Mi amigo Juan me dice que no tengo suerte con los hombres porque no elijo bien. Que siempre acabo con cretinos narcisistas que intentan manipularme. Y en el fondo tiene razón, suelo estar con chicos que no me convienen o con alguna tara que creo que voy a poder cambiar.

Un buen día le propuse a Juan que me eligiera a mi próxima cita. Quería comprobar sus dotes como casamentero, quién sabe, igual mi amigo me encontraba al hombre de mi vida. Le dejé las claves de mi cuenta de Tinder y se pasó una semana hablando con chicos como su fuera yo.

Al cabo de unos días me dijo que ya tenía al chico perfecto para mí: se llamaba Alejandro, era guapo, sensible, unos años mayor que yo. Estaba separado y tenía un hijo de 4 años. Me enseñó una foto y la verdad es que me gustó.

 

Quedamos para cenar un viernes por la noche. Antes de mi cita, me leí las conversaciones que Juan había mantenido con Alejandro como si fuera yo, para saber de qué temas habían hablado ya y no meter la pata. Necesitaba saber de lo que habían hablado, y allí vi el primer problema: la manera de expresarse de Juan no era la mía. Juan le hablaba en un tono dulce, yo suelo ser más brusca. Aún así, acudí a la cita porque quería conocer al chico que mi amigo había elegido para mí.

Al principio todo genial, era tal cual la foto, simpático, muy dicharachero y la conversación fluía. En ningún momento se dio cuenta de que la persona con la que llevaba una semana hablando por Tinder no era yo.

Sin embargo, a medida que avanzaba la cita, comencé a darme cuenta de que el gusto de Juan por los hombres no era el mismo que el mío. Alejandro era amable y educado, pero había algo que no encajaba conmigo. Sus intereses y perspectivas de vida eran diferentes, queríamos cosas distintas. Él ya era padre, por lo que quería una pareja estable con la que empezar una nueva vida y darle a su hijo una estabilidad que no había conseguido con su anterior pareja, la madre de su pequeño.

Yo, sin embargo, prefería ir poco a poco y ver cómo iban saliendo las cosas, no quería meterme ya en una relación seria. Y, además, con un niño de por medio, tenía que estar muy segura de lo que sentía por esa persona para embarcarme en algo así.

Al final de la cena, nos despedimos cordialmente y acordamos que no había una química especial entre nosotros. Yo le ofrecí mi amistad y él la aceptó encantado, pero nunca más volvimos a hablar.

En el fondo me sentí aliviada de haberme dado cuenta de que mi felicidad y compatibilidad con otra persona, eran cosas que solo yo podía determinar. Mi amistad con Juan era sólida y nos conocíamos bien él uno al otro, pero cuando se trata de gustos románticos, somos dos personas muy diferentes. Entendí que, por muy mal gusto que tuviera en hombres, no podía dejar que otros eligieran por mí en asuntos del corazón.

Cuando le conté cómo había ido la cita a Juan, se mostró decepcionado, estaba convencido de que habría una conexión con aquel chico que a él la pareció tan especial.

chico de Tinder

Y entonces ocurrió algo que no me esperaba para nada… unas semanas más tarde Juan me confesó que, cómo aún tenía mis claves, se metió en mi cuenta Tinder para hablar con Alejandro y le contó todo: que en realidad había estado esa semana chateando con él y no conmigo, que era él quien lo había elegido para mí porque le había parecido un chico muy interesante y súper lindo, y que, aunque sabía que era hetero, si en algún momento le apetecía quedar con él estaría encantado. Alejandro, cómo era de esperar, fue súper respetuoso con Juan en su rechazo. Le dijo que se sentía halagado pero que de momento sólo estaba interesado en quedar con chicas para una relación romántica, pero que cómo amigos, lo que quisiera.

Conclusión que he sacado de todo esto: que al final Juan buscó un perfil de chico para mí que en realidad le gustaba a él. Y como cada uno tenemos una preferencias y unos gustos, pues era imposible que aquel experimento saliera bien.