Recuerdo que cuando era pequeña, tenía envidia de mis compañeras si llevaban ropa nueva o si eran guapas. Recuerdo que me comparaba con ellas y solía sentirme inferior. Yo, años atrás, no le daba importancia a mi apariencia física.

Creía que eso era de gente superficial, y de alguna manera tenía miedo de “lo superficial” (ahora sé que es porque no quería que se me asignaran los valores que normalmente se asignan por tener género femenino y porque cuando era pequeña, no me sentía identificada con un género determinado).

Con los años he ido entendiendo lo que me pasaba, he ido comprendiendo los problemas que comporta el género, y he ido aceptando que quererme a mí misma no solo implica cultivar mi mente, sino también prestar atención a mi apariencia: verme guapa, sentirme bien con la ropa que me pongo, expresarme como quiero a través de mi físico. Porque he comprobado que, prestando atención a mi apariencia, me quiero más y me siento más segura, más poderosa.

amor propio

 

El caso es que cuando era más joven yo no me sentía identificada con el canon de belleza femenino ni con la manera de vestir que se supone “femenina”. Y por eso me sentía un poco rara respecto a mis amigas y cuando las veía, me preguntaba qué podía hacer yo para vestir mejor, o cómo ser más guapa, etc.  Yo era esa chica que llevaba siempre pantalones, porque he preferido siempre ir cómoda. Muchas amigas de clase iban con vestido o con ropa más ajustada y yo las envidiaba; pero en realidad,

yo quería también ser yo misma, no imitar a las demás.

No sé si se puede deber a un complejo de inferioridad, o realmente es a causa de los cánones de belleza tan exigentes para las mujeres, o todo junto, pero me sentía desentonar. Yo no quería llevar la ropa que llevaban mis amigas, pero a la vez sentía envidia, porque las veía “encajar”, vestir como se supone que “debían vestir”.

 

Ahora, a medida que han ido pasando los años y ha cambiado más mi manera de vestir y de actuar, sé que hay más prendas que me gustan, y me apetece ir de compras y ver cómo me queda la ropa y sentirme a gusto con ella. También me siento más a gusto tomando decisiones, interactuando con más mujeres y apoyando y compartiendo con mis amigas. Pero aún tengo esa vocecilla en mi mente que me dice:

¿y si no vistes como deberías? ¿y si esto no te queda bien o no es tan adecuado? 

 

Soy consciente de que tiene que ver con mi autoestima (y lo estoy trabajando), pero también tiene que ver con los roles de género, esta continua culpa y vergüenza con la que a veces cargamos las mujeres. Hoy por hoy puedo decir que he aprendido a apreciar y admirar la manera de vestir y la personalidad de las demás, al igual que la mía. Siempre he sentido que desde pequeñas nos inculcaban competir entre nosotras por ser las más listas, las más guapas o las más simpáticas, y ahora veo que nadie es más que nadie, que todas aportamos.

 

Ahora veo que cada una es tan diferente que no podemos compararnos, he dejado de compararme y que querernos a nosotras mismas nos ayuda a querer y admirar a las demás. Y este cambio de mentalidad también ha venido a raíz de compartir problemas con más amigas, y de darme cuenta de que todas compartimos los mismos, de que tenemos que estar unidas. Cuando comparto mis inseguridades o mis reflexiones con otras mujeres, me doy cuenta de que no distan de las suyas, y que ellas también han pasado por lo mismo. Y esto me ha hecho respirar aliviada.

 

Dejar de compararnos y aprender a apoyarnos es la verdadera revolución.

 

Lunaris