Siempre he tenido que escuchar y seguir, aunque fuera poco, los consejos de mi madre. Ella es una de esas señoras que cree vivir una nueva vida a través de la de sus hijos. La de mi hermano no le interesa tanto porque él va a su rollo, pero yo… Yo soy su objetivo, yo siempre estoy en el punto de mira y siempre debo corresponder con abnegación y sumisión a sus manipulaciones e imposiciones.

No pude elegir qué estudiar, pues ella tenía un plan para mí. Cuando me fui de casa y elegí mi nuevo piso, ella a mis espaldas apalabró otro más cerca de ella y renunció en mi nombre al que yo había elegido y que tanto me había costado encontrar.

Toda mi vida fue así y yo debo analizar y adivinar qué batallas me vale la pena pelear y en cuales es mejor rendirme y sucumbir. Sé que sería una buena decisión ponerle un límite claro y, si no lo respeta, alejarme de ella; pero es muy fácil de decir desde fuera. Yo misma se lo aconsejé alguna vez a una amiga con su hermana manipuladora, pero hay que verse en ellas. Hay que entender que una persona que fue criada entre manipulaciones y chantajes emocionales, que creció con el estigma de ser la única culpable de las desgracias familiares (por cosas como elegir el bachiller de letras), tiene algo impreso ya en su cabecita que le hace vulnerable.

Con los años pude ir marcando algún límite, aunque nunca fuera muy fijo, pero conseguí que dejase de aparecer en mi casa sin llamar (gracias a mi novio, que le abrió la puerta desnudo), que no hablase en el grupo familiar en mi nombre (casi nunca) y, lo más importante, que no opinase sobre nuestras finanzas.

Desde que mi novio y yo vivimos juntos, todos sus esfuerzos iban a intentar averiguar en qué gastamos nuestro dinero, cuales eran sus vicios y qué cosas merecían ser un gasto del hogar y cuales eran una rotunda estupidez.

Para ella, el hecho de que pagásemos una suscripción al gimnasio de al lado de casa era una irresponsabilidad, habiendo uno más barato al lado de su casa. Mi primera crisis de pareja vino cuando nos llegó por carta la tarjeta de acceso al gimnasio que tenía la aprobación de mi madre y, con ella, la factura. Porque si para ella era mejor opción, tomaría la decisión por nosotros, pero sin contar con nosotros. Había contratado un bono doble de tres meses que tuve que pagar. Mi novio puso una reclamación al lugar por aceptar documentación sin comprobar que la titular daba consentimiento, pero aquello quedó en nada.

Después de esto pasé tiempo sin llamarla y puse distancia.  Había perdido mucho dinero y, lo peor, casi había perdido a mi novio.

Tras varias conversaciones, miles de lágrimas y mensajes de “Ahora que tienes novio yo ya no soy nada para ti”, pudimos llegar a un entendimiento.

Mi novio y yo, por nuestra parte, teníamos un trato: no le pediríamos ayuda ni consejo jamás y así evitaríamos conflictos. Cuando teníamos algún mes complicado y ella lo intuían rápidamente nos ofrecía ayuda, nos hacía jurarle que no dejaríamos pasar la ocasión de ver nuestras dificultades resueltas por nuestros problemas personales con ella. Pero siempre eran ofrecimientos vacíos.

Recuerdo un día de invierno que llegó a mi casa y me dijo que cómo tenía el piso tan frío. Fuera había 1ºC y yo no podía poner la calefacción, pues ese mes me habían bajado las horas en el super en el que curraba. Ella, que podría dejar dinero en la entrada discretamente y animarnos a encender la calefacción, en realidad nos decía “Si queréis que os ayude, yo encantada, pero tenéis que pedírmelo”. Es decir, está dispuesta a ayudar, pero a cambio de la humillación de tener que pedir y aceptar sus condiciones. Así que lo habíamos dejado pasar.

El caso es que mi novio llevaba varios meses en paro y a mí me habían ajustado tanto las horas que, con la subida de precios, no llegábamos ni a mediados de mes. Como pudimos fuimos recortando gastos y pagando a crédito todo lo que podíamos. Pero llegó un punto en que el crédito se terminó y no podíamos salir airosos de la situación. Entonces, mi novio, me propuso hablar con mi madre. Siempre se quejaba de que no la incluíamos en nuestra vida ni le permitíamos arrimar el hombro. Y ahí fui yo, ingenua perdida, a pedirle ayuda a mi madre.

Ella, feliz y altiva, me dijo que me ayudaría encantada, pero que debía pasarme por su casa a pedir el dinero de forma oficial y llevar conmigo un extracto del banco donde constase en qué había gastado el dinero y, además, debíamos autorizarla en la cuenta conjunta para que pueda ver quien gasta más, quien ingresa más y en qué “chorradas” se nos va el dinero.

Ella nos podría dar los 2000 euros que necesitábamos para salir del pozo, pero los intereses eran más caros que los del banco. Era el control de nuestra vida el precio a pagar. Así que le dije que gracias, pero no.

Pasé miedo un par de semanas en las que las facturas se acumulaban en la entrada, pero pronto mi novio encontró un curro de lo suyo y, con su primer sueldo pudimos levantar cabeza y, en tres meses, liquidar la deuda y respirar tranquilos.

Ahora, con varios miles en ahorros y la tranquilidad que proporcionan, evito a mi madre en lo posible y me alegro de haber tenido la fuerza de decir que no. Aquello supuso un antes y un después, sé que ahora les habla a sus amigas de mí como una mala hija, pero yo sé la verdad y vivo más tranquila con ella lejos.

 

Esrito por Luna Purple, basado en una historia real.