La vida ya no es la que era. Suena viejuno, puede que un pelín rancio, pero es una realidad, ese ideal de vida que nos vendían hace décadas ha quedado en el olvido. Hace no muchos días una de mis mejores amigas se aferraba a su copa de vermut mientras se preguntaba sin cesar qué era lo que debía estar haciendo mal para no encontrar a esa persona con la que pasar el resto de sus días. A sus 32 años su recorrido por Tinder puede llenar páginas y páginas de una tórrida novela pero por más que lo ha intentado no ha conseguido dar con esa persona que quiera algo más que pasarlo bien durante una breve temporada.

  • ‘Quizás tú no estás haciendo nada mal, simplemente la gente no tiene los mismos planes que tú…’

Tomó de nuevo el vermut, me miró pensativa y dio un trago asintiendo en señal de aprobación.

La gente, o al menos la mayoría, ya no se atan. Huyen del compromiso al igual que yo huyo de hipotecarme para comprar una casa. La pareja estable ya no es el objetivo, lo importante ahora es disfrutar del momento y dejar de pensar a largo plazo.

  • ‘Piénsalo ¿por qué dedicar tus esfuerzos a dar con la persona ideal cuando puedes conocer a cientos de personas interesantísimas sin atarte para siempre con ninguna? ¡Es prácticamente lo mismo que ir a un buffet libre y ponerte tibia de un solo plato sin ni siquiera echar un vistazo al resto del menú!’

Nos encontramos en la época de las relaciones sociales, un momento de la historia en el que es sencillísimo conocer gente aunque estemos a 5000 kilómetros de nuestra casa y no sepamos hablar coreano. Pero las tecnologías sí, ellas son las culpables, esas mismas que nos presentan en cuestión de segundos todo un abanico de posibilidades para poder quedar con alguien sin importar nada más.

Las relaciones duran menos tiempo, sí, pero también son más variadas. Aquello de emparejarse joven para casarse, tener hijos y comprarse una casa que terminarás pagando con suerte cuando te jubiles ya no es una opción, o por lo menos no la prioridad para muchos hoy en día. Hoy trabajo aquí, mañana me contratan para un proyecto maravilloso en Alemania y dos años después termino currando en una oficina en Japón ¿quién quiere atarse a nada con estas expectativas?

Y es cierto, hace años, cuando eran nuestros padres y abuelos los que estaban labrándose un futuro, lo suyo era comenzar a trabajar en una empresa y formar parte de una misma plantilla prácticamente hasta la jubilación. Estabilidad lo llamaban ¿os suena? Lo sé, es una gran desconocida. Con esa estabilidad desaparecieron también esas expectativas de un futuro en pareja y para siempre.

Se celebran menos bodas, la natalidad cae por los suelos y los jóvenes somos los culpables de que el crecimiento demográfico de este país se vaya al garete. A mí que me disculpen, pero si bien es cierto que las preferencias han cambiado buena parte de la culpa de todo esto la tienen los contratos de trabajo que no nos queda más remedio que aceptar.

Cobrar 950 euros por 8 horas diarias de trabajo con un contrato que no sabes si te durará más de tres meses, viviendo de un alquiler compartido con otras cinco personas que tampoco sabes si podrás seguir pagando de aquí en un tiempo, con cero tiempo libre para conocer gente más allá de Tinder o de otras redes sociales… ¿Todavía hace falta que nos preguntemos por qué nuestras relaciones no son tan duraderas? Si es que la historia se cuenta por sí sola.