Ojalá aceptar esto hubiera sido tan sencillo y rápido como escribir el titular.

Creo que la gran mayoría de mujeres me podrán entender porque a todas nos han impuesto unos cánones de belleza en los que en algún momento hemos intentado encajar.

Llevo siendo gorda toda la vida. Desde que era pequeña los niños de mi clase se aseguraron de hacerme saber dos cosas: que el sobrepeso era algo de lo que reírse y que yo lo tenía.

A causa de esto crecí odiando mi cuerpo y deseando cambiarlo. Soñaba con llegar a la adolescencia y tener todo un glow up como en las películas americanas, y entonces todo el mundo se llevaría bien conmigo y dejaría de tener problemas. Spoiler: no pasó. Cuando llegó la famosa pubertad no creció mi autoestima, tan solo mi culo, porque se me desarrollaron unas caderas que yo en vez de piernas tenía jamones (y ahora puedo decir que bien bonitos, desde luego)

Todo esto cambió cuando a los 19 años me tuve que mudar fuera de mi casa para estudiar pastelería. Mis padres me daban dinero para el alquiler y para comprar comida, pero a mí me daba pereza cocinar para mí sola así que compraba pizzas pequeñas del mercadona y me alimentaba a base de eso y de sándwiches de queso. En este punto empecé a recibir los típicos comentarios de “estás más delgada, qué guapa” pero yo no veía esa pérdida de peso. Al año siguiente mis padres iban un poco apurados económicamente así que empecé a pagarme el piso con mis ahorros y la comida la pagaban ellos. Y aquí empezó mi principal problema.

No quería gastar mucho dinero. Por los horarios que tenía en clase no encontraba ningún trabajo así que me tocaba ahorrar a lo bestia. Empecé a pesar los macarrones para asegurarme de que un paquete de 1kg me duraba para diez comidas, dejé de tomar leche porque era cara…Vamos, que mi alimentación empezaba a irse a la mierda. Poco a poco ese estrés por el dinero me acabó llevando a caer más aún en mi depresión. Si tenía hambre me comía tres magdalenas y no comía nada en las siguientes 24 horas.

¿Y todo esto qué tiene que ver con el título? Pues muy fácil. Perdí unos 12 kg.

Ahora estaba en “mi peso ideal” (según mi altura). Los comentarios de la familia eran de alegría y de fiesta. Yo pasaba un hambre que me moría, y con la depresión de hecho quería morirme, pero ahora estaba delgada y eso era motivo de celebración. Mi madre era la única que no gestionaba muy bien esa pérdida de peso porque sabía que algo estaba pasando.

Por primera vez en mi vida me decían que estaba muy guapa. Nadie me daba consejos sobre alimentación o me decía que tenía que hacer ejercicio.

Cuando encontré trabajo ya fue la gota que colmó el vaso. La cafetería donde trabajaba estaba al lado de un Burger King, así que mis comidas y cenas eran de allí. Ahora solo comía caracolas de chocolate del trabajo y hamburguesas. Mis compañeras me veían comer y decían “ojalá comer y no engordar como te pasa a ti”. Ay amiga, si supieras que solo hacía una comida al día por miedo de volver a engordar no querrías estar ahí.

En el confinamiento tuve que volver a vivir con mis padres. No me podía saltar comidas, no tenía trabajo así que no me movía para nada y encima como mi padre se aburría no paraba de hacer tartas.

Engordé 20 kg en muy poco tiempo. Me veía y no me reconocía. Empezaba a buscar fotos de seis meses antes y quería volver a ese momento, me daba igual tener que pasar hambre, contar cada céntimo que me gastaba y tener que caminar 40 minutos hacia el trabajo. Todo me parecía poco sacrificio si mi recompensa era estar delgada de nuevo. Una delgadez que, mientras la tenía, no era consciente de ella. Me seguía viendo gorda y eso, para mí, era sinónimo de muchas cosas malas.

Por suerte no hay mal que por bien no venga. He pasado una época muy mala buscando perder ese “peso extra”. Me llegué a pesar 10 veces al día para ver qué efecto tenían ciertas comidas en mi cuerpo. Con mucha ayuda de mi pareja y amigas he podido salir de ese pozo. A veces me pregunto si he estado metiendo la patita poco a poco en un TCA sin darme cuenta (o si lo he llegado a tener) pero como autodiagnosticarse no creo que sea lo mejor he dejado de pensar en ello.

En lo que sí pienso mucho es en mi cabecita. En cómo ahora no va mirando las calorías que tienen las cosas ni tampoco contando cada céntimo que se gasta en comida. Sí, he ganado peso. Y con ese peso también venía una gran carga de salud física y mental.

Perder peso no me hizo feliz. Lo perdí en unas condiciones muy poco agradables y en un momento muy oscuro de mi vida. Lo que me hacía feliz eran los comentarios positivos sobre mi cuerpo y ¿sabéis qué? que la persona que solo vaya a comentar lo bonita que estoy cuando pierdo peso puede hacer como dice el monopoly: irse a la mierda directa, sin pasar por la casilla de salida.

Rocío.