El ejercicio de aprendizaje que supone conseguir tener amor propio es de las cosas más complicadas que existen.

Entender que la belleza no se basa en unos cánones estandarizados por más extendidos que estén, que la belleza es mucho más que una talla, una simetría facial o la ausencia de imperfecciones, que la belleza está (por más remilgado que suene) en los ojos del que mira. Y que por suerte cada uno somos seres únicos y cada uno encuentra la belleza en características diferentes.

Sabemos lo que cuesta y lo que todas luchamos por llegar a sentirnos a gusto con nosotras mismas.

Empezar a querer tu nariz grande, las arrugas de tu piel, la celulitis de tus muslos o las estrías de tu culo.

Empezar a querer tus pechos pequeños, grandes o caídos.

Empezar a querer tus brazos grandes, tu ausencia de tobillos o tu falta de culo.

Empezar a querer nuestras cicatrices, esos tatuajes creados con aguja y bisturí que hoy son el recuerdo y los galardones de batallas que un día combatimos saliendo vencedoras y fortalecidas.

Empezar a querer y a entender que todo ello nos sostiene y nos construye.

Vivimos en la era en que la «sobreinformación» genera total desinformación, la era en la que todos somos expertos opinionistas en todos los campos y en realidad no tenemos ni idea de nada, la era en que las apariencias importan más que los sentimientos, la era en la que el amor no se mide con abrazos, se mide con likes.

La era en la que mostramos al mundo a través de una ventana digital lo que nos gusta que se vea de nosotros, lo que nos gusta que los demás crean que somos y no la realidad. Esa ventana en la que una imagen (en teoría) “espontánea” en realidad fue tomada desde un ángulo correcto y estudiado, en donde se sale artificialmente natural, en donde se ocultan los miedos, y que tal vez llevó 500 tomas que pareciera casual.

Por suerte, frente a este escaparate de mentiras y falsa perfección, y cada vez más, existen muchas personas auténticas que promueven la belleza real, vamos, cualquier belleza, porque en esto no hay nada escrito sobre piedra, y… ¿Qué es belleza real? Pues todas.

¡Y MENOS MAL!. Cada día aprendemos a convivir con nuestros defectos y a amarlos, a darles el valor que merecen, que hacen que seamos únicos.

Pero… ¿Y cuándo los defectos que no aceptamos son los de nuestra personalidad y no los de nuestro físico?

Esas características que conforman tu identidad pero que sabes que no son positivas; rencor, autoritarismo, avaricia, envidia, arrogancia, egoísmo, orgullo, intolerancia, pereza, mentira, pesimismo, apatía, intransigencia, mal humor, superficialidad, consumismo, dependencia emocional…

Todos poseemos defectos de personalidad en mayor o menor medida, pero lo importante es que la balanza se equilibre con las virtudes que nos caracterizan. Debemos ser conscientes de nuestros defectos para poder controlarlos y de nuestras virtudes para explotarlas y cuidarlas.

Debemos aprender que si eres consciente del orgullo que te caracteriza tal vez puedas manejarlo y saber en qué ocasiones se apodera de ti y anula el resto de tus virtudes.

Que si asumes que a veces puedes resultar un poco arrogante, tal vez puedas trabajar sobre ello y mejorar.

Que si te das cuenta de que eres autoritaria y una dichosa marimandona, quizás puedas corregirlo y controlarlo.

Que llegue un punto en el que sepas que sí, que eres una maldita rencorosa y no olvidarás jamás aquello que te hizo tu compañera de pupitre en el ‘96 pero también eres una persona valiente y con un gran sentido del humor.

Que podemos ser avariciosas, egoístas, intransigentes, consumistas y exageradas, pero también podemos ser generosas, agradecidas, leales, optimistas y empáticas.

Que lo cortés no quita lo valiente, y que cuanto antes aprendamos a aceptar y reconocer nuestros defectos, antes podremos aprender a convivir con ellos y manejarlos.

Que somos quienes somos por todo lo que nos construye, bueno y malo, los unos sin los otros se verían descompensados.
Nadie es 100% virtuoso, sin los defectos no seríamos humanos.

Y no sé vosotras, pero yo me niego a intentar alcanzar la perfección de lo artificial. Yo prefiero mi imperfección real. Yo soy yo con mi cara imperfecta, con mi cuerpo imperfecto y sobre todo, con mi personalidad imperfecta.

Yo soy yo con mi gran mal genio cuando sale a pasear, con mi falta de paciencia y con mi necesidad de tenerlo todo bajo control. Pero también soy yo cuando los enfados me duran un suspiro, cuando no conozco el rencor y cuando la lealtad la llevo por bandera.

Bendita perfecta imperfección. Bendita paz mental de conocer, aceptar y convivir con tus defectos.

Marta Freire