Mi ex y yo nos separamos hace ya unos años y, a pesar de todo lo malo, de las discusiones, del dolor por los sueños rotos, de la sensación de fracaso y todas esas cosas desagradables que rodean un divorcio, recuerdo también las sensaciones de esos días en que los niños estaban con él y yo volvía a ser, después de varios años, solamente YO.

Fue una segunda adolescencia. O más bien una primera, porque siempre tuve tanta prisa por crecer que asumí responsabilidades muy joven y me salté muchas etapas divertidas, así que, justo cuando cumplí los 30, empecé a vivir una vida nueva. Salía con mis amigas, me hacía fotos divertidas, no me perdía una fiesta o un concierto si podía evitarlo y tenía una necesidad increíble de compartir mi felicidad y mi cambio en redes sociales. Así mis stories estaban llenos de fotos con mis cambios de look, de mis noches de chicas, de los nuevos modelitos que ahora me sentaban de muerte, de mi sonrisa de alivio y paz… Por supuesto alguna reflexión profunda sobre cuando te conoces después de tanto tiempo… Esta fue una primera fase en mi separación y os la cuento porque he visto una foto de una amiga y:

En aquel momento, cuando me separé, la gente de mi entorno se sorprendió pero, en general, fue una alegría, hacía mucho que no estábamos bien ninguno de los dos y ahora podríamos tener otra oportunidad en la vida de ser felices. Pero muchos amigos y familiares vivían lejos y simplemente se disgustaron por nosotros, que es la reacción esperable. Mi ex no es la persona más sociable, pero había encajado muy bien con una compañera de trabajo de ambos con la que yo tenía una buena amistad. Después su novio y más tarde marido se unió a nuestro grupito de colegas e hicieron muy buenas migas. Ellos vivían ahora en otra ciudad y, cuando supieron la noticia, no sabían bien cómo reaccionar. Yo no quería preocupar a la gente que estaba lejos, pero tampoco me apetecía pasar mi tiempo libre dando explicaciones por teléfono de qué fue lo que me llevó a querer separarme o de cómo estaba siendo todo. Intentaba ser feliz la mayor parte del tiempo y eso no daba muy buena imagen a muchas personas, pero en ese momento, la verdad, me daba bastante igual. Pues bien, mi amiga, llamémosla Leire, hace un tiempo que ha empezado a colgar selfies en redes sociales siempre sola o con amigas, tiene una luz especial en la cara, siempre pone canciones alegres, se la ve activa, yendo a conciertos, a actividades divertidas… Y yo lo vi venir pero, aunque pregunté si todo estaba bien, ella no me dijo nada así que no insistí.

Han pasado unos meses desde la primera vez que me llamó la atención su cuenta de Facebook, y desde entonces han sido un montón las personas que me han preguntado si sé algo de ellos o si sé si están bien. Al parecer no solo a mi me llama la atención tanta alegría en solitario. Incluso mi ex, que no atiende a ese tipo de señales, me llamó para decirme “¿has visto lo que Leire puso ayer? Me recuerda mucho a ti hace unos años.”.

Después de un tiempo evitando entrar en su vida a saco preguntando sin saber si mi preocupación podría hacerle daño, ella me escribió por una banalidad, lo que aproveché para ponerla al día de mi vida y preguntarle qué tal la suya. Ahí estaba la oportunidad de decirme lo que quisiera o de no decirme nada, según se sintiera cómoda.

Con mucho esfuerzo me contó que su marido y ella se estaban separando, que no quería tener esa conversación conmigo ni con el resto de sus amigas por teléfono, que le gustaría hablarnos en persona y no enviar un mensaje en un grupo de WhatsApp, como supimos de otra ruptura en el grupo, que quería vernos y hablar… Y yo recordé esa sensación. Ese “prefiero deciros las cosas a la cara para ver si me juzgáis, si me apoyáis o si vais a desaparecer, pero a la vez no me apetece nada volver a contar todo esto desde el principio”. Fue duro para mi repetir mil veces mis motivos, mis decisiones, mi actuación… Y ahora, tras mi experiencia con nuestras amigas, que son personas maravillosas, y mi experiencia interna personal, necesito que sepa que no tiene que hacer NADA. Que todo el mundo sospecha esa ruptura, a todas nos da una pena tremenda porque los queremos mogollón a los dos, pero esas cosas pasan, el amor va y viene y uno hace lo que puede… No hay que explicar nada, a veces con un simple mensaje es suficiente, o quizá ni eso. Yo solamente quiero que sea feliz. Y él también, porque son bellísimas personas y, aunque ya no pertenecen a mi día a día, jamás olvidaré su apoyo en momentos delicados, su cariño siempre y su alegría al verme feliz de nuevo. Y con todo esto no sé cómo hacerles ver que, el hecho de que no preguntemos más, de que no intentemos saber, no es despreocupación, es respeto y, ese mismo respeto, nos hace desear que no digan nada y vengan a vernos (cualquiera de los dos) simplemente porque los echamos de menos.

Si necesitan hablar, obviamente, estaré aquí para ellos. Si mi experiencia los puede ayudar en temas administrativos, legales o emocionales, estoy a su entera disposición, pero si quieren venir a pasar una tarde terrazas y cañas, un día de risas y recuerdos traumáticamente graciosos… Nadie va a meter el dedo en la llaga, nadie quiere saber más de lo que necesiten contar. La noticia está dada, chicos, seguid hacia delante y contad con nosotros si lo necesitáis. Y si no, ni penséis en nosotros, que bastante tenéis ahora en qué pensar.

 

Escrito por Luna Purple basado en un caso real.