Cuando éramos pequeñas, mi hermana era el ojito derecho de mi padre.

Yo me llevaba muy bien con él y disfrutábamos mucho, pero ellos tenían bastantes más cosas en común, algo que los tenía más unidos, cosa con la que nunca he tenido problema.

Que yo sepa, nuestra infancia ha sido muy buena. Al menos yo la recuerdo muy feliz: hemos ido a la playa, al campo, al cine, a reuniones familiares, de vacaciones, de camping, hemos jugado mucho con nuestro padre y compartidos hobbies con él, hemos celebrado cumples y navidades en familia…en definitiva, hemos disfrutado de una infancia normal y completa.

El caso es que bien entrada nuestra adolescencia, mi padre pasó por una especie de depresión. A causa de ello, se volvió un padre un poco más ausente, más pasota y empezó a sacar un carácter más frío y autoritario; si bien seguía conservando otros aspectos positivos.

Por otro lado, mi hermana, que siempre había apuntado maneras a ser una Ni-ni, lo hizo realidad. Era mala estudiante y dejó los estudios básicos, algo que dejó muy mal a mis padres. Para colmo, no buscaba trabajo y no parecía querer hacerlo nunca. Además, se le añadía un sobrepeso que con los años empezó a ser considerable.

Para mi esto no es un problema más allá…pero para mis padres, que son bastantes gordofóbicos, sí; porque además mi hermana no parecía querer adelgazar ni querer cuidar de su salud tampoco en ningún momento, algo que les desesperó mucho.

Tuvieron muchos comentarios y acciones gordofóbicas durante años, aunque esto nos salpicó a las dos, pero como ella tenía mayor sobrepeso se llevó la peor parte.

También tuvieron muchíiiiiiisimas discusiones por el tema Ni-ni, algunas de ellas muy muy fuertes.

Un día, en una de estas discusiones tan enormes, yo creo que la peor, mi padre llegó a agarrar a mi hermana del cuello mientras le gritaba (sin pasar a mayores).

En aquel momento, mi hermana le echó la cruz. Pero del todo. Mi padre le pidió perdón, pero a ella le dio exactamente igual.

Desde entonces han tenido un trato cordial.

Con el tiempo, mi padre salió de la depresión, aunque se le quedaron algunos “resquicios” en el carácter que a veces lo hacen bastante insoportable. Mi hermana siempre me ha dicho que no lo aguanta, cosa totalmente entendible en ese aspecto.

Con los años, mi padre mejoró e intentó cambiar. Se empezó a mostrar más cercano, nos preguntaba algo más por nuestras vidas, nos pidió perdón por cosas del pasado, e intentó hacer algún pequeño plan que otro con nosotras. A mí me pareció loable y la verdad que lo recibí muy de buena gana. Todo el mundo merece una oportunidad, y más si ves que se está esforzando por cambiar.

A mi hermana, sin embargo, aquello le dio absolutamente igual. Él lo intentaba y mostraba su tristeza al ver que no recibía una respuesta por parte de ella, pero mi hermana insistía en su terquedad.

Lo fuerte vino cuando, poco después, llegó el COVID. Por desgracia, mi padre lo pilló de los primeros, con síntomas muy graves durante un prolongado tiempo, pero se quedó en casa por recomendación de su médico, que le dijo que era una gripe sin más.

Sin embargo, unos días más tarde, acabó desmayándose y perdiendo el conocimiento, por lo que llamaron a la ambulancia y lo ingresaron en el hospital, muy muy grave.

Dos días llevaba en la UCI cuando nos llamó para despedirse. Apenas podía respirar y le costaba hablar. Se veía peor y escuchó hablar a los médicos con un pronóstico nada positivo.

A mí se me partió el corazón. Nos llamó en privado a cada una, para despedirse de forma individual. 

Mi madre no podía parar de llorar.

Yo no podía parar de llorar. Hablé con él de mi bonita infancia. Del perdón, y del amor.

Mi hermana, sin embargo, no lloró en absoluto. Le habló y le contestó en un tono lineal. Aceptó el perdón de mi padre sin muchos aspavientos.

Mi padre le dijo que la quería.

Ella contestó con redundancias, sin un “y yo también”. Por WhatsApp, le supliqué que le dijera que ella también le quería, pero ella me dijo que eso no era verdad.

Me quedé de piedra. Por mucha cruz que le echara, jamás pensé que llegaría a ese punto.

Le supliqué de nuevo que le dijese que sí, aunque fuese mentira, para que él no se fuera con esa tristeza.

No quiso hacerlo.

Y a mí se me rompió el corazón.

Jamás entenderé su posición. Entiendo que aquel encuentro que tuvo fue bastante fuerte, pero le pidió perdón, no sé. Aunque con eso no fuese suficiente, al tiempo intentó cambiar y redimirse. Es que no lo entiendo, ¿Tan malo ha sido? Otros padres han sido peores y no han hecho lo mismo.

¿Es que no le pesa ni su infancia feliz? ¿ni un recuerdo bueno con él tiene que no le da pena que se fuese con esa tristeza a la tumba?

Intenté hablar con mi hermana del tema, pero se empecina en repetir que esos son sus sentimientos y punto.

Y yo no lo puedo entender. Quizá sea porque somos personas diferentes, porque cada uno ve las cosas a su manera, pero… ¿ni en el lecho de muerte es capaz de mentir, aunque sea para que se fuese tranquilo?

En fin.

Mi padre se fue, y yo cada vez que me acuerdo de esto me rompo en mil pedazos y no puedo salir de mi tristeza.

Y, creedme, no fue tan mal padre. Ha tenido cosas malas, sí, pero nos dio una infancia muy buena, con la que compartió un montón de cosas con nosotras. También tenía sus cosas buenas. Era sensible y muy muy generoso, y a veces nos hacía reír mucho. Intentó cambiar y mejorar con nosotras. No sé, quizá no fue el mejor padre del mundo en nuestra adolescencia, pero se esforzó por cambiar. Se merecía una oportunidad.

Y sin embargo se fue pensando que una de sus hijas no lo quería.

ANÓNIMO