Hola a todas. Dado que me vino tan bien contar mi experiencia anteriormente, hoy quiero hacerlo de nuevo y os voy  a hacer partícipes de lo que pasó después de que me hiciese consciente del ENGAÑO en el que se basaba mi relación.

Como os expliqué en la primera parte de esta historia, después de muchos años de matrimonio siendo víctima de distintas y continuas infidelidades por parte de mi marido, me encontraba en un momento en que me sentía totalmente devastada psicológicamente:

Mi autoestima estaba por los suelos y no tenía fuerzas ni sabía cómo salir de la situación.

Era como un muñeco que ya ni sentía ni padecía, que no tenía capacidad para tomar decisiones, estaba completamente anulada e incapaz de seguir adelante ni de resolver y acabar con mi sufrimiento.

 

mujer descansando

 

Aunque al fin había caído la venda de los ojos, podía ver las cosas con claridad y había tomado esa decisión a la que tanto me había costado llegar, no conseguía reunir las fuerzas como para llevar a cabo la salida de esa situación.

Una lucha continua entre mi cabeza y mi corazón se llevaba a cabo en mi interior a diario. Mis pensamientos me guiaban a actuar, a moverme, a ser valiente y separarme, con todas las consecuencias que ello conllevaría.

Mi cabeza lo veía así de fácil, pero mi corazón herido se oponía: estaba completamente bloqueado y congelado, paralizado, muerto de miedo.  Esa lucha hacía que me sintiese totalmente inmovilizada.

Pero la determinación estaba ahí y, aunque pareciera que no hacía nada con ella, gracias a ella cada vez me sentía más fuerte, más segura de mí misma, cada vez me dolía menos todo.

 

 

Mi rechazo por él ya era absoluto. En nuestra convivencia, había dejado de intentar conseguir unas migajas de su atención y de su amor, cosa que antaño había sido lo habitual.

Empecé a hacer mi propia vida dentro de esa misma casa, viéndolo como a un compañero de piso que además era el padre de mis hijos. Empecé a pasar de él y a sentirme bien conmigo misma.

Por primera vez, no me importaba en absoluto lo que él hiciese o dejase de hacer: pensaba que, como siempre, se estaba viendo con otras y me la traía absolutamente al pairo.
Estuvimos todo este tiempo (que acabaron siendo un par de largos años) sin apenas tocarnos. Yo llevaba rechazando su contacto físico desde que descubrí todas sus deslealtades y él parecía haberlo aceptado y prácticamente no me buscaba, aunque en alguna ocasión puntual se le ocurriera volver a hacerlo.
rechazo
Entonces intentaba algún acercamiento, abrazarme por ejemplo, pero mi cuerpo se ponía tenso como un palo y jamás se lo devolvía.
Hacía el mismo tiempo que muchísimo menos le dedicaba un te quiero o cualquier otra palabra o gesto cariñoso.  No me salía y era totalmente incapaz. Me había convertido en la mujer de hielo.
Parecía respetarlo y conformarse. Nunca protestó por ello y nunca le vio hacer ni un mínimo esfuerzo por buscar soluciones a todo ello.
Y mucho mejor, porque yo ni las hubiera creído ni las quería ya.
Comencé a disfrutar de mis aficiones, de mis amigos, de todo lo que antes no había valorado al estar absolutamente ciega y obsesionada por salvar algo que no tenía ningún sentido. Entraba y salía sin dar prácticamente explicaciones.
A esas alturas, ya tenía todo muy claro, pero inexplicablemente seguía sin ser capaz de mover un solo músculo para poner el punto y final a esa historia.
Todo se me venía encima cada vez que pensaba cómo lo podía realizar. Me costaba horrores ser consecuente con mi decisión y mis sentimientos y, además, cortar definitiva y oficialmente nuestro vínculo.
Hasta que un día pasó lo que tenía que pasar, y conocí por casualidad a una persona que me llenó de fuerzas y de valentía para hacer lo que no me había atrevido a hacer hasta entonces.
Este hombre volvió a mostrarme lo que significaban los valores de «compromiso», «respeto» o «fidelidad», palabras que ya creía que no existían. Poco a poco, de su mano, fui recuperando el amor hacia mí misma y, también, poco a poco, enamorándome profundamente de él.
Este enamoramiento se fue produciendo muy despacio y cociéndose a fuego lento… y un día, por fin, fui consciente de que volvía a sentirme como a los quince años, de que me hacía recordar todas aquellas ilusiones que no solo había olvidado sino que habían acabado muriendo dentro de mi.
Llena de culpa y contradicciones, acabé iniciando una relación con él sin haberme separado todavía de mi marido. Aunque dentro de mi hacía muchísimo tiempo que aquello estaba muerto, como sabéis. Yo verdaderamente me sentía soltera, aunque atrapada en una situación que me superaba y de la que era incapaz de salir.
Nunca antes había hecho algo así y ni se me habría pasado por la cabeza, iba en contra de mis valores y entré en bastante confusión y autocastigo.
Pero mi culpa se fue disipando gracias al AMOR y la COMPRENSIÓN de esta nueva persona. Él, que conocía perfectamente toda mi historia, se dedicó a mimarme y hacer que me sintiera amada y cuidada tal y como siempre había merecido.
Y mi corazón se desbloqueó y lo hizo con tanta fuerza que acabó tomando el mando:
Decidí, pues, seguir adelante. Decidí ser egoísta. Decidí que, por una vez en la vida, iba a saltarme mis propios principios porque mi marido no se merecía que dejase de disfrutar de algo que me hacía sentir plena y feliz por primera vez en años.
Decidí seguir el camino «incorrecto», pues a su vez sentía que era el correcto para mi.
Tardé algo más de un año en conseguir reunir la fuerza y el valor para separarme oficialmente y que dejase de existir convivencia familiar. Lloré mucho por todo lo que no había podido ser y por nuestros hijos.
Me sentía, a pesar de todo, la peor persona y madre del mundo…
Pero os aseguro que valió la pena. Han pasado varios años y continúo mi relación con la persona que llegó a mi vida como «amante» y que realmente es el hombre de mi vida…
Un hombre del que no tengo ningún tipo de dudas, que me hace sentir igual de querida, respetada y valorada que el primer día, y por el que pondría la mano en el fuego en cuanto a su fidelidad ya que nunca ha dejado de demostrarme que solo tiene ojos para mi y que el AMOR existe.
A su lado, jamás se me ha pasado por la cabeza invadir su intimidad o llegar a los extremos tóxicos a los que llegué con mi ex marido. De igual manera, sé que jamás volvería a ser infiel.
De hecho, cuando miro atrás, no me reconozco en la persona que llegó a pasar todos esos límites. Hoy en día, de estar en esas mismas circunstancias, sé que sabría salir de ellas sin hacer ni hacerme tanto daño.
Pero sí, soy la misma. Aquella en su versión más enferma y hoy en mi versión sana. La primera, devastada psicológicamente por alguien que nunca supo amar y la segunda, recuperada y conectada de nuevo con quien era antes de destruirse.