Hasta ahora había tenido suerte con los tíos de Tinder, os lo juro. Un par de Fitness de los que necesitan ayuda para salir del deporte y se corren sólo con mirarse en el espejo, pero nada especialmente grave que me hiciera replantearme dejar de quedar con otro espécimen masculino en lo que me quedaba de vida.

HASTA el tío del gato, como lo llaman mis amigas.

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Pongamos que se llama Javier, tiene los ojos marrones y es ingeniero mecánico. Y sexy. Sexy es un rato. Y claro, una que lleva un par de meses sin darle cera al asunto pues tiene ganas de que la pulan como si de una mesa de Leroy Merlin se tratara, no sé si me explico.

Pues después de un par de conversaciones guarrindongas con Javier por fin llega el momento de quedar: me pongo las bragas sexys reservadas para ocasiones especiales y los pantalones que me hacen culazo… Y nos vamos a cenar, a charlar de la vida o a fingir que a alguno de los dos nos interesa algo más que sudar cachondos en la cama. la cena genial pero el drama viene cuando me invita a subir a su piso y yo acepto, porque maldito momento en el que subo amigas, maldito el momento.

Yo sabía que al chaval le molaban los gatos y en principio guay, porque a mí también. Pero es que Javier tenía fotos de su gato hasta en las paredes. Fotos en la mesita de la entrada, fotos encima de la tele, fotos en la cocina…UN MONTÓN DE FOTOS CHIQUIS.

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Él no paraba de enseñarme fotos de su gato y yo todo lo que quería era que me empotrara hasta que volviese a casa andando como Bambi.

Bueno, pues como se me estaba acabando la santa paciencia y yo de santa tengo poco, decidí lanzarme y  besarlo a lo bestia. Vamos, que no hay que ser muy listo para pillar que stop fotos de Canelín, que sí, muy mono, pero si no me podía sentar encima de él, pues me daba bastante igual en ese momento la verdad.  Así que así estaba yo, intentando entregarme a los placeres carnales rodeada de fotos de un siamés con jersey de punto (real) cuando el chaval me aparta bruscamente y me dice que lo mejor es que me vaya. Que le he cortado el rollo por ser una desconsiderada con su gato. Que si no quiero a Canelín, tampoco puedo quererlo a él.

Mi cara como os podréis imaginar no era un poema, más bien un romancero.

Firmado: Canelín cabroncete, me debes un polvo.

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