Nueve meses (jornada arriba o abajo) pasamos preparándonos para el que será el día más emocionante de nuestras vidas. Muchos dicen que es esa cita a ciegas en la que sin duda nos enamoraremos. La llegada de un hijo, su nacimiento.

Entre temores y emoción planificamos con cariño cada instante. Se nos recomienda redactar un Plan de Parto al que los sanitarios puedan dirigirse y donde ellos localicen a qué atenerse durante el proceso de dilatación y nacimiento.

Por desgracia las cosas no siempre ocurren cuándo ni cómo las esperamos, y es por ello que en algunas ocasiones ese idílico día se torna en una historia de terror que solo necesitamos olvidar.

«Las prisas», dirán algunos, «los imprevistos»… Son algunas de las excusas que ciertos profesionales alegarán a la hora de no respetar nuestras decisiones como futuras madres, o más bien, nuestros derechos.

Me realizaron la maniobra de Hamilton sin mi permiso

Dijeron que me pondrían Propess para comenzar con la inducción del parto, pero el ginecólogo se lo pensó mejor y probó primero con la maniobra. Esto me lo dijo cuando ya tenía su brazo introducido por mi vagina. Me hizo un daño horrible, y la enfermera solo me pedía que abriera más las piernas mientras yo no podía soportar el dolor.

A pesar del sufrimiento fetal de mi hija, llevaron mi embarazo al límite

Casi diez días pasaron hasta que las pulsaciones de mi hija cayeron de tal manera que a los ginecólogos no les quedó más remedio que hacerme una cesárea de urgencia. Mi preeclampsia le estaba haciendo sufrir y mientras algunos me dejaban claro que lo mejor era que naciera cuanto antes, otros opinaban que aquello no era para tanto. Como no llegaban a un consenso pasaban los días mientras ambas empeorábamos.

Hasta en ocho ocasiones me pincharon la epidural

Como se equivocaron al ponerla, estuve 26 horas postrada sin moverme en decúbito supino. Nadie vino a comprobarlo durante todo ese tiempo, después me dijeron que sí que me podía haber movido sin problema.

Me maltrataron la vagina por culpa de la inducción

El ginecólogo me metía las pastillas sin tacto ni lubricación. Sin guantes y sin esperar ni a que me tumbara. Un dolor que me hizo llorar. Como consecuencia de esto (porque mi hijo nació por cesárea), actualmente me cuesta mucho mantener relaciones con mi pareja.

Me durmieron para la cesárea sin ningún aviso

La epidural no había funcionado, así que cuando los médicos vieron que necesitaría una cesárea me comentaron que me enteraría de todo. Sin mi consentimiento me pusieron anestesia general.

cesarea

La matrona me mandaba callar

Los dolores de las contracciones eran tan intensos que en ocasiones no podía remediar alzar la voz. Una de las matronas del turno llegó a acercarse a la sala para mandarme bajar la voz de forma muy brusca y añadió «cuando lo hacías seguro que no gritabas tanto, ¿eh?».

Puede que existan inconvenientes con los que no contamos que obliguen a los profesionales a tomar medidas urgentes. Algunas de ellas podrán gustarnos más o menos, pero jamás deberían realizarse sin nuestro consentimiento previo.

Todas anhelamos un parto ideal, fácil y rápido. No siempre es así, de hecho casi nunca lo será, y aun a todo esta realidad no tiene que significar que se nos menosprecie una vez más como personas.

Lo que para un sanitario es algo cotidiano, para una mujer en pleno trabajo de parto es una novedad, lo desconocido. La información ayuda a generar seguridad y confianza, y que todo sea mucho más sencillo. Además, la prioridad por tratar con consideración nuestro cuerpo es esencial, algo que debería estar implícito en el trabajo de los profesionales.

Pedimos respeto cada día de nuestras vidas, respetadnos pues también mientras traemos una nueva vida al mundo.