Pasé de no saber lo que era un orgasmo a ser multiorgásmica con un documental de La 2.

¿Cómo te quedas?

Pues como te lo cuento, amiga, pero sigue leyendo y te lo explico con detalle.

Por aquel entonces tenía yo como unos veintiséis años, más o menos, pareja estable desde hacía un porrón y relaciones sexuales desde hacía otro porrón.

Vamos que, aunque no éramos demasiado creativos en la cama, las cosas como son, a esas alturas ya debía haber experimentado la tan anhelada pequeña muerte.

En cambio, lo máximo a lo que llegaba era a morirme del aburrimiento mientras me empeñaba en buscarlo de la misma forma que nunca nos funcionaba.

Creo que de alguna manera me había resignado, había asumido que yo no tenía la capacidad de correrme.

Y dejé de intentarlo.

No quiero echar balones fuera, pero gran parte de la culpa es de la cultura de la penetración y de la falsa creencia popular que trata el orgasmo femenino como una especie de santo grial. Y va a ser que no, señores, ahora lo sé. No hace falta ser Indiana Jones para encontrarlo.

De hecho, el orgasmo femenino está en nuestra mano.

Literalmente.

En la mano.

En un dedito o dos.

No hace falta más.

Que no digo yo que no se pueda alcanzar el clímax de otras maneras. No obstante, pienso que muchas estaremos de acuerdo en que la estimulación manual es un básico sencillo y asequible para esos clítoris inexpertos que se están iniciando en el placer.

Y lo digo toda llena de razón porque lo he vivido en mis delicadas y sensibles carnecitas íntimas. Porque una gloriosa tarde de no recuerdo exactamente cuándo, la lluvia truncó los planes que teníamos y nos dejó sentados zapeando en el sofá. Aburridos e indecisos fuimos pasando un canal tras otro hasta que las imágenes de uno de ellos llamaron nuestra atención.

Quién nos iba a decir que Eduard Punset le daría tanta emoción a nuestra estancada vida sexual.

Él y los científicos, especialistas y sujetos de pruebas que entrevistaba, cuyas intervenciones se intercalaban con explicaciones más que gráficas de los experimentos que habían realizado.

Y así, enganchada como no me había enganchado jamás con un programa de ese tipo, fue como pasé de no saber lo que era un orgasmo a ser multiorgásmica con un documental de La 2.

Llevo días buscándolo en Google para compartir con todas las pobres mujeres que lo puedan necesitar esa maravilla de la televisión, que debería ser emitida en prime time al menos una vez al año y en todos los canales públicos simultáneamente, como si del discurso navideño del rey se tratase.

Para mi total desolación, no lo he encontrado.

No recuerdo el título, si es que alguna vez lo supe. Solo recuerdo a Punset, su característica cadencia al hablar en perfecto inglés con los responsables de la investigación y poco más.

Probad a poner orgasmo femenino en el buscador, no importa que le pongas al lado ‘Punset’ ni ‘documental’. Estoy agotada, me rindo.

Sin embargo, puedo haceros un resumen.

Para mí hubo dos momentos clave.

El primero: la reiterada afirmación de que, salvo en el caso de sufrir algún tipo de patología extraña, todas las mujeres nacemos con la capacidad de llegar al orgasmo. TODAS.

TODAS.

Entonces, ¡yo también podía! ¿No? Un horizonte nuevo se abría ante mí.

El segundo: sentaban a mujeres que los habían tenido, a algunas que muy rara vez y, a algunas que nunca habían tenido uno en un potro. Les aplicaban un aparato parecido a un vibrador en la pepitilla y les daban un mandito con un botón que debían accionar si se corrían.

¿Qué pasaba? Que, en cuestión de minutos, todas le daban al botón.

Así, sin más.

Sin llevarlas a cenar ni ponerles un poco de porno previamente ni darles unos besitos en el cuello ni ná de ná.

Lo decía Punset, un hombre sabio como pocos, no podía ser mentira.

Yo también podía correrme, solo tenía que darle a mi botón.

En cuanto se terminó el documental, apagamos la tele, me despatarré en la alfombra y mi chico puso en práctica lo que habíamos aprendido de forma tan casual.

Al principio la alfombra me molestaba en el culo, pero no tardé en olvidarme del picor, del cojín que tenía debajo de la cabeza, de Punset y de mi propio nombre.

Lloré cuando me sobrevino el orgasmo.

Lo juro. Me caían las lágrimas por las orejas y el cuello.

Ese día no me dio para más, aquella primera petite mort me había dejado baldada. Y a mi chico con una tendinitis.

Pero repetimos al día siguiente, y al otro.

Con el tiempo y la experiencia comencé a dominarlos, a posponerlos, a alargarlos.

Finalmente descubrí también que, si seguía estimulando el clítoris, podía encadenar uno tras otro casi sin pausa.

Años pensando que me iba a morir sin conocer ese tipo de placer y resulta que puedo tenerlo cuando quiero y por tanto tiempo como sea capaz de aguantar.

 

Así que, amiga que nunca ha sentido un orgasmo, no te rindas.

Tú también puedes.

 

Anónimo

 

 

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