¿Quién no se ha sentido absolutamente minúsculo por haber entregado todo lo que tenía a una persona que no supo valorarlo?

Relaciones amorosas, familiares o de amistad.

Da igual quien sea la persona que está al otro lado, esa a la que cuánto más dimos, menos apreció lo que hicimos.

Esa persona a la que das, das y das, y nunca parece suficiente.
Esa persona a la que has acostumbrado a recibir tanto, que cuando te cansas y dejas de hacerlo, en lugar de equilibrar la balanza, te acusa de egoísta y se siente menospreciada.
Esa persona que con otros sí se entrega, tú lo ves, pero a ti te da lo justito para pasar el día y seguir teniéndote a su lado, porque sabe que con un poquito, tú te conformas y sigues ahí.

Esto va ligado totalmente al ejercicio de aprendizaje que supone conseguir tener amor propio, que sabemos que es una de las cosas más complicadas que existen.
Pero amigas, os aseguramos, que una vez conseguido, la paz mental que alcanzas es celestial.
Y no es algo que se consiga con un diploma de un curso en la URJC en dos días, es un ejercicio que precisa de toda la vida.

Qué difícil cuando lo estás viviendo, darte cuenta de que lo estás dando todo de ti y no se valora en absoluto.
Qué difícil entender que las relaciones, sea cual sea su origen, deben tener una igualdad de rango, no ser ni mejor ni peor, ni estar por encima ni por debajo, si no uno junto al otro, iguales. Y dar y recibir en la misma medida.

Tú vales más de lo que nadie se atreva a decirte. Nadie tiene potestad para evaluarte.
Tú no eres tu cuerpo. No eres tus malos días, ni tus buenos. No eres tus estudios. No eres tu pasado, ni siquiera eres tu presente. No eres tu dinero en el banco. No eres tus orígenes. No eres una cara bonita, ni una cara poco agraciada. No eres tu profesión, ni tus sueños. No eres lo que se espera de ti.
Lo que tú eres, solo lo sabes tú.
Eres la composición de un millón de factores. Físicos, psíquicos, temporales y accidentales.
Nadie puede saberlo, y por tanto, nadie puede valorar como tú misma todo lo que eres y todo lo que vales.
Pero lo que sí pueden hacer los demás (y deben) es valorar siempre todo lo que das. Porque si no lo hacen… Créeme, no merece la pena la inversión.

Y cuando llega el momento en que te das cuenta de ello, tal vez te plantees dar con más moderación y no excederte en la entrega, que a dar más siempre hay tiempo, a quitarlo no.

Debemos perderle el miedo a la decepción, en general deberíamos perderle el miedo a todos los malos sentimientos, pero ahora nos conformamos con este.
Que alguien te decepcione duele, claro que duele.
Pero una vez asumes que tal vez esa persona no te valoraba nada, y tal vez tú lo hacías por encima de lo que se merecía, una vez asumes esto: LIBERACIÓN.
Te sientes flotar del peso que te quitas de encima.
Cuando comprendemos que no estamos encadenados a nadie, que nos podemos soltar cuando queramos, que nadie puede determinar nuestra valía, y que nadie se merece más de lo que podemos dar. Es la sensación más liberadora que existe.

Quédate siempre con lo que suma, que las restas vienen solas.
De todo aprendemos, y cuando comprendemos que alguien no nos supo valorar, también. La decepción se verá compensada con la enseñanza de que a veces tu ausencia puede ser un regalo para aquellos que no apreciaron tu presencia y les enseñe a hacerlo con los que vengan.

No soy yo muy de Paulo Coelho pero quiero terminar con una cita que hoy nos viene perfecta:

“Deshazte de quien duda de ti, únete a quien te valora, libérate de quien te estorba y ama a quien te soporta” (Paulo Coelho).

Marta Freire