Me llamo Carmen, tengo cincuenta y cinco años,  y he decidido escribir porque estoy hecha un auténtico lío.

Todo empieza en el verano del 93. Había acabado la carrera, y ya llevaba un año trabajando de profesora en un instituto, cuando ese mes de julio conocí a Ron. Os podría decir muchas cosas de Ron, como que era un estudiante de doctorado australiano. O que había estado en París todo el curso preparando la tesis. O que estaba pasando el verano en España antes de regresar a Australia. Pero lo importante de verdad es que era el muchacho más hermoso que he conocido en mi vida. Lo conocí en un bar una noche que había salido con dos amigas, y nos pasamos la noche charlando sentados en un banco.

El caso es que Ron y yo nos vimos al día siguiente. Y al otro. Y al de más allá. Recorríamos la ciudad, íbamos a mil sitios y hablábamos de millones de cosas. Durante el mes de agosto, mis padres dejaron libre la casa de la playa y le propuse a Ron que nos fuéramos allí. He pensado muchas veces en ese mes a lo largo de mi vida y siempre llego a la misma demoledora conclusión: fue el mes más feliz de mi vida. Después de eso, puedo decir que nada, absolutamente ninguno de los momentos más felices que haya vivido, se aproxima remotamente al nivel de felicidad de aquel mes con Ron en la casa de la playa.

La despedida fue durísima, los dos lloramos muchísimo, pero quedamos en llamarnos por teléfono. Me dejó una cinta de cassette con una sola canción repetida en toda la cinta: Lovesong de The cure. Habíamos escuchado mucha música juntos durante ese verano, sin embargo nunca habíamos puesto esta canción. Supongo que se la reservó para darme ese mensaje final de que siempre me iba a querer pasara lo que pasara.


Cuando intenté contactar con él, resultó que el número no existía, y él nunca me llamó. Aquel curso fue durísimo, vivía únicamente  pendiente de que al llegar a casa mi madre me dijera que me había llamado Ron, sin embargo nunca hubo tal llamada. Con el tiempo, me fui reponiendo, aunque en mi vida siempre hubo un poso de tristeza. Años más tarde, lo busqué por Google y no lo encontré, así que pensé que seguramente su nombre también era falso.

Hasta que hace un mes me contactó por Facebook.

En realidad se llama Mathew, y en el mensaje me confesaba que me debía muchas explicaciones y que se había sentido muy culpable todos estos años. Me dejó el número de teléfono y, tras debatirlo internamente durante una semana, lo llamé. Volver a oír su voz fue increíble y de pronto volví a ser esa joven ilusionada con la vida que fui aquel verano. Me dijo que me quiere contar todo lo que lo llevó a no ser sincero conmigo en aquella época, y es aquí donde viene mi gran dilema: parece ser que viene en diciembre a Barcelona y me ha pedido que nos veamos en persona. Por un lado no dejo de pensar en lo que me hizo sufrir, pero por otro, tampoco dejo de pensar en todo lo que me hizo disfrutar. ¿Qué haríais vosotras?