Tengo 30 años y mi madre me obliga a comprarme la ropa que a ella le gusta TODAVÍA, y si alguna vez se me ocurre aparecer con algo que me he comprado yo por mi cuenta me pone de vuelta y media, cuando no me humilla públicamente. No lo llevo bien, evidentemente. Intento quitarle hierro al asunto y pensar «bueno, pues mi madre salió así, me tendré que aguantar», pero es que no entiendo por qué tengo que aguantar esto, por eso quiero pediros consejo para que podáis ayudarme.

Tengo muy buena relación con mi familia, somos una familia grande y unida y como la mayoría vivimos en la misma ciudad tendemos a vernos a menudo. Yo, con mi madre, en general, no me llevo mal. Aunque es un poco pesada a veces y demás, siempre me ha dado mucha libertad y me ha apoyado en todo lo que yo he querido hacer y ha confiado en mí. ¡PERO NO SÉ QUÉ COÑO LE PASA CON MI FORMA DE VESTIR!

Es más que evidente que mi madre y yo tenemos gustos muy diferentes. Ella es lo que yo llamaría «un poco barroca», vamos, que le encantan los volantes, las puntillas, las chaquetas con flecos, ponerse veinte colgantes y llevar diademas en el pelo». Yo soy más minimalista y suelo vestir más de sport. Por ejemplo, me encanta la tendencia de llevar un vestido básico con unas zapatillas de sport. Mi madre no la soporta.

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Por suerte, para trabajar no necesito ir «arreglada», suelo tirar de vaqueros y camisetas así que no tengo mucho problema a la hora de combinar cualquier cosa que me guste con unos pantalones vaqueros o negros, que son mi eterno fondo de armario. El problema llega cuando, de vez en cuando, me apetece comprarme un vestidito o unos pantalones o una camisa que se salen un poco «de lo normal». 

Para empezar, mi madre es una obsesa de las tiendas y dedica su tiempo libre a pasearse por todas las tiendas de la ciudad y se conoce a todas las dependientas, y cuando ve algo que le gusta para mí, me llama. Yo, normalmente, suelo pasar de sus invitaciones porque ya me sé yo cómo acaban estas cosas, pero a veces me describe unas prendas que me interesan, la verdad. Y también tengo que reconocer que, como a mí no me gustan nada las tiendas, cuando necesito algo la mando a ella de avanzadilla. Por ejemplo, si tengo una boda, le digo «oye pues si ves vestidos de boda que estén bien y baratos, me avisas». ERROR.

Porque me avisará encantada, pero también me obligará a comprarme el vestido que a ella le parezca bien, que suele ser, fíjate lo que es la vida, justo lo contrario a lo que yo quiero. A mí me parece normal que dos personas diferentes tengan gustos diferentes, lo que no me parece ni medio normal es que una persona se crea que puede imponer sus gustos a la otra. Porque mi madre es lo que hace: si no me llevo el vestido que ella quiere, empieza a sacarme mierda y se queda ella sola.

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Empezando por el recurrente «pareces una mesa camilla» hasta el «es que no tienes gusto ninguno y lo peor es que no te dejas aconsejar» pasando por el «no te das cuenta de que este vestido no te disimula nada». Porque claro, yo estoy gorda. Y tampoco me importa que se me marque el culo o me haga un poco de tripa un vestido si me gusta. Por ejemplo, me encantan esos vestidos que son como estilo pin up, marcados a la cintura y con mucho volumen hacia abajo. Pues mi madre por ahí no pasa y, con treinta años, todavía no he podido comprarme un vestido así. Porque parezco una mesa camilla. Será de lo caliente que me tienes el parrús, que se me va a convertir en brasero.

Me he enfrentado a ella, le he explicado que es mi cuerpo y me visto como me da la gana, le he dicho por las buenas y por las malas que no tiene derecho a hacer lo que hace. Pero claro, las madres… ya sabéis… se aferran al «lo hago por tu bien y lo que pasa es que no te dejas ayudar» y de ahí no las sacas. Y yo ya no sé qué hacer. Lo fácil sería rendirse pero es que no me da la gana. Creo que merezco poder comprarme el vestido que me guste y poder llevarlo a una comida familiar sin tener que recibir una retahíla de comentarios negativos por ello.

Elena B.

IMAGEN DESTACADA: DANIELLE VANIER