Estaba yo hace unos días absorta en mi ritual mensual de pasarme dos horas sentada con un emplasto de tinte en la cabeza, cuando se me ocurrió calcular cuánto peso había perdido (y ganado) en total a lo largo de mi acordeónica existencia. A un promedio de 1 dieta intensita cada 2 años, alrededor 20 kilos por dieta, desde que tenia 12 (ahora ya son 40), me salía, redondeando, la friolera de… 300 KILOS.

 

Eso son como 15 Winonas aprox

 

Los 3 hermanos Hemsworth juntos. 10 Kate Mosses atadas con una cuerda de fuet. ¿Al menos 2 Terelus? En fin, una barbaridad. Aparte de preguntarme a dónde habría ido toda esa grasa (espero que no esté taponando algún manantial subterráneo por ahí), llegué a la conclusión que eso me hace probablemente una de las mayores expertas en adelgazamiento que conozco. No lo digo como exageración. He tratado con decenas de médicos, nutricionistas, entrenadores personales, coaches… de todo menos chamanes y me conozco todos los misterios del metabolismo basal, la cetosis, el microbioma y la madre que los parió. No sé que hago perdiendo el tiempo en rollos de marketing cuando podría estar impartiendo cursos en Harvard.

Sin embargo, raro es el día que no tengo que lidiar con alguna persona, más menos cercana, más o menos bienintencionada, que se cree con derecho (y conocimiento) para darme consejos dietéticos. Gente de la que sabes a ciencia cierta (a veces porque los conoces desde que os intercambiabais chupetes en la guardería, otras porque son de tu puta familia) que no ha tenido un problema de peso en su vida. Gente que te dice que esos “kilitos” (30 me sobran en el momento de escribir esto) los pierdes “cenando cereales” (¡¡¡!!!), quitándote el pan (¿¿¿¿QUÉ PAN????) o saliendo a correr “20 minutos al día” (yo no corro ni aunque me persigan).

 

El único runner bueno que conozco es Blade Runner (risas)

 

Y me pregunto: ¿cómo explican estos gurús del running y de la chía por qué ya eran más delgados que otros en el cole cuando se zampaban sus bollycaos mientras la gordita de clase lloraba con su manzana en una esquina (true story)? ¿Era porque por las tardes se preparaban para el ironman junior? ¿Acaso en los 80, en lugar de ver La Bola de Cristal, se leían a escondidas los libros de recetas saludables de Raffaela Carrá?

Si me pillan de buenas, igual intento explicarles que no todos partimos de las mismas condiciones, que no es tan fácil, que por más veces que lo he intentado, blablablá… Si me pillan hasta las pelotas (como viene siendo habitual), igual les digo que no tienen ni puta idea de lo que hablan, que la ciencia ha demostrado que las causas de la obesidad tienen un mix de componentes genéticos, microbacterianos, metabólicos y, sí, también, de estilo de vida, que varían completamente de persona en persona. Que eso no es excusa para no cuidarte, pero que si existieran soluciones mágicas, no habría 650 millones de personas con sobrepeso en el mundo (40% de adultos, oigan). Que no creo yo que se hayan puestos todos de acuerdo para inflarse a riskettos.

Pensemos en otros trastornos congénitos: la diabetes, la calvicie, la celiaquía, la psoriasis… Por supuesto todos tienen diferente gravedad (Dios me libre de frivolizar con la diabetes, que afecta a tu calidad de vida de manera muy chunga), pero hay una cosa en común: a nadie se le ocurre decirle a un diabético que su problema se solucionaría comiendo chicles sin azúcar (gracias Dr. House) o al calvo que debería lavarse menos el pelo. ¿Quién abrió la veda para ser insensible con los gordos?

A los asesores nutricionales aficionados su preocupación por tu salud curiosamente se les suele moderar en esos breves periodos en los que tu cuerpo se aproxima al estándar de tonelaje aceptable. Poco importa si has adelgazado comiendo 500 calorías al día, lo que te provoca algún desmayo ocasional (caso real); o eliminando cualquier rastro de verdura o fruta de tu dieta, limitándote a grasa y proteínas y haciendo que el ácido úrico te suba al nivel de un rey español del siglo XV (otro caso real, misma persona); o recurriendo a medicamentos dudosos que te provocan taquicardias y que llevarían a la doctora que te los prescribió (siendo menor, por cierto) a la cárcel (este caso también es real, pero no soy yo… porque ya habían metido en la cárcel a la médica en cuestión cuando me enteré de su existencia, más que nada).

Y luego están los peores de todos: esos que observan el tímido avance del movimiento body positive y gritan mientras agitan sus antorchas: “FOMENTÁIS LA OBESIDAD”. Querido amigo/a troll: si tu cerebro y tus gónadas no estuvieran tan reducidos por los anabolizantes y el exceso de masturbación, te explicaría que ninguna gorda que conozco recomendaría a nadie tener sobrepeso. Porque la vida ya es bastante complicada como para añadirle dramas. Porque el mundo está lleno de cretinos como tú. Porque efectivamente puede acabar siendo negativo en tu salud y tu calidad de vida. Pero, puesto que, como ya he explicado yo y la mayor parte de los gordos que te habrás cruzado en tu vida, es algo que no está solo en nuestras manos, tenemos derecho a disfrutar de la vida con el tamaño que nos salga de los ovarios.

En el Barroco si que hacían buenos dramas

 

Lo dicho: aquí las únicas expertas en gorduras y dietas somos servidoras, lo que nos da la autoridad para decir esto: una debería poder gustarse gorda, delgada o de cualquier tamaño sin que los demás la juzgaran y/o aconsejaran. Igualmente, una debería poder decidir adelgazar o engordar (sí, eso también existe amiguis) si quiere encontrase mejor, sin torturarse mientras lo hace o sentirse vigilada en sus progresos/retrocesos por el resto del universo.

 

Que no es tan difícil, leche.

 

Gordóloga aficionada