El zombi emocional

Me da mucha vergüenza contar esta historia, porque es una experiencia que me ha marcado, pero quiero compartirla para que la gente que me lea pueda prevenir este tipo de situaciones, darse cuenta y huir ante cierto tipo de personas, antes de lo que yo lo hice. Porque solo contando las historias pueden servirle a alguien y pueden ser recordadas.

Conocí a Alberto en una discoteca. Fue una noche que salí con una amiga para tomar algo y acabamos en la discoteca hasta que cerraron; esas noches que te lían y se acaban convirtiendo en aventuras. En la discoteca conocí a un chico que era muy mono y se movía que daba gusto o, mejor dicho, tenía mucho desparpajo y poca vergüenza, lo cual denotaba seguridad. Me atrajo su manera de actuar y sus palabras, y en poco tiempo ya estábamos bailando juntos. Charlamos un poco, nos reímos mucho y bebimos unas cuantas cervezas. La atracción que había entre nosotros se palpaba en el ambiente. 

Cuando salimos de la discoteca, me lanzó una indirecta por si quería tomar la última copa en su casa, a lo que le dije que no, gracias. Tenía que volver con mi amiga y no me apetecía tener un “aquí te pillo, aquí te mato” con un desconocido. El caso es que nos dimos los números y quedamos para vernos más adelante.

Volvimos a quedar para tomar algo y, os lo prometo, el chico me encantó. A mí me encanta la música y él había estudiado en el conservatorio. Aluciné con la conversación que tuvimos: tocamos temas muy diversos, desde política hasta pintura y cine. Pensé que era un chico muy inteligente y que sabía de un montón de cosas que me interesaban. Para mí es importante tener cosas en común con mi pareja, y la cultura me interesa muchísimo, y si puedo compartirla con mi pareja, mejor que mejor. 

Empecé a notar pequeños gestos, pequeñas actitudes y comentarios que me parecieron fríos y poco empáticos. En las conversaciones, intentaba quedar por encima de mí en cuanto a conocimiento: me preguntaba si sabía quién era X persona, me decía una retahíla de artistas que conocía para que yo pudiera investigar sus obras, me preguntaba si sabía cómo se llevaban a cabo diversas técnicas artísticas, discutía mis opiniones acerca de la música…

En ese momento no me di cuenta, pero la verdad es que me sentí incómoda y cuestionada. Lo que pasaba era que, en ese momento de incomodidad, no sabía identificar qué era lo que me hacía sentir tan mal, hasta que pasaba el momento y me iba sin energía y con un mal sabor de boca a mi casa.

Otro día, recuerdo que quedamos para pasear por la ciudad y estuvo supercariñoso, haciéndome bromas, contándome historias que le habían pasado, y me pareció que era una persona completamente diferente a cuando estaba en plan sabelotodo. Pero no me cuadraban esos momentos en que todo estaba genial con los otros momentos en que parecía distante y frío.

En las conversaciones que teníamos por whatsapp me daba una de cal y otra de arena (mala señal). A veces me hablaba como si fuera su mejor amiga, me hacía bromas, compartíamos canciones y nos reíamos de todo, y otras veces me mandaba contestaciones secas y sin sentido, o esperaba horas o días para responderme. Si de algo estoy segura, es que su actitud era incoherente.

Un día estábamos paseando por al lado de la playa y él sugirió que fuéramos a tomar una cerveza a mi casa, ya que estábamos cerca. Es cierto que habíamos tonteado antes, pero nunca nos habíamos liado, y como el chico era tan raro y no lo veía venir, no esperaba que pasara nada. El caso es que fuimos a mi casa, y entre cerveza y cerveza empezamos a besarnos y desnudarnos. Lo cierto es que, pensándolo fríamente, el chico no era nada guapo, pero de alguna manera supo cómo seducirme y cómo hacerme caer en sus redes. 

Finalmente, empezamos a tener sexo, pero un sexo muy frío, como si hubiera un muro entre nosotros. Lo miraba y no lo veía. Sus ojos marrones reflejaban una mirada hipnótica, pero a la vez muy superficial. El caso es que el chico acabó bastante rápido, y, acto seguido, me dio un abrazo muy seco. Entonces le dije que yo aun no había acabado y que si me quería ayudar. Me tocó durante unos minutos, pero yo no acababa (claro, estaba 0 cachonda por su falta de cariño y pasión) y me empecé a masturbar para que la cosa fuera más rápido, a lo que él dijo, cortante: “me gustaría irme”. Yo lo miré sorprendida y le dije que se quedara al menos hasta que acabara, a lo que él me volvió a repetir que se tenía que ir. Se inventó una excusa de que tenía que acompañar a sus padres a nosedónde y se piró.

Así, sin más.

Me sentí fatal. El paseo por la playa había ido genial, y ¿ahora me hacía esto? No entendía nada. Cuando me repuse del disgusto, yo le reproché su actitud, a lo que él me respondió que tenía muchos problemas, inseguridades… etc, vamos, excusas que no venían a cuento ni justificaban la poca empatía que tuvo. Yo intenté entenderlo, pero sabía que no era justificación, que lo que había hecho no tenía justificación posible.

Después de aquel encuentro, el sinvergüenza tenía la cara dura de hablarme cada cuatro meses, para ver si aún estaba ahí y le contestaba, básicamente tanteaba el terreno. Yo le contestaba de manera fría, porque no quería nada con él. Pero él seguía erre que erre con su manipulación.

La última vez que lo vi, fue en un restaurante. Insistió para vernos y yo aún tenía esa espinita de “lo que hubiera podido pasar entre nosotros”. Y estaba enganchada, como si este chico fuera una droga. Quedamos para cenar en un italiano y después de la cena él se me lanzó y me dio los besos más pasionales que me han dado en mi vida, se comportó como si fuera mi novio, me daba la mano, me abrazaba, me decía que me había echado mucho de menos, que nos teníamos que ver más, etc. Os juro que esa pasión era innegable, sentí magia.

Al día siguiente le dije de quedar, a lo que me respondió: “no, es que yo no quería nada contigo, no sé qué te ha hecho pensar eso”. ¿¿¿¿Perdona???? Yo le mandé a la mierda, literalmente, y jamás volví a hablar con él. 

Después de este rollo que duró unos años con idas y venidas, os puedo asegurar que acabé hecha polvo. Me costó muchísimo volver a tener pareja. Estuve investigando este comportamiento, y en psicología, este chico encajaría con el trastorno narcisista de personalidad. 

Aprendí sobre las relaciones de abuso emocional, que fue mi caso: me hacía el refuerzo intermitente (una de cal y otra de arena), los altibajos emocionales (subidones y bajones para engancharme), la ley del hielo (tratarme como si no existiera), gaslighting (haciéndome pensar que estaba loca), y, en definitiva, se comportó como un tremendo irresponsable emocional, o como los llamaría una de mis mejores amigas: un zombi emocional. 

Así que, ya sabéis, cuando identifiquéis este patrón, salid huyendo. ¡Es un zombi!

Lunaris