“Quiérete un poquito”

“Si no te quieres tú, ¿quién te va a querer?”

“Hay que tener un poco de amor propio”

¿Cuántas veces habremos escuchado esto, todas y cada una de nosotras? Todas aquellas a las que la naturaleza o la genética no nos hayan dotado de una belleza digna de Photoshop.

Pero aquellos que nos lo dicen, creo que poco saben de lo increíblemente difícil que es tener amor propio o quererte un poquito cuando lo que ves en el espejo no te gusta o incluso lo odias. Detestas ir a comprarte ropa porque nada te va a quedar bien según el criterio que te refleja ese espejo. El criterio que crees que es el tuyo.

Hasta que te das cuenta de que ese criterio no es ni tuyo ni del espejo, es de toda esa gente con la que nos cruzamos cada día por la calle, la sociedad. Esa manipulación inconsciente que tenemos todos instalada en nuestra mente que nos lleva a juzgar a los demás tan solo por su físico, sin pararnos a pensar ni por un solo segundo quién es esa persona, su nombre, su ocupación… su vida, sus problemas, sus inseguridades, su historia. Es tan fácil tener una opinión sobre otra persona, sobre todo de los desconocidos. Y sí, lo hacemos todos. También los imperfectos. Porque nosotros sabemos lo que es aceptable por la sociedad, porque nosotros mismos no lo somos, y por lo tanto podemos detectar a aquellos que tampoco lo son. Sintiendo a veces pena por ellos, sintiendo otras veces envidia, curiosidad…

Es en este punto en el que entra en juego lo de “quererse a uno mismo”. Y es que esas frases que nos irritan al escucharlas… son ciertas. Nos tenemos que querer mucho, me tengo que querer yo misma antes que nadie más, tenemos que tener amor propio. Pero el trabajo para aceptar esas afirmaciones y ponerlas en práctica es largo y muy duro. El camino a recorrer para la autoaceptación es una montaña rusa con las subidas y bajadas de las que te dejan mareado.

En mi propio proceso entran cosas como la salud, el bienestar general de mí misma con mi cuerpo y mis relaciones. Tras perder una cantidad X de kilos, sigo viendo el largo camino que me queda por delante para estar sana. Pero a nivel de aceptación social, es algo que considero que puedo hacerlo desde el primer segundo. Y el aceptarse a uno mismo no creo que sea pensar que estás bien tal y como estás. Si no el conseguir ser feliz y vivir tu vida sin que eso sea el centro de tu universo.

Al adelgazar tuve que comprarme ropa nueva, me tocó la época de verano. Me atreví por primera vez a comprarme un vestido corto, por encima de mis rechonchas rodillas, un vestido corto que enseña parcialmente mi celulitis de mis muslos y se pega ligeramente a todo mi torso. Me lo compré porque estaba bien de precio, y pensé “¡a tomar por culo! No tengo nada que perder” Para mi sorpresa, no me queda para nada mal, pero sigue acentuando mi barriga con mis michelines, la forma “imperfecta” de mi trasero y enseñando quizá más pierna de la que me esperaba. A mi marido y a mi familia les gustó… Pero esa no es la sociedad, esa es la gente que me quiere aunque lleve un chándal viejo y con agujeros.

Hoy me decidí a llevarlo al trabajo. Me alisé el pelo, me maquillé lo mejor que pude, me puse mis sandalias altas y salí de casa dispuesta a comerme el mundo, mis miedos y las miradas de aquellos que no entran en mi círculo de “familia”. En cuanto salgo del coche, una compañera se acerca corriendo a mí para decirme sonriendo que le gusta mucho el vestido; al entrar en la oficina, otra compañera se lanza hacia mí para decirme que le encanta y que estoy genial; al cruzarme con un compañero, éste me dice “Pero qué guapa vas hoy”. Mi corazón bota desbocado de alegría, baila ante esa “aceptación” de esa sociedad menos lejana que son los conocidos, y sintiendo ese empuje para comerme el mundo y mis miedos. Y ellos no están viendo a ninguna modelo ni ninguna chica que esté en su peso óptimo. Siguen viendo a la misma chica de ayer que llevó otra ropa muy diferente.

Me doy cuenta de que esa alegría por la aceptación, no me la han proporcionado ellos, ellos han sido la respuesta a mi propia aceptación, a atreverme a salir de mi zona de confort. No digo que tengamos que vestirnos de manera llamativa o provocativa para tener una reacción en los demás. Pero sí creo que el amor propio se inicia con un esfuerzo nuestro, y esa respuesta positiva externa no hace más que ayudarnos en el proceso. Pero en definitiva, todo empieza y acaba con nosotros mismos.

Salgamos de la zona de confort, atrevámonos a llevar ropa que la “sociedad” dice que no nos queda bien por estar demasiado gordos o delgados, mandemos a la mierda a todas esas miradas. Iniciemos dentro de nosotros ese cambio que ahora es pequeño, pero que al final puede ser gigante, liberador y darnos una felicidad plena. Podemos llevar falda corta, podemos llevar tirantes, podemos llevar pantalones cortos, podemos llevar bikini en la playa si queremos, podemos porque no hay leyes contra eso, hay prejuicios. Y los prejuicios me pueden dar igual, porque el problema que tenga yo, lo puede tener y peor la que está a mi lado en la playa tapándose la barriga con vergüenza. Tenemos permiso a vivir sin que la opinión ajena nos haga dudar de cada decisión que tomamos sobre nosotros mismos.

Sed felices

Mireia Fernández