precio es muy económico, también los productos del bar.
Nos arreglamos, fuimos y aparcamos en una buena zona porque todavía era temprano, pedimos algo para cenar y vimos la primera peli. En el descanso me fui a por un café y al volver al coche vi que algo brillaba y que las personas de alrededor estaban fuera de los suyos mirando al nuestro. ¡Supe lo que iba a pasar!
Mi vergüenza iba en aumento con cada paso que daba…
Llegué y sobre el salpicadero había un corazón hecho con una tira de luces led y en el centro había una cajita roja abierta con el anillo en su interior. Me cogió de las manos, me miró, me dijo que me amaba y me pidió matrimonio, yo dije que sí con lágrimas en los ojos. A la gente de alrededor solo le faltó aplaudir.