Odio el verano, lo odio.
No siempre ha sido así, hasta hace unos doce años lo amaba, como casi todo el mundo. Le cogí manía cuando me dio por emprender y un monté un negocio de hostelería. En un lugar de esos que multiplica por cuatro su población durante la época estival. Casi mejor debería decir que tengo una relación de amor-odio con esta estación. La amo, porque es cuando más facturo. La odio, porque es cuando más trabajo, con diferencia. Me paso estos tres meses encerrada en mi local; salgo solo lo justo para ducharme, dormir y atender a proveedores. Y, ojo, no me quejo. O sea, me estoy quejando, pero no es una queja-queja real.
Bueno, que lo que quería contar es que mis hijos pasan todo el verano con sus abuelos, debo de ser una madre horrible. ¿Verdad? Desde luego que yo hay días que siento que lo soy.
No solo por abusar de los abuelos para conciliar. Sino también porque soy tan chunga, que me puedo tirar todas las vacaciones sin ver a mis hijos más que unos días sueltos. Los que vienen a verme o los dos o tres que me acerco yo a casa de mis padres durante unas horas. Porque lo cierto es que no los tengo ni cerca. A finales de junio cargo el coche de ropa y me los llevo al pueblo.
Mis hijos se quedan en la casa de mis padres hasta septiembre, es algo que tienen muy interiorizado. Ni siquiera se les ocurre pensar en la opción de quedarse en casa. Saben muy bien que es imposible y no me parece que lo lleven mal. Es todo lo que conocen. Y me gustaría decir que es que los abuelos tienen un casoploncio en la playa y están allí mejor que en un resort del Caribe. Pero no es así. Lo cierto es que mis padres viven en un piso modesto, en un barrio tranquilo de un pueblo pequeño. No hay playa cerca, no hay un río. Por no haber, no hay muchos niños.
Sin embargo, no todo es malo. Tengo la suerte de tener unos padres jóvenes y joviales. Ambos prejubilados y activos y muy muy niñeros. Adoran a mis hijos, los cuidan de maravilla y juegan con ellos. Se los llevan de excursión, salen al parque, a la piscina, e incluso me los malcrían un poquitín.
Mis niños apenas me ven durante el verano, pero hablo con ellos a diario y sé que están bien y felices. Tal vez no estén aprendiendo nada nuevo ni viviendo aventuras. Solo están pasando unas vacaciones tranquilas y rutinarias, sin prisas ni carreras ni madrugones.
Yo los echo de menos, no obstante, también es cierto que con este arreglo estoy más tranquila que con otras soluciones que terminan siendo peores para ellos y para mí.
Debo ser una madre horrible, pero mientras mis hijos sean pequeños y mis padres lo disfruten, creo que seguiremos organizándonos así.