Ocho horas de Tinder al día con media hora de descanso para comer. 

Esa fue la prescripción de Carla después de un análisis inquisitivo sobre mi salud mental tras haber abandonado novio, trabajo, y hogar común. Bueno, y después de  alguna juerga que se dio por finalizada al canto de “No controles”. 

Y así se hizo, porque cuando no tienes absolutamente nada que perder, excepto los menús maternales para compensar el supuesto drama de volver a casa, te da todo  igual. Tras consultar y recibir aprobación de las fotos de mi perfil y demás cuestionarios, me encontré frente a un amplio menú de producto nacional e importación. Qué coño un menú, un BUFFET de torsos descubiertos, sonrisas, habilidades, una cosa que yo no puedo explicar. Primeros, segundos, postres, todo lo que puedas imaginar…y comer. Debo añadir, que nos situamos en la época en la que Tinder era una novedad, era una caja de Pandora que todavía no se había abierto, un “pero  que invento es esto” en toda regla. Yo emocionada, todo me gustaba, todo fenomenal, tenía en mis manos el poder de elegir o descartar, como si aquello fuese un  don de la naturaleza. Porque cuando uno va a un buffet, se sirve de todo en el plato. Y si hay algo fuera de carta, también, en mi plato.  

Recuerdo que era primavera, y con mi recién estrenada libertad, o libertinaje, me sentía completamente abierta a la vida, en alma y piernas y así, abierta recibí un  torrente de mensajes aduladores. Mira, yo qué quieres que te diga, venía de la sequía, del desierto de la felicidad, y todos, y cada uno de ellos, me resultaron chutes  de droga, de la droga más valiosa del mundo, la de la autoestima.

Y entonces, me empoderé, me empoderé con todas sus letras y todas las conjugaciones y me lancé  al vacío de las citas, y del sexo esporádico, de las invitaciones, de las comidas de oreja y de todo lo que rodeaba en mi mente el mundo de una femme fatale. 

Mientras en mi balda del baño familiar aumentaba el número de barras de labios de manera considerable, y las bragas de algodón eran sustituidas por otras de encaje,  hombres y más hombres entraban y salían de mi teléfono, los platos vacíos se me acumulaban en la mesa. Lo más curioso, es que mientras tanto, yo controlaba, y  sabía que de lo que me contaban, NADA y de lo que veía, la mitad. En tu mano está coger ese plato que sabes que te va a sentar mal. Yo me dejaba engatusar, y  tooodo lo que me contaban parecía que me resultaba interesantísimo. Y cuando digo todo, digo todo, porque cuando el Ken deportista me preguntó que qué deporte  practicaba yo, le dije con toda la tranquilidad del mundo que maratones, que me apasionaba. Adiós la luz. Porque yo no he corrido en mi vida, en mi vida. Otras cosas,  bueno, pero lo que se dice correr, jamás. Y palante, el chico tan contento, y si yo tengo que decir que toco las maracas en una orquesta para que tú seas feliz, pues  querido, yo te lo digo. ¡Tienes un match, dile algo a tu posible pareja! Hemos venido a jugar.  

Tuve citas, muchas citas. Buenas, menos buenas, sexo maravilloso, sexo divertido, tímido, mensajes y mensajes de flirteo, buenos días, buenas noches, muchas dosis  de esta droga que me hicieron juntarme por dentro, y volver a sentir mi presencia. Se me podrá tachar de interesada, “de hacer lo mismo que hacen ellos”. Pues verá  usted, así es, porque cuando eres honesta contigo misma, y de verdad no esperas nada, y solo quieres pasarlo bien y conocer a gente, cuando has estado tanto tiempo  dormida que ahora solo quieres ser un campo de lavanda en flor, te mereces todo aquello que te haga bien. 

Así que mi mejor consejo es que te lances al vacío, llena tu plato de lo que te apetezca, pruébalo todo, repite de los platos que más te gusten, quién sabe, quizás  pruebes las mejores croquetas de tu vida. 

Eso sí, asegúrate de que tienes a mano un antiácido. Pero no te empaches, se lista, y retírate a tiempo. Si no, siempre quedará el chupito digestivo.

Paula Llorca