Mi hijo es un Pequeño Cleptómano

Hace poco os contaba cuando llevé a mi hija al médico pensando que tenía la lepra, pero resultó que sólo estaba llena de mierda. 

Hoy, vengo a contaros cómo mi hijo se está convirtiendo en un pequeño cleptómano.

Tenía que haberlo visto venir, puesto que, con sólo unas semanas, consiguió quitarme la alianza del dedo. Como me iba muy grande (“ventajas” de pasarme el embarazo vomitando 24/7, perdí 32 kilos), lo achaqué a que se me habría caído, pero empiezo a dudarlo.

Desde que aprendió a gatear a los seis meses, hay que andar siempre con mil ojos con él, porque siempre intenta (y a menudo consigue), adueñarse de algo que no es suyo.

A los ocho meses los llevé a un cuentacuentos. Había una animadora que les iba contando una historia, y les daba juguetes para hacer actividades con ellas. No sé cómo o cuándo pasó, porque al final de cada actividad yo misma iba a devolver los juguetes a la caja, pero al llegar a casa encontré un pececillo rosa con chuflete (¿es chuflete una palabra? En mi casa siempre la hemos usado, pero tenemos nuestro propio diccionario). No estaba ahí por equivocación, estaba perfectamente camuflado en la bandeja de debajo del carro, debajo del plástico para la lluvia. Y cuando lo vio, vino reptando cual culebrilla con los ojos todos iluminados al volver a ver su tesoro nuevamente.

Desde entonces, cada vez que salimos de casa a cualquier tipo de actividad, siempre tengo una sorpresa esperándome escondida en cualquier rincón. En los lugares más inesperados. Un coche en el calcetín, un mono de peluche en la capucha del jersey de su hermana, un sonajero en la capucha de mi abrigo, que me volví loca durante un buen rato buscando porque de repente, pitaba cada vez que me movía. Os juro que una vez encontré una pieza de duplo dentro del pañal.

Al menos tenía un patrón, siempre eran juguetes pequeños que caben en cualquier lado.

Tenía.

Bien, pues hace un par de semanas, el pequeño mangante que tengo por hijo robó un sujetador. Un sujetador. Un sostén. Un tetero, como decía mi abuela. Lo escondió en la bolsa de los pañales sucios. Entre pañales y toallitas. 

Cuando fui a poner la lavadora, me lo encontré ahí, en medio de todo el pastel, como si de la figurita de la tarta se tratara. Un flamante sujetador blanco de encaje con un lacito negro. Pero como aquí yo tengo la cabeza para llevar pelo, pensé que era mío (tengo dos sujetadores, uno azul y uno verde. Y no he tenido uno blanco en mi vida, pero oye, ¿por qué no iba a ser mío?).

Fue mi marido, que tengo que reconocerlo, me sorprendió para bien, quien se dio cuenta en cuanto lo vio que eso no era mío. (Voy a tener que creerle cuando me dice que es muy observador).

Así que nada, tras un rato pensando, imaginamos que tendría que ser de la chica que les cuida un par de días a la semana. 

Parece ser que lo cogió mientras ella estaba doblando la ropa limpia, y se las ingenió para esconderlo y traérselo para casa. Menos mal que ya le conoce, y le hizo hasta gracia la situación, porque un día este hijo me va a meter en un problema grande.

Por suerte, de momento, no ha mangado nunca nada en una tienda. Lo intenta, pero como suele coger comida, esa quiere que se la abra y me la da en seguida.

Pero salgo acojonada de casa, esperando el día en el que la maquinilla de la tienda se ponga a pitar como loca por culpa de mi pequeño cleptómano.

Andrea.