Toda mi existencia he pensado que, si algo funciona bien ¿para qué cambiarlo?

No, no lo toques. No actualices, no improvises. Esta es mi máxima con todo en la vida. Con el trabajo, la casa e incluso el sexo. Qué suerte la mía que he ido a dar con una pareja que, en ese sentido, piensa exactamente igual que yo. Y ya sé que muchas pensarán que somos unos aburridos, unos siesos y que, al final, terminaremos perdiendo la pasión; pero, la verdad, yo no estoy tan segura de eso. Es más, no me preocupa en absoluto. Porque nosotros llevamos juntos casi veinte años, no salimos del misionero y somos felices. Estamos satisfechos así, tal cual. Dentro de nuestra zona de confort sexual.

 

Y no por ello disfrutamos menos, al contrario. Nos tenemos pillada la aguja de marear. Sabemos con precisión qué es lo que nos gusta y cómo nos gusta. Lo pasamos muy, muy bien.

Para nosotros el sexo no es una competición, ni algo con lo que experimentar. Lo cual tampoco quiere decir que nos limitemos a la mera cópula, que él se me ponga encima, me la meta y ya. No es eso. Es solo que, en lo que viene siendo el coito en sí, nos ceñimos a esa postura.

 

Nos ponemos más creativos en los preliminares, en todo el juego previo, pero a la hora de culminar, lo que mejor se nos da es hacerlo al modo más tradicional. La postura no es físicamente exigente para ninguno y nos satisface a los dos. En especial a mí, porque a mí la penetración en otras posturas no me va. O me duele, o no siento apenas nada o me desagrada. No sé por qué, pero es así. Odio ponerme encima. No me gusta la presión que siento si me penetra desde atrás…

Que no, que no. Que el misionero es mi postura favorita y de verdad que no se trata de no haber probado otras.

Será cuestión de que somos especialitos, vagos o algo conservadores y acomodados ¡no lo sé! Pero ambos tenemos claro que no queremos cambiar. Nos gusta el sexo y nos gusta un buen misionero a tope de besos, caricias y de mirarnos a los ojos cuando nos corremos

 

En fin, que a nosotros nos va bien así y ya está, aunque esto nos convierta en unos bichos raros. ¿Somos los únicos?

 

Cinthia

 

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