Si: Me preocupaba tanto gustarle que me olvidé de mí ¡Decidme que no he estado sola en esto!
¿Alguna vez habéis conocido a alguien tan único e interesante que sentís la necesidad de estar a la altura? Bueno, pues mi historia comienza en ese punto.

Hace algún tiempo conocí a un guapísimo cantante, moreno, con rastas hasta el culo y más carisma que el mismísimo James Bond. Al principio no le presté mucha atención hasta que un día me di cuenta de que me estaba enamorando de él.

Este chico era el típico prototipo de tío bohemio llevado al extremo: no sólo le encantaba el arte, sino que además sabía mucho sobre el tema. Además de cantar y tocar, le gustaba atender a obras de teatro, exposiciones independientes y todo ese rollo. Era un tipo muy liberal, comunista, cuestionaba absolutamente todo, no creía en las relaciones monógamas y tenía una mirada que me derretía las bragas.

Y yo, bueno… yo siempre he sido una tía gordita y bastante normal, para qué engañarnos. Me gusta la música y el arte, claro que me gustan, pero tengo un trabajo de 9h a 18h por el que me pagan todos los meses y a mí, eso de que todos follemos con todos y que mi pareja meta el pito en otros sitios, pues qué quieres que te diga… personalmente no me convence.

Cuanto más nos conocíamos más mainstream me sentía, nada en mí podía sorprenderle. Aquello me empujó a buscar en mí algo artístico de lo que pudiera presumir y ¿Sabes qué? No lo encontré. Intenté comprender y mimetizarme con cómo pensaba y cómo sentía, haciéndole creer que yo compartía sus opiniones y principios. Yo no había conocido a nadie como él, en mi mundo él era una persona única. Nadie que yo conociera pensaba o sentía como él y eso, me daba mucha envidia.

Me preocupaba tanto gustarle que me olvidé de mí y poco a poco empecé a escuchar la música que él escuchaba. Me informaba sobre los artistas que le gustaban y aprendía sobre ellos. Mis amigas estaban alucinando, de repente escuchaba Pearl Jam y Nirvana (grupos que nunca fueron de mi agrado). Pasé de ser “la chica de los vestidos de flores” a llevar siempre vaqueros anchos de cadera, camisetas de tirantes, zapatillas deportivas y los ojos pintados de negro. No podía convencer a nadie de que tenía tanto talento cómo él, pero me esforzaba en que lo pareciera.

Me preocupaba tanto gustarle que me olvidé de mí

Me sentía vacía, me sentía infeliz y tenía mucha hambre, pero el chico más especial que había conocido tenía interés en mí y ese hecho mantenía mi autoestima por las nubes. Pasamos cuatro meses increíbles amaneciendo cada domingo en una enorme cama blanca, hablando sobre los patrones de esclavitud por los que se rige la sociedad moderna mientras él dibujaba con su dedo, mis pecas sobre mi piel. Cocinábamos platos veganos juntos, oíamos rock raruno y follábamos como putos locos hasta que un día me presentó a “otra amiga”.

Llegué a su casa un viernes por la noche y allí estaba, tirado en calzoncillos en su sofá, con su brazo por encima de los hombros de su nueva amiga. Claro, la amiga estaba en bragas y se estaba fumando un porro. Enseguida até cabos. Él me pidió que me quedara el fin de semana con ellos Somos tres almas libres que comparten el mismo cielo, serán días maravillosos me dijo convencido. ¡Anda no me jodas!

Él no entendía mi negativa, claro, yo le había dicho que también creía en las relaciones libres y «Cuantas más personas en una cama más amor se comparte». Le dije que me sentía cómoda con ello, porque quería estar a la altura, pero no pensé que tuviera que practicarlo. ¡El caso! Que salí de allí echando leches.

Me preocupaba tanto gustarle que me olvidé de mí

¿Mi sorpresa? Según fueron pasando los días me empecé a sentir completamente ridícula. Me di cuenta de que había dejado de poner música en el coche, porque sólo escuchaba la música que él oía y cómo no me gustaba directamente había dejado de oír música. Había dejado de disfrutar de la comida y no te imaginas lo mucho que gocé cuando volví a Burger King. Empecé a compartir en redes sociales contenido que realmente casaba con mis ideas y principios, volví a teñirme el pelo y saqué mis vestidos de flores. Me preocupaba tanto gustarle que me olvidé de mí: qué triste.

Volví a sentirme plena, volví a reírme a carcajadas con mis amigas mientras picábamos jamoncito y mientras poníamos verde a algún cerdo infiel. Me di cuenta de que todas las maneras de sentir y pensar son igual de válidas y que si una persona muy liberal y moderna intenta hacerte sentir mal por tu estilo de vida, quizás no sea tan liberal. También aprendí mucho acerca del respeto entre seres humanos: que cualquier tipo de relación, consentida por las personas involucradas, es válida como cualquier otra. Y sobre todo, lo agotador que resulta intentar ser activista de todas y cada una de las causas que consideras injustas.

Al de muy poco tiempo me lo encontré en un bar, me agarró del brazo y me dijo sorprendido “¡Estas radiante! ¿Qué ha pasado contigo?” Y le contesté “QUE HE VUELTO A SER YO”.

 

M.Arbinaga