Marcos. 38 años. Conductor. Hace rodajes en series en su tiempo libre. Esta es su nueva vida.

En su antigua vida cuando era joven trabajaba en discotecas, era un golfo, y ha tenido años de desenfreno y desfases.

Alto, majo, divertido. Manos de pianista. Huele bien. Atractivo. Agradable y con buena conversación.

Hasta ahí maravilloso. Mentalmente pienso que este chico me puede llegar a gustar. Vivimos un poco lejos pero viendo la fauna que hay suelta es de lo mejorcito.

Quedamos un día en una cafetería. Hablamos durante horas. Yo me pido un refresco, y él se pide un refresco sin gas. ¡Qué sano! Pensé.

Me acompaña al coche y nos liamos en la puerta de mi coche. De esos besos tímidos, lentos. Esos besos en los que sonríes mientras te acercas a la cara de la otra persona. En los que cierras los ojos. Besos con chispa, con abrazos, incluso con un poquito de magia.

Aquí presente una que se fue a casa sonriendo, con la baba cayéndose y con ganas de más.

Volvimos a quedar días más tarde.

El plan era venir a mi casa. Palomitas, película y sexo. ¡Planazo!

Cuando llega a mi casa, propone tomarnos unos chupitos de tequila. No me parece mala idea.

Bebemos y empieza a salir la oscuridad que lleva dentro. Hasta que me pregunta si me molesta que se drogue delante de mí.

Me quedo blanca. Pero yo, como persona con amigos familiarizados con las drogas y persona moderna le digo que no me importa que se drogue.

Me pide un plato. Y si puede ser, que se lo caliente en el microondas un minuto.

Y ahí estaba yo, en pijama, en el sofá de mi casa bebiendo chupitos de tequila y un tío maravilloso pintándose unas rayas de cocaína en mi plato donde como todos los días.

Pero no acaba ahí. Seguimos charlando, yo paro de beber tequila. Y decide pasarse a las copas. Alcohol mezclado con bebida energética.

Cuando ya estamos en todo lo alto y llega el momento de irnos a la cama (¡al fin!), me dice que con tanta mezcla de alcohol y droga él necesita una pequeña ayudita para poder funcionar. Saca del bolsillo una bolsita con una botella con un líquido marrón que huele bastante mal y me dice que es un líquido de hierbas de herbolario que le ayuda a funcionar en la cama. Dos chupitos. 

Al final acabamos haciéndolo, con alcohol, con química, con prisas y con sueño.

Acabamos, y yo muerta de sueño me quiero dormir. Él aún está como un búho y decide irse al salón a ver una peli. Por la mañana me dice que se le ha olvidado el Omeprazol y el Almax que suele llevar encima para estas ocasiones y acaba desayunando un yogur de macedonia para calmar el ardor de estómago y un Espidifen.

Lo que se presentaba como una noche divertida, acabó siendo una noche bastante rara.

La sensación de que hubiese tanto químico entre medias no la había tenido nunca.

Automáticamente se me quitaron las ganas de quedar con él y me dio pena ya que al principio parecía que las personalidades encajaban bastante bien, pero que se drogue tan a la ligera me ha echado para atrás.

Altea.