Mucho se ha dicho ya sobre los motivos por los cuales algunas personas vivimos con sobrepeso: que si el metabolismo, que si la falta de ejercicio, que ya te pegó la depresión, que la complexión heredada… Y, claro, ya nos sabemos de memoria las frases, “¿Por qué no te cuidas más?”, “Te verías guapísimx sí..” o, “Si dejaras de comer tanto..” Uff, bueno… hasta el cansancio con todo eso. De sobra tiene la gente para criticarnos y enumerar las razones por las que no somos “sanos”.

Pero entonces, mis preguntas ahora son… ¿Y qué pasa cuando mi gusto por comer es mayor a todos esos prejuicios?, ¿Qué ocurre cuando pensar en una dieta es la mayor de mis pesadillas por imaginar en todo lo que me restringe?, ¿Y cuándo la razón de mi sobrepeso es por el gusto que tengo a probar de todo?, ¡¿Qué pasa si ESTOY ENAMORADA DE LA COMIDA?! :Oslide_324525_3096946_free

No hablo de comer por saciar una necesidad fisiológica, hablo del amor que se siente por un pan recién horneado, por el olor de la mantequilla en un sartén, por el sabor de un helado en un día caluroso o la sensación que te deja en la lengua un buen vino tinto. Ese amor que te han hecho ver como cosa de otro mundo, porque en esta triste realidad a la comida debe vérsele como un enemigo de la belleza, un mal necesario al que uno debe tratar con moderación y apatía. Porque claro, no falta el que diga, “bueno, es que si no nos medimos con este amor, dará igual que peses 65 kg o 300 kg”. No, amigxs, no hablo de pesos, ni de contar calorías o de comer por comer o por ansiedad. Hablaré del placer del buen comer, ese que nos deja fascinados y con ganas de repetir plato.

¿A quién no se le hace agua la boca con solo recordar su platillo favorito, o con imaginar el sabor de aquel caldo que nos preparaban al llegar de la escuela? De eso está hecha la comida: de recuerdos, de sabores y de olores. Mi amor por la cocina inició hace ya varios años, mirando a mi tío hacer magia con el pollo y la masa de maíz, cuando era aún una pequeña rechonchina y sonrosada. Aún puedo recordar el momento en que probé mi primera taza de café, o en el que supe de la existencia del mole dulce y más aún, de la emoción que sentí al prepararlo la primera vez. Es una sensación indescriptible, que no tiene comparación. Por supuesto, junto con el descubrimiento de todo ese mundo de maravillas culinarias se vino también el freno familiar, porque claro, si la niña ya es gorda, pues no le podemos dejar al alcance las galletas. Todo ese revoltijo de emociones no hubieran marcado tanta mella en mi vida si el concepto de belleza y esbeltez no se me hubiera impuesto desde la infancia, como ya muchos saben, donde todas las niñas aspirábamos a ser Barbie o la Power Ranger rosa, que a parte de valientes y talentosas, también tenían un cuerpo y un cutis de 10.7.-Emma-Stone-Yummm

Y así pasé los años, debatiéndome entre probar ese delicioso pastel de tres leches o contenerme y seguir con la dieta del atún crudo y el melón al natural. Por supuesto ya habrán adivinado quién ganó en esa contienda. Al madurar al fin dejé de luchar contra ese impulso de querer probarlo todo, de evitar recrear los platillos que veía en los libros de recetas, pero más importante aún, olvidé mis propios prejuicios inculcados para dar paso a disfrutar de aquello que se me había dado, la oportunidad de acceder a ese mundo multitudinario e infinito de la cocina, porque bueno, desafortunadamente no muchos tienen ese privilegio. Y es a este punto a donde quiero llegar con mi argumento.

Nos pasan la vida recordando lo delgados que deberíamos ser y lo mucho que debemos evitar ciertos alimentos, cuando hay muchísima gente que daría lo que fuera por un plato colmado de frijoles con tocino. Gente que tristemente no puede acceder a la comida como tú y como yo. Entonces, ¡aprovechemos, compañerxs! Aprovechemos la fortuna que tenemos de probar un asado de res, una compleja paella o hasta el más simple huevo escalfado, que mira que tenemos suerte.

Al final, es lo que nos hace felices de lo que tiene que estar llena nuestra vida. Por eso, hoy me declaro fan de lo dulce, de las bebidas nuevas y tradicionales y de la gastronomía en general, ya sea de la que practicaban nuestros antepasados o de la que aún no se ha inventado. Y si con este amor he de desencajar de lo establecido, o “romper el molde”, como se dice, que así sea. Prefiero mil veces una gorda y feliz vida de delicias sin restricciones (siempre hablando de personas sanas), a una vida preocupada por calorías, gluten o carbohidratos, que no se ustedes, pero a mí en lo personal, todo eso me da pereza.food-lover

Si tu compartes mi visión, ¡no te limites! Mejor seamos felices juntos :) y como dice el buen Andrew Zimmern, “Si se ve bien, ¡cómanlo!” :D

Autor: Scarlett Santana.