Mis abuelos siempre han sorprendido a la gente de mi alrededor por ser más jóvenes que la media, y por llevar una vida más moderna. Mientras otros abuelos y abuelas tienen quizá problemas entendiendo las nuevas tecnologías y cosas así, los míos han estado siempre a la última, controlando los avances y el progreso en general. Han apoyado siempre la libertad de todo tipo, y han ido muy a tope con el desarrollo de políticas que favorecían la libertad sexual, de manera que, mientras compañerxs míos del colectivo LGTBIQ+ se enfrentaban al rechazo y la condena de sus familiares más longevos, en mi casa, los más mayores siempre han sido los más progresistas. Es algo de lo que siempre he estado muy orgullosa.
Desgraciadamente, mi abuelo murió repentinamente de un fallo cardíaco cuando todavía estaba, como decía él, “en la cúspide de la existencia”, y nos dejó a toda la familia destrozada, muy particularmente a mi abuela, que no dejaba de repasar todas las pertenencias de su difunto marido, acariciándolas, como si lo estuviera acariciando a él. Te partía el corazón verla, noche y día, así, llorando a moco tendido.
Un día, llegué a casa de la uni, y me la encontré cocinando, cantando, y bailando ella sola en la cocina, y pensé que le había dado algo a la pobre. Cuando le pregunté, me dijo “ven, hija mía, ven, que te voy a enseñar por qué no merece la pena en esta vida llorar por nadie”, y me abrió una caja que estaba llena de fotos de hacía años, algunas en blanco y negro. La caja, me dijo, la había encontrado en el armario de mi abuelo, bien escondida debajo de un montón de pares de botas y zapatos.
Fui pasando las fotos, y todas eran de las mismas cuatro o cinco personas: algún hombre y el resto mujeres. Mi abuela me dijo que le diera la vuelta a las fotos. Todas estaban escritas por detrás, con un montón de texto, a mano, con distintas letras, pero todas perfectamente legibles. Las separamos por personas, y las pusimos en orden. Mi abuela no había tenido la paciencia de hacerlo, pero ya se olía el asunto, claro, siendo algo que ella desconocía por completo. Mi abuelo había mantenido correspondencia con estas personas, pero en vez de cartas, o papel, habían utilizado fotografías. Las ordenamos por fecha y vimos que estas relaciones (románticas, emocionales, y explícitamente sexuales) se entrelazaban en el tiempo, no solo entre sí, sino que también coexistían con el matrimonio entre mis abuelos. En pocas palabras, que mi abuelo había estado liándose con un montonazo de gente mientras estaba casado con mi abuela, básicamente. Y no hablo de echar un polvo y adiós, sino que luego mantenía conversaciones super amorosas con todas ellas y ellos, porque repito, entre las personas implicadas, había dos hombres.
He de decir que no le vi a mi abuela ultra sorprendida. En el fondo, la relación y los acuerdos (explícitos o implícitos) de una pareja, no es fácil verlos desde fuera, y menos desde la posición de una nieta, pero me dio la impresión de que habían sido una pareja más abierta de lo que yo pensaba. Sin embargo, este descubrimiento sí le encendió la chispa que necesitaba para salir del agujero de la tristeza y la nostalgia, y decidirse ella también a vivir la vida y aprovechar el tiempo.
No quise hacerle muchas preguntas, me hubiera gustado saber hasta qué punto se sentía engañada, o si tenía alguna sospecha sobre la bisexualidad de mi abuelo, pero me pareció menos importante satisfacer mi curiosidad, y potenciar ese golpe de vitalidad que le había dado. Le animé a curiosear por webs de citas y ver qué pasaba. Me dijo que quizá no inmediatamente, pero que en nada se ponía a ello. Y yo, qué puedo decir, qué sigo estando muy orgullosa de los dos.
Anónimo
Envía tus movidas a [email protected]