Mi amiga Julia y yo teníamos la broma entre nosotras de que una verdadera red flag cuando estás conociendo a alguien es llegar a su casa y que no haya estanterías o, si las hay, que no haya ni un libro en ellas. Vale que con los formatos digitales muchos grandes lectores tienen sus casas libres de polvo y aglomeraciones gracias a estos aparatos, pero nosotros, entre risas, dramatizamos defendiendo el formato físico y, como se dice ahora micho, un hobby es leer y otro muy distinto es comprar libros.

La verdad es que nos encanta ir juntas a las librerías, porque ambas pasamos largos ratos mirando libros, autores nuevos, ediciones raras de libros que ya leímos… Es algo que nos gusta hacer y no le hace daño a nadie, pero poca gente lo entiende. Lo que yo nunca creí es que ella se iba a tomar este tema tan a pecho.

Hace un tiempo que me contó lo que le pasó con un chico. Lo conoció por un amigo común de ambos. Los presentó por casualidad y desde entonces coincidieron en varios eventos. En el último, una obra de teatro a la que ella fue sola y él con una pareja de amigos, se pararon a hablar largo rato. Ella le dijo que no había encontrado quien la acompañara, que era algo demasiado “cultureta” para sus amigas. Él le contó que solamente había accedido a acompañarla su amiga, pero que se había traído al novio y estaban empezando, así que le esperaba una noche de sujeta-velas. Entonces ella le propuso quedar al salir, y así comentar juntos la obra. Él accedió muy sonriente.

Al salir de allí, su amiga no separó los morros de su novio ni para despedirse de él. Se ve que tanto rato con las luces apagadas había caldeado el ambiente lo suficiente como para que traspasaran la línea de la educación y el saber estar. Ese chico le dio las gracias a Julia por salvarla de una noche de volver a casa sola nada más salir del teatro o soportar los ruiditos de la saliva al mezclarse en las bocas de aquellas dos lapas.

Pasaron un rato agradable paseando por un parque que, de noche, se volvía una estampa bastante romántica. Charlaron, se acercaron y, sin más pretensión que pasar un rato agradable, se besaron. Tras una cena rápida en un restaurante con pocos lujos, una copa y todo acompañado de breves momentos de intercambio de besos, llegó el momento de decidir cómo iba a acabar la noche.

Él le dijo que vivía por allí, en el centro de la ciudad, y que podrían tomar la última en su casa. Ella accedió sin rechistar a ese plan, pues le parecía que podrían pasar un rato muy placentero juntos. Y así fue. Llegaron a su casa sin que le diera tiempo de mirar mucho a su alrededor. Él abrió la puerta de espaldas mientras ella le besaba con pasión y él , con la otra mano, le sujetaba con fuerza una nalga, apretándola contra él. Al abrirse la puerta parecía que iban a caer, pero no, él recobró el equilibrio a tiempo de despojarla de su vestido con una sola mano.

Subieron las escaleras de caracol dejando en la barandilla la ropa que se iban sacando el uno al otro y, al llegar arriba… Bueno, todos sabemos lo que pasó allí arriba. Varias veces.

Tras una noche de pasión super excitante y placentera, se levantaron de madrugada a la cocina, para reponer fuerzas. Como en las películas, ella llevaba una camiseta de él que hacía la escena más íntima todavía. Entonces pudo fijarse un poco más en aquel dúplex bastante lujoso.

Se veía claramente que era un piso de soltero. La decoración bastante sobria, la distribución sencilla… Pero, ¿y las estanterías?

Comieron algo charlando y pronto volvieron a la cama a terminar lo que en realidad no habían dejado pendiente. Ella estaba muy a gusto y se veía rodeada de objetos que aparentaban ser caros, ese chico debía de tener un buen trabajo, pero realmente no habían profundizado mucho como para saber sobre sus finanzas. Hablaron sobre sus familias, sus estudios, el teatro y el arte, que era lo que los había hecho coincidir tantas veces… Entonces ella le preguntó dónde tenía los libros. Había visto el salón, con su pantalla enorme, sus altavoces, aquella habitación con varios espacios, hasta parecía que tenía un roncón que ella, sin duda, dedicaría a espacio de lectura. Pero solamente había visto una estantería con un par de figuras bastante abstractas en colores oscuros.  Se imaginaba que, teniendo una casa tan grande para él solo y con tanto lujo, detrás de alguna de aquellas puertas se encontraba una preciosa biblioteca llena de ediciones antiguas o libros modernos clasificados por temática y alfabéticamente a la vez. Solamente de imaginarlo se podría haber excitado de nuevo. Era un sueño para ella.

Pero entonces él dijo lo peor que podía haber dicho en ese momento “No tengo libros, no me gusta leer” Ella se quedó con la boca abierta de un palmo. Nunca había conocido a alguien que pudiera decir algo así, al menos no alguien cercano. Todo su entorno estaba compuesto por personas que leían (leemos) mucho, más que aficionados a la lectura e incluso al coleccionismo. Durante unos segundos asimiló lo que él había dicho y entendió que cada uno tenía sus aficiones y sus gustos y que no tenía que gustarte lo mismo que a otra persona para encajar con ella. Además, él no era una persona ajena a la cultura, solamente consumía otro tipo de cultura. Pero entonces, él remató aquella frase con una afirmación que lapidó cualquier posibilidad de tener un segundo encuentro. “No entiendo esa gente que acumula libros y libros en su casa. Si lees un libro, pues felicidades, ahora tienes un trasto que acumula polvo y ocupa espacio en tu casa que posiblemente no vuelvas a tocar jamás. No lo entiendo la verdad. Hace poco un amigo rompió con su novia y lo primero que hice cuando me pidió ayuda con la mudanza fue convencerlo de que se deshiciera de todas aquellas cajas inútiles llenas hasta arriba de tochos que no servían para nada”.

Julia sintió un recorrido por su espalda. Cambió rápido de tema, buscando conectar con él de nuevo, pero aquella conexión había muerto para ella. AL rato se marchó de allí, él la acompañó a la puerta y ella le dio un beso fugaz y se fue.

Unos días más tarde lo vimos de copas. Ella me lo señaló discretamente justo antes de que él se acercase a saludar. Entonces él le dijo que le gustaría volver a verla y ella, nerviosa por la presión social (ya que él vino con varios de sus amigos y también estaba yo mirando), le dictó los números de un teléfono móvil.

Cuando se iba yo, que me sé su teléfono de memoria, le dije “Ese no es tu teléfono”. y ella, entre risas, me dijo “Tía, ni un libro tiene en toda la casa. ¡Ni uno! Yo así, no puedo”.

Luna Purple.

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