Los humanos somos seres sociales y, por tanto, necesitamos agruparnos, interactuar.

Buscamos el contacto con otras personas desde el mismo momento de nuestro nacimiento y, a lo largo de nuestras vidas, esta necesidad nos llevará a mantener docenas de relaciones de todo tipo. Familiares, de amistad, de pareja.

Conforme vayamos creciendo y madurando iremos aprendiendo que estas deben estar sustentadas en algunos pilares fundamentales, como son el respeto, la reciprocidad, la confianza y la lealtad.

Si una de estas patas cojea, toda la mesa se desestabilizará.

Es vital que las partes implicadas cuiden que esos elementos se mantengan en buenas condiciones. Aunque, lamentablemente, no siempre es sencillo ni está en nuestra mano.

Es un trabajo en equipo, si uno falla, el otro no puede compensarlo.

Es cierto que no podemos dar aquello a lo que la otra parte, por el motivo que sea, no llega. Pero eso no quiere decir que no exista la posibilidad de encontrar una solución.

Y para eso está la comunicación.

Porque para tener relaciones sanas hay que tener conversaciones incómodas.

No hay otra manera.

Hablando se entiende la gente. Y solo hablando podremos atajar los problemas que comprometan los pilares de nuestras relaciones.

No importa qué tan incómoda se presente esa conversación, debéis tenerla.

 

Quizá si les haces ver a tus padres que sus planes de futuro para ti no coinciden con los tuyos propios, puedan entenderlo y dejen de presionarte.

 

Tal vez esa amiga no sea consciente de lo que te duele que haga ese tipo de comentarios continuamente.

 

Puede que él no comprenda cómo te afectan ciertas cosas, si nunca le has dicho que ese comportamiento te hace daño.

 

El diálogo per se no es LA SOLUCIÓN, no es un remedio seguro e infalible.

Sin embargo, es la única vía posible y la única herramienta a tu disposición para, cuando menos, intentarlo.

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Ya que tendemos a sobrevalorar nuestra capacidad de expresar lo que sentimos. Creemos que todo lo que nos pasa por la mente es tan obvio y evidente desde fuera como se ve desde nuestra cabecita.

Reflexionemos, si la mitad del tiempo no nos entendemos ni nosotros ¿cómo van a hacerlo los demás? ¿Cómo pretendemos que sepan lo que queremos si no lo decimos a las claras?

¿Cómo se puede arreglar algo si nadie sabe que está estropeado?

Si realmente queremos cuidar la salud de la relación, debemos armarnos de valor, ponernos frente al otro y tener esa charla.

No será fácil.

No será agradable.

Pero los resultados compensarán el esfuerzo.

O nos demostrarán que ahí no era.

En cualquier caso, no hay nada que perder y sí mucho que ganar.

 

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