Me voy a casar con mi amor del Erasmus y esta es mi historia

(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)

 

Yo no me quería ir de Erasmus, nunca me lo había planteado como opción.

Pero mi hermana mayor sí. Ella consiguió convencer a nuestros padres para que le dejaran irse a estudiar un curso completo a Bruselas. Y cuando volvió no era la misma chica.

Volvió más madura y empoderada. De verdad que costaba reconocerla.

Así que, yo, que era todo miedos, me obligué a pedir la dichosa beca. Mi hermana me había allanado el camino, por tanto, mis padres no protestaron. De hecho, les encantó la idea, creían que me vendría muy bien para espabilar un poco.

Quise echarme atrás un millón de veces, pero me daba muchísima vergüenza. No me quedó más remedio que plantarme en una residencia de estudiantes de Bolonia con un maletón que pesaba más que yo, una mochila a punto de reventar y un susto en el cuerpo que tardó muchos días en pasarse del todo.

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Foto de Sofia Alejandra en Pexels

No me gustaba la ciudad, no me gustaba el clima, ¡no me gustaba ni la comida! Tampoco la facultad ni mi habitación con baño compartido. Me veía incapaz de aguantar tantos meses en aquel lugar.

Estaba a punto de claudicar y llamar a mis padres para pedirles que me sacaran de allí, cuando le conocí. Al calabrés más guapo de la historia. El chico que me mostró los rincones más bonitos de Bolonia, el que me llevó a comer la pizza más rica. El que me enseñó a disfrutar de los días de lluvia y me ayudó a fabricar recuerdos maravillosos con aquel cuarto horrible de fondo. Por mi parte había sido un flechazo inmediato, me moría por él desde el minuto uno. ¿Sería posible que para él fuese lo mismo? No, seguro que no. Era un tío. ¿Cómo se me ocurría? Por eso saqué el tema en cuanto pude. Teníamos que establecer unos términos para nuestra amistad con derechos.

 

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Nada de amor, nada de compromiso. Solo diversión y tagliatelle al ragú.

Nunca le pregunté qué quería él, era obvio que su idea sería muy similar a lo que acabamos acordando. Era yo la que necesitaba dicho acuerdo para no olvidar que aquella historia tenía fecha de caducidad. Por dios, lo sabe todo el mundo, los amores de Erasmus son lo que son. Una especie de rito iniciático, experiencias trascendentales de marca blanca. Eres joven, estás fuera del nido, nadie te conoce… ¿A quién se le ocurre enamorarse estando de Erasmus? A nadie en su sano juicio.

Pero si yo ya estaba un poco loca de serie, con él me volví loca de atar. A pesar de que lo estaba pasando como nunca en toda mi vida, veía cómo se acercaba el fin de mi andadura italiana y me daban ganas de llorar.

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Foto de Davis Arenas en Pexels

No me vine a España durante las vacaciones, ya había venido en Navidad. Necesitaba exprimir cada minuto de aquella no-relación que se parecía muchísimo a una. Pero tuve que regresar a casa. Despedirme de él delante de un taxista impaciente, decirle adiós, hasta siempre, como si me costara lo mismo que decírselo al resto de las amistades que había hecho. Como si no hubiera albergado la esperanza de que él me dijera que sentía por mí algo parecido a lo que sentía yo. Aunque no podía saber qué era, porque no se lo había dicho.

No tenía sentido haberlo hecho, si no teníamos ninguna posibilidad. Yo no creía en las relaciones a distancia y seguro que él tampoco. Ya lo superaría.

Solo que no lo superaba. Me pasaba las horas abriendo sus perfiles en las redes, esperando que subiera fotos con alguna otra estudiante ingenua y enamoradiza que me obligara a sacármelo de dentro.

A finales de verano recibí un mensaje suyo. Venía a verme. ¡A verme!

 

Me voy a casar con mi amor del Erasmus y esta es mi historia

 

Y nos vimos. Y no como se ven un par de amigos. Lloré cuando le vi salir de la terminal, tan guapo y sonriente. Alquilamos un apartamento en la playa y pasamos juntos las 24 horas del puñado de días que estuvo aquí.

No hablamos de lo que estábamos haciendo, solo nos dejamos llevar. Tampoco le pusimos una etiqueta a lo que teníamos cuando fui yo la que viajó a Italia unos meses después. No lo hicimos durante los tres años que pasamos viéndonos cada vez que uno de los dos se podía permitir comprar los billetes.

Cuando estábamos juntos éramos pareja. Cuando cada uno estaba en su país, éramos solo amigos. No nos exigimos fidelidad, no preguntábamos cómo se estaba comportando el otro, si salía con otras personas, si no.

Yo no lo hacía por cobardía, porque no quería perderle. Me valía con tenerle de forma intermitente. Con el tiempo supe que a él le pasaba lo mismo, porque le había dejado muy claro que lo nuestro no era amor y que no quería tener una relación a distancia.

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Foto de Zakaria Mellouki en Pexels

Pero como no nos atrevíamos a hablarlo, no podíamos saber que los dos estábamos conformándonos con la situación mientras anhelábamos mucho más. Por lo que estiramos en el tiempo ese acuerdo que tan bien parecía funcionar, hasta que dejó de hacerlo.

Hasta que me dijo que ya no lo aguantaba más, que necesitaba estar conmigo con todas las consecuencias o dejar de estarlo del todo, pero que así ya no quería ni podía seguir.

Él empezó a buscar trabajo en España y yo en Italia, el que primero encontrara algo se mudaría con el otro, acordamos. Y entonces llegó el Covid y no nos quedó más remedio que seguir separados otro par de años más. Si bien ya como novios con planes de futuro, no como un rollete fijo-discontinuo.

 

Me voy a casar con mi amor del Erasmus y esta es mi historia

 

Ahora vivimos juntos en mi ciudad, él ya parece más español que yo misma de lo adaptado que está, y estamos a unos meses de pasar por el altar.

No fue fácil ni estuvo exento de drama, pero por fin me voy a casar con mi amor del Erasmus y esta es mi historia.

 

 

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