Hace unos meses escribía sobre ser la amiga gorda en esta sociedad obsesionada con el culto al cuerpo y la gente, lejos de entender el mensaje que el post quería transmitir, se me echó encima diciendo que cómo podía ser que con una talla 42 yo me considerase la amiga gorda.

Lo que la gente no entendió es que hay una diferencia entre ser gorda y verse gorda, porque el peso, la visión de nosotros mismos como gordos o delgados, están tanto en el cuerpo como en la cabeza. Cada día, miles de mujeres (y en menor medida, también hombres) se miran al espejo y, a pesar de estar delgadas, en su peso, o simplemente de sobrarles unos kilitos, se ven gordas. Y dejan de comer. O comen y vomitan. Y la culpa no la tienen sus kilos de más, la tiene su mente, obsesionada por alcanzar el ideal de belleza impuesto por la sociedad, la tienen sus amigos y familiares que, con la mejor intención del mundo, les animan a que cambien el bocadillo de Nutella de la merienda por una pieza de fruta, la tienen muchas tiendas de ropa, que no pasan de la talla 44 o de la L, y muchas veces esas tallas ni siquiera son reales (os lo dice una que, llevando un día unos pantalones de la 40, se intentó probar una talla 44 en otra tienda y no le subieron más allá de los muslos).

El origen de la mayor parte de los problemas con el peso está en nuestra cabeza, pero ¿qué pasa cuando es al revés de lo que conocemos?, ¿qué pasa cuando objetivamente te sobran kilos, pero tú no lo ves? Yo de pequeña era delgada, muy delgada, pero delgada del rollo ‘Mira esa niña rubia platino tan alta y tan flaca, parece sueca…’. Pero obviamente con los años, los antecedentes familiares, mi gusto por la comida engordante y el hecho de que no me guste la comida sana (lo cual no significa que no la coma, sólo que no me gusta), mi cuerpo dejó de crecer a lo alto para empezar a crecer a lo ancho.

De la talla 38 pasé a la 40, pero no pasaba nada.

‘Seguro que es porque los cabrones de los diseñadores ya están tallando mal otra vez y esta 40 es como la 38 de hace unos años…’.

‘Pues oye, he echado un poco de tripa, pero no pasa nada, esto cuando me quiera dar cuenta me lo he quitado ya’.

‘Estos pantalones me los compro de la 42, pero no porque lo necesite, es porque me gusta ir cómoda y que la ropa no me apriete…’

‘No me sirve la talla L en esta tienda, joder, seguro que es que la han hecho pequeña y en realidad es una M…’.

Y así hasta que te das cuenta de que, en unos años, has pasado de una 38 a una 42 (44 en algunas tiendas) y un día en un probador te quejas de que ‘¿Cómo puede ser que esto no me entre?, si yo estoy delgada’ y tu madre te dice ‘No Carla, no estás delgada’. No me llamó gorda, sólo me dijo que no estaba delgada, y en mi cabeza algo hizo Booooom! y de repente me di cuenta. Era verdad, mi madre (como siempre) tenía razón y yo, aunque me siguiera viendo como una sílfide rubia sueca, ya no estaba delgada. ¿Qué había pasado durante todos estos años para que yo me descuidara así?, ¿iba a acabar como esas mujeres que ves en la tele que pesan 180 kilos y tú te preguntas cómo no lo han parado antes para evitar llegar a esa situación?, ¿cómo podía ser que, con todas las pistas que tenía, no me hubiera dado cuenta de ello?

La respuesta es muy sencilla: yo quería verme delgada, como marcaba la sociedad. Y como querer es poder, mi mente debió decidir que si yo quería ser delgada, delgada sería. Y mi mente creó espejos que eran totalmente contrarios a los de las anoréxicas; en mis espejos yo no era delgada y me veía gorda, en mis espejos a mí me sobraban unos kilos pero yo me veía delgada. Mi mente echó la culpa de que mi talla ya no me sirviera a los diseñadores, en vez de echársela a ese plato de macarrones que me había metido p’al cuerpo. Echó la culpa a los demás en vez de echármela a mí. Porque era más fácil, porque no podía reconocer que yo no era como quería ser, no quería aceptar que yo era más gorda que todas las modelos, actrices, cantantes, etc que me rodeaban. Porque la sociedad destacaba el peso de Adele, Melissa McCarthy, o Rebel Wilson antes que sus cualidades como artistas, porque la sociedad recalcaba que modelos como Tara Lynn o Denise Bidot eran plus size en lugar de valorar su belleza en conjunto. Porque para la sociedad el peso de una mujer era más importante que sus méritos.

amigas gordas

Y aun así, a pesar de todo esto, no estoy gorda, sólo me sobran unos kilos, en verano algunos menos, después de las Navidades algunos más. Sé que me los tengo que quitar, sé que tengo que retomar el gym (y volver a ser capaz de hacer dos clases seguidas 3 o 4 días a la semana), sé que tengo que acostumbrarme a comer más sano y sé que el mundo no tiene la culpa de que yo no me haya empezado a cuidar antes. Pero con mis kilos de más estoy sana, vivo feliz y me gusto. Si, aunque parezca increíble, me gusto con mi talla 42, que es bastante más grande que la 38 que llevaba hace unos años, pero ¿y qué?, nadie me puede imponer cómo tengo que ser o estar para verme bien. Porque en definitiva, tal vez yo me seguía viendo delgada porque me gustaba lo que veía, porque no consideraba que tuviera nada que ocultar, ni nada de lo que avergonzarme.

Sin embargo, la sociedad no nos deja ser felices con nuestras tallas más allá de la 44, con nuestras copas D de sujetador, con nuestros culos a lo Kardashian; nos limita a comprar por internet porque aunque H&M, C&A o Women’ Secret se han lanzado a ampliar su tallaje, la mayoría de las tiendas aún consideran que no hay vida más allá de la talla L. Ya es hora de que las marcas se empiecen a dar cuenta de que las plus size representamos un importante porcentaje de la sociedad, pero sobre todo, de que la sociedad entienda que tener una talla 44 no debería considerarse plus size.

Esta obsesión por conseguir el cuerpo perfecto, hace que la proporción de modelos plus size siga siendo mínima, que los anuncios de prensa, tv, etc. sigan estando protagonizados por mujeres delgadas y que aún estemos lejos de que llegue la tan ansiada unificación de las tallas. Hay que romper con los estereotipos, con el canon de belleza establecido; tenemos que aprender a reconocer que no hay un único canon, que todas somos bellas con el peso que tengamos, y que ser sexy no es una cuestión de peso o de talla. Porque si tú te miras al espejo cada mañana y te gusta lo que ves, si eres feliz con tu aspecto o incluso si estás currándotelo para mejorarlo aún más, ¿quién tiene derecho a venir a imponerte su opinión y a obligarte a cambiar?