Hoy os traigo una historia de ficción. Y de terror. Esas fueron las dos cosas que sentí al darme cuenta de lo que estaba sucediendo.

Os pongo en situación: hace un año empecé con mi novia, una chica encantadora, atractiva y un pelín friki. Me encantaba que me hablara de los videojuegos a los que jugaba, de sus mangas, juegos de rol y, en general, de un mundo que se me escapa totalmente. Yo solo leo a Amélie Nothomb, pinto al óleo y voy al gimnasio. No tengo mucho de alternativa.  El caso es que por tener un tema en común, le propuse que viera la serie de Luimelia, que trata el día a día de una pareja sentimental formada por dos personajes principales (Luisita y Amelia) salidos de Amar es para siempre. Sí, lo sé. Soy un poco señora.

Seguramente si la cosa se hubiera dado con alguno de sus personajes de anime lo habría visto antes, pero estaba tan contenta de que por fin devorara conmigo una serie y pudiéramos comentarla que no me hice más preguntas. Hasta que la cosa fue muy evidente.

Las primeras semanas jugaba a hacer continuas referencias a las frases de Amelia en nuestras conversaciones, pero eso no me alarmó. Yo misma he hecho a lo largo de mi vida cien mil referencias a los Simpson al hablar y eso no quiere decir que me ponga Homer.

Pasado un mes empezó a ser cansino, como cuando mi hermano me habla de los nuevos fichajes del Real Madrid. Traté de expresarle asertivamente que me cansaba hablar siempre de Amelia, por mucho que me gustara y por muy buena pareja que hiciera con Luisita.

Ella respondió como una novia celosa: “¿Buena pareja? Esa sosa no le llega ni a la suela, Amelia merece algo mejor” dijo como si estuviera hablando de alguien real. No solo eso: alguien cercano, por quién sentía un profundo aprecio y no consentía que nadie se metiera con ella. Pero sobre todo me di cuenta de que lo que sentía por el personaje ficticio de Luisita eran unos celos muy reales. Y eso hizo que yo también estuviera celosa y asustada, aunque no supiera muy bien de qué.

Solo podía recordar la mirada digna de Psicosis de mi novia cuando sugerí que podíamos tratar otros temas y como pensé que si Luisita existiera realmente, correría un grave peligro.

Después de ese día la cosa se calmó y la chica dulce que conocí hizo como si no hubiera pasado nada. Yo estaba dispuesta a olvidarlo, o eso creía, pero había visto algo siniestro en ella y ahora no sabía qué hacer.

Si no fuera porque vivíamos en mi casa puede hubiera hecho la maleta de noche y me hubiera ido. Cuando me metía en cama de noche para poder madrugar (a diferencia de ella, yo trabajo presencialmente) oía en el salón risitas que iban de la carcajada por una ocurrencia brillante, a la risilla de tonteo, pasando por suspiros de enamorada. Es solo una serie, es solo una serie, es solo una serie… me dije. Sin embargo, al día siguiente me di cuenta de que había olvidado pasar por el banco para comprar unas cosas en la tienda de la esquina de nuestro barrio, que solo admite efectivo, así que decidí cogerle algo de dinero prestado de la cartera, que se había dejado en casa para ir al gimnasio, y luego reponérselo.

Lo que me encontré me puso los pelos de punta.

Era una imagen en papel fotográfico, doblada de Amelia y ella juntas, besándose. Como diseñadora gráfica no debió de costarle mucho hacer aquello, pero la simple idea era perturbadora.

Decidí entrar en internet y buscar: “personas enamoradas de personajes de ficción” y me encontré con el Síndrome 2D.

Entré en un foro de personas afectadas por este tema y encontré de todo: un hombre decía que su mujer solo quería tener relaciones con él si se disfrazaba del Joker de Heath Ledger, una chica cuyo novio había encargado un muñeco a tamaño real de su personaje de anime favorito y le hablaba y lo llevaba a todas partes.

Al leer aquello desbloqueé un recuerdo que mi mente había querido borrar: el día que oí a mi chica masturbarse en el baño con la voz de Amelia de fondo. En aquel momento se me había venido a la cabeza la mítica canción de las Supremas de Móstoles que sonaba en todas las verbenas cuando yo era pequeña: “me pones los cuernos, me pones los cuernos, con el disco duro, la pantalla y el ratón”.

Aunque tecnológicamente algo más avanzada, la situación era la misma. Y no podía consentir tener que competir con un personaje al que había idealizado, que no tenía lorzas ni llevaba bragas de abuela cuando tenía la regla. Puse una excusa absurda por Whatsapp para justificar que me iba dos días (contestó con un simple “ok” que supongo que quería decir que estaría encantada de tener la casa sola para Amelia y ella, como cuando se van tus padres), pedí unos días en el trabajo y me fui a la ciudad donde vive mi mejor amiga para contarle lo que pasaba.

Nada más abrirme la puerta y sin que la hubiera avisado siquiera de que aparecería, supo que la cosa era grave. Al día siguiente me presenté con mis amigas de la Uni en mi casa, en plan hermandad estadounidense y le dije a la que ya consideraba mi ex que se fuera con su amor virtual a otra parte. No pareció inmutarse.

Recogió sus cosas y dijo no sé qué de Madrid.

Supongo que quería mudarse para sentirse más cerca del objeto de su obsesión. Decidí no hacerme más preguntas. Cambiamos la cerradura con un tutorial que vimos en Youtube y, al empujar la puerta, sentí que también estaba dando un portazo a ese siniestro capítulo de mi vida.

Gordillera