Mis padres murieron cuando yo tenía 7 años: Así crecí siendo huérfana
(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora)
Me gustaría saber cómo funciona exactamente el cerebro humano. En qué se basa para decidir qué recuerdos almacena y de cuáles se deshace. Ojalá existiera una especie de papelera de reciclaje de la que poder recuperar aquellos que ha desechado en contra de tu voluntad. Porque me encantaría recordar un montón de cosas de las que no tengo más que imágenes borrosas, en el mejor de los casos.
Ya no soy capaz de recordar el olor de mis padres, el de la casa en la que vivíamos los tres. No recuerdo cuáles eran nuestras rutinas. No recuerdo casi nada, porque mis padres murieron cuando yo tenía siete años. Me quedé huérfana a una edad demasiado temprana como para atesorar todas esas memorias que tanto echo de menos. Y demasiado mayor como para olvidar que alguna vez tuve padres.
Crecí rodeada de niños que sí los tenían, con esa sensación errónea de que yo era la única persona en el mundo que había sufrido esa desgracia. No era consciente de que, dentro de mis circunstancias, tenía al menos la suerte de contar con más familia. Tenía unos abuelos maravillosos que me adoraban y que se encargaron de que nunca me faltara de nada.
Y, en efecto, nunca me faltó nada. Nada… salvo mis padres. Tuve techo, alimento, educación y toneladas de cariño. Lo que no tenía era una madre que me fuera a buscar a la salida del cole. Un padre que me ayudara con los deberes. Unos padres que me arroparan por las noches, que me preguntaran cómo me había ido el día, que me llevaran de excursión a la playa.
Mis padres murieron cuando yo tenía 7 años: Así crecí siendo huérfana
Los míos hacían todo eso, pero apenas me acuerdo. Y mis abuelos también lo hacían, solo que… no era lo mismo. Pese a que los quería con locura, no eran ellos. Eran mi mejor opción, pero también eran un sustituto de lo que había perdido. Les tocó adoptar un rol muy diferente del que habían tenido hasta entonces. Y, aunque lo hicieron lo mejor que pudieron y supieron, siempre sentí la falta de mis padres. Cada uno de los días de mi infancia y adolescencia. Supongo que aún la siento ahora, que soy adulta.
Puede que incluso sea peor si algún día tengo hijos. Porque, si ser madre es difícil, serlo sin la tuya propia tiene que serlo mucho más. Será otra forma de revivir esa infancia marcada por las carencias. Años de sentirme mal cuando veía a los otros niños con sus padres, cuando hablaban de lo maravillosos que eran. De enfadarme cuando los criticaban. ¿Es que no sabían la suerte que tenían?
Fueron años de dar explicaciones, de ver caras de pena. De sentir la compasión de los demás por algo que nadie podía evitar ni solucionar. A veces imaginaba que tenía a mis padres. Que nunca se habían muerto y yo era una niña con una familia normal. Llegué incluso a fingir que esa fantasía era realidad. Hasta que alguien se daba cuenta, hablaba con mis abuelos y venían las charlas y más dosis de compasión. Me avergüenza mucho admitirlo, pero también pasé por esa fase en la que renegué de las dos personas que más y mejor me cuidaron. Les grité, no una ni dos veces, que ellos no eran mis padres. Que no mandaban en mí… que no podía esperar a tener la mayoría de edad para irme de su casa y ser libre. Les eché en cara que eran demasiado viejos, que no se enteraban de nada…
Mis padres murieron cuando yo tenía 7 años: Así crecí siendo huérfana
Qué pena, qué vergüenza. Qué equivocada estaba y qué poco agradecida era.
Con el tiempo empecé a ser consciente de ello, de lo fundamentales que fueron para mí y de lo bien que lo hicieron, pese a lo complicado que llegué a ponérselo. Gracias a ellos conservo la mayoría de los recuerdos que guardo de mis padres. Gracias a ellos sé qué estábamos haciendo en todas las fotos de todos los álbumes que reunieron para mí.
Fueron ellos quienes, además de todo lo obvio, se encargaron también de cubrir los huecos. De contarme anécdotas. De hacer que una parte de mis padres siga viva dentro de mí.
No pueden hacerme recordar sus voces ni el olor de su ropa, pero es gracias a ellos que me acuerdo de aquel baile que hacía siempre con mi madre. O de cómo sacaba la lengua mi padre cuando estaba concentrado haciendo puzzles conmigo.
Mis padres murieron cuando yo tenía 7 años, pero la vida me lo compensó con los mejores abuelos del mundo.
Elia
Envíanos tu historia a [email protected]