‘Ojalá mis padres se hubieran divorciado’: Una vez, hace muchos años, le dije esto mismo a una amiga cuyos padres llevaban años divorciados y ella se escandalizó.

Me dijo que no dijera eso ni en broma.

A día de hoy veo la relación que tiene ella con sus padres, quienes son felices y tienen una relación cordial entre sí y no puedo evitar comparar su familia con la mía.

Porque es doloroso, sí, pero a veces, lo mejor tanto para quienes forman una pareja como para sus hijos es cortar por lo sano.

Esta es la historia de dos personas que no se divorciaron por no hacer daño a sus hijos y cuyas constantes discusiones acabaron por destrozar la familia.

Porque las guerras de bandos en las que se utiliza a los hijos como arma arrojadiza no son privativas de los divorcios, no os equivoquéis: de hecho, son aún más violentas cuando se dan bajo el mismo techo, pues en ese caso el hogar está muy lejos de ser un refugio.

Yo hubiera preferido mil veces, con 13 años que tenía cuando las cosas empezaron a ponerse feas, que mis padres se hubieran sentado conmigo y con mis hermanos y nos hubieran explicado que mamá y papá van a dejar de vivir juntos porque ya no están enamorados, pero que os quieren mucho y que ahora vais a tener dos casas en vez de una. 

Hubiera preferido que cortaran con una relación que hacía daño a ambos y que de rebote nos hacía daño a nosotros, que hubieran buscado ayuda para afrontar la ruptura y para guiarnos a nosotros en el proceso de adaptación. Pero en lugar de eso había insultos y voces, la una nos mandaba a transmitir mensajes al otro y el otro la acusaba de tratar de lavarnos el cerebro. 

Hubo una expulsión de ella a él y una posterior reconciliación que tardó en romperse lo mismo que una hoja seca bajo las pisadas de los transeúntes. 

Hubo una huida precipitada a casa de mis tíos, de cuyos consejos mi madre hizo caso omiso pese a que parecía que por fin había luz al final del túnel.

Hubo durante años tempestades de voces, llantos, impotencia, reproches, seguidas de períodos de calma en los que parecían dos adolescentes enamorados, y así siguen a día de hoy, ni contigo ni sin ti.

Porque mi madre tiene un carácter muy fuerte y un pronto muy explosivo y a veces se pasa, pero mi padre es narcisista y caprichoso y parece disfrutar llenando su vaso hasta que colma, y es evidente que no se hacen bien.

Y mis hermanos y yo ya hemos tirado la toalla; el mayor y yo por suerte ya vivimos de manera independiente, pero la pequeña sigue sufriendo las consecuencias de sus peleas.

Y nosotros les queremos, les adoramos, en todos los demás aspectos han sido unos padres maravillosos de quienes hemos aprendido muchísimo, con quienes hemos disfrutado un montón, que nos han inculcado los valores que nos han convertido en las personas que somos hoy en día. Y sé que en otro tiempo fueron una pareja llena de amor y complicidad, lo sé porque yo he visto el brillo de sus ojos al mirarse, su manera de pincharse el uno al otro, la ternura que han compartido. Pero por desgracia hace mucho que eso dejó de ser así.

Dice mi madre que mi hermano y yo estamos más guapos desde que nos fuimos, que tenemos otra luz, que seguramente sea porque por fin estamos siguiendo nuestro camino. Pero ambos hemos hablado del tema y coincidimos en que esa nueva luz que tenemos brilla porque ya no tenemos que agachar la cabeza esperando la explosión, ni tratar de hacer oídos sordos a sus violentas discusiones.

Tal vez si ellos se hubieran divorciado también habrían recuperado esa luz, y de corazón espero, precisamente porque los quiero, que algún día lo hagan.

 

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