Creo que a todas las madres se nos detiene el corazón cuando nos llaman del cole de nuestro peque.  Lo primero que pensamos por supuesto es lo peor: “se ha caído y está lastimado”, “se ha peleado y está lastimado”, “comió algo que le cayó mal y está malo” y así diversos escenarios (cada uno más fatalista que el otro) pasan por nuestra mente durante los segundos que pasan entre el momento que vemos la pantalla del móvil, y finalmente logramos reunir la fuerza para atender y hablar.

Todo transcurrió como uno esperaría: “¿Hola, hablo con la mamá de Damián?”

“Si, ella habla, ¿Qué ocurre?”

Para mi sorpresa, la directora sonó muy calmada al teléfono, lo cual me dio a entender que no se trataba de nada grave, y en efecto, cuando pregunté si mi hijo estaba bien, me confirmó que sí, pero que necesitaba que fuese a conversar con ella y con la maestra de mi hijo en la brevedad posible.

Aunque en teoría todo estaba bien, el “brevedad posible” me dejó algo alarmada.

Tranquila, pero igual intrigada estuve el resto de la mañana mientras llegaba la hora de ir al cole por Damián, me quedé un rato más como me habían pedido al llegar, y cuando la maestra terminó de despachar a su clase, comenzó la reunión. Tuvo lugar en el despacho de la  directora, yo con Damián sentado en las piernas, pero distraído con un video de YouTube que le puse en mi móvil para que nos dejase conversar. 

“Verás, mamá” comenzó la maestra (me chocaba que me llamara así), “El niño le dijo a sus compañeros (a varios de ellos, y repetidas veces) que tú le habías dado un condón y además – se aclara la garganta- que lo había disfrutado mucho”.

Y ahí en esa oficina de escuela, me bajó la presión, me dolió el estómago, y me fallaron las piernas. Hice memoria no sé por qué narices, porque obviamente no haría algo así, y de hacerlo lo recordaría.

Y en segundos que me parecieron horas, caí en cuenta de cuál era el malentendido.

Contexto: Damián es de mal comer, no le gusta repetir comidas, y tengo que estar constantemente buscándole la vuelta. La noche anterior, para entusiasmarlo con la cena, le compré y preparé un CORNDOG, (otro dato de Damián, a sus 4 años aún  está desarrollando el habla). De vuelta a la historia, cenó CORNDOG, estás salchichas fritas cubiertas en harina de maíz que venden en las ferias. Le encantó, repitió, y yo fui una mamá feliz.

Apenada pero sin poder contener la risa, les expliqué a las dos mujeres a que se había referido mi hijo con sus palabras, y cómo mi único pecado había sido no aclararle el nombre de su cena. Ellas también se rieron del malentendido, pero ahora yo tenía que aclararle ese pequeño detalle a mi hijo, y ellas a las varias madres confundidas que de seguro tendrían muchas preguntas la mañana siguiente.

Resultó que nunca pudo pronunciar la palabra correctamente, y también tuve que aclararle el tema a la familia y a media cuadra.

Danellys Almarza