Aunque mis amigos y yo tenemos la costumbre de ir a toda clase de frikadas que encontramos en el mágico mundo de Internet, sé que para una gran parcela de la humanidad esto que voy a contar suena a chino mandarín. Resulta que hay ocio más allá de las discotecas, y de vez en cuando en algunos puntos de España se organizan eventos de la Tierra Media, de movidas zombies, de vampiros, etc. 

Suelo ir a todo lo que pillo si la cartera me lo permite (porque a veces se suben a la parra con los precios), pero nunca había tenido la suerte de pillar cacho allí… Hasta que me topé con la convención de El Señor de los Anillos. 

Pleno Julio a 30 grados centígrados en un pueblo perdido de la mano de Dios. Llegamos en tres coches con muchas ganas de darlo todo y dispuestos a pasar la noche allí, en un hostal que habíamos reservado entre todos los colegas. Hacemos el check-in, dejamos las maletas en las habitaciones y nos vamos a dar un paseito por el pueblo, que está ambientado al más puro estilo medieval. Entramos en el polideportivo donde se desarrolla el evento y ahí yo empiezo a salivar.

En esta vida hay dos cosas que me hacen el coño agua: Aragorn y el rubio de Vikings. Como veis me van los tíos tochos con aire desgrañado y pinta de empotradores. Sorpresa la mía cuando se me acercó un señor disfrazado de orco y mi chochamen tuvo un ataque epiléptico. 

Me pareció muy bonito que a esas alturas de la vida, siguiese descubriendo nuevas fantasías, porque os prometo y reprometo que en la vida me había imaginado que me excitaría un orco. El tío medía unos 2 metros aproximadamente (juro que no exagero, era superalto). Además tenía unos hombros que eso parecía un armario de IKEA (pero de los caros, no esos que parecen de papel). Eso sí, el pobre iba pintadico feo de narices. También es cierto que estaba haciendo un cosplay de un orco, no de un supermodelo de revista. Sea como sea yo me sentí como cuando de pequeña iba a la biblioteca y veía un libro con portada fea pero sabía que me iba a flipar.

Empecé a beber cerveza como buena enana. Sí, no me curré mucho mi disfraz teniendo en cuenta que mido 156 centímetros. Sea como sea me pillé una borrachera tremenda, y aprovechando el buen rollo que hay en estos eventos me acerqué a la mesa en la que estaba mi amado orco. Allí había un señor de la organización vestido de pueblerino que te daba monedas de «oro» (es decir, plasticorro del malo) si le contabas una buena historia. 

«Esta es la mía», pensé.

Saludé, me senté y el pueblerino me invitó a contar mi historia. Imaginadme con una borrachera cervecera del copón, contando una historia romántica entre una enana de Moria y un orco de Mordor que luchaban contra los estereotipos de su entorno para estar al fin juntos y firmar la paz entre las dos razas. Era un Romeo y Julieta ambientado en la Tierra Media, y yo creo que si me hubiese escuchado algún guionista hace una serie con ese argumento…

El muchacho pillo la indirecta y fuimos juntitos a por más cerveza, que es la bebida del amor. Hablamos y acabamos pasando la noche juntos en mi habitación del hostal (sin quitarnos los disfraces). El sexo fue brutal y al día siguiente nos dimos nuestro número de teléfono.

Pasaron los años y a día de hoy el orco es mi novio y futuro marido, porque me ha pedido matrimonio. Eso sí, la boda estará ambientada en El Señor de los Anillos.