El marido de mi amiga es un puto ogro. Es machista, racista, xenófobo, agresivo, infiel y se droga. Son todas las banderas rojas hechas hombre. En serio. Esto puede parecer arquetípico, pero es la realidad pura. Es un impresentable de tal calado que las parejas que todo el grupo evita su compañía.
A su lado tiene una mujer a la que ni quiere bien ni merece. Ella es trabajadora, buena y divertida. Inocente, diría. Casi no la vemos porque tiene horarios extenuantes propios de la hostelería, que acata sin quejas. Pero, cuando sale, charla por los codos, ríe como ninguna y baila hasta que le duelen los pies si el plan va de eso. Cualquier quedada o evento le parecen un regalo porque valora cada rato que puede pasar con nosotras. También parece arquetípico y maniqueo, pero no lo es.
Comparar la pareja con la bella y la bestia sería injusto para la bestia. Y ahora una mujer como ella se ha quedado embarazada de un tipo como él.
La mala educación
Mi amiga se crio sin su padre porque aquel se fue con otra. Su madre se colgó figuradamente el traje de luto y jamás se lo volvió a quitar. La buena mujer se ha apoyado en ella toda la vida, en todos los sentido, porque a los ocho años comenzó a llevarla a las casas en las que limpiaba para que la ayudara. Tenía tres hijos que sacar adelante y estaba sola, con las vecinas y poco más.
La madre hizo lo que pudo, pero jamás desaprendió una sola de las lecciones aprehendidas respecto a las relaciones maritales. La persona que más ha influido en la vida de mi amiga le ha inculcado dos cosas: que hay que trabajar duro y que los hombres son como son. Para estar bien con ellos, hay que tragar.
Mi amiga lleva trabajando desde la infancia, entre fregonas y fogones, y siempre escuchando la misma letanía. Le han faltado ratos salvadores con sus amigas, en mi opinión, personas que le hicieran ver que esa relación no era normal y una exposición mayor a parejas sanas y bien avenidas. Tiene muy normalizada la relación con su marido.
Llevan juntos desde la adolescencia. Se casaron tras muchísimos años de noviazgo y enseguida se pusieron a buscar hijo. Fue entonces cuando ella comenzó a pasarlo mal.
Señales
A mi amiga le costó muchísimo quedarse embarazada, incluso ha tenido que someterse a alguna operación. Durante ese tiempo, él no la ha apoyado. No sabe. Es un hombre tan primitivo que pedirle empatía es como pedirle que aprenda mandarín en una hora.
Ella nunca ha contado con la comprensión de él, que se impacientaba y le echaba la culpa. Nos consta que ha hecho a sus amigos comentarios del tipo: “Como no valga, verás dónde la voy a mandar”. Entiéndase lo de NO VALER. No poder concebir como capacidad que se tiene o no se tiene, y por la que se merece o no el amor de una pareja. No es la España de Lorca, es la de hoy día. Todavía hay sitios en los que el de “machorra” es un concepto popular.
Me he debatido entre celebrar internamente la no concepción, como suerte de intervención divina, y la culpa por pensarlo. Porque ella lo deseaba más que nada en el mundo, pero tiene un compañero de mierda para ejercer la coparentalidad. Ella lo ha elegido, pero la pobre criatura no. Y a mí que me dejen de historias de lo que se cambia por un hijo o de que igual me calla la boca y es un padrazo, porque no. Un tipo como él no puede ser buen padre.
En un mundo ideal paralelo, mi amiga no concibe, su marido la deja por eso, ella conoce a un buen hombre, rehace su vida y sí logra quedarse embarazada. En el mundo real, que nunca es mejor que las fantasías, mi amiga anuncia al grupo que se ha quedado embarazada y todo se vuelve un clamor de alegría. Ella quería, y eso es lo único que importa. Quería y hay que alegrarse por ella, que le ha costado mucho y lo ha pasado mal.
Creo que, como amiga, lo que me toca es respetar sus decisiones, apoyarla y hacerme presente pase lo que pase. Pero la alegría ni se espera ni se fuerza. Y yo no la siento.
Anónimo