Era París, era un martes de cualquier día del año en París.

Y, por tanto, si le apetecía una bandeja de esos pasteles de la croissanterie de la esquina, los iba a comprar. Pero es que, además, se iba a sentar a saborearlos uno a uno en su banco favorito de su parque favorito, con sus vistas favoritas a la torre de sus sueños favoritos, porque eso era lo que quería vivir en ese preciso momento. Mientras los elegía, chapurreando su francés de andar por casa, sintió una punzada en el estómago, arriba, bajo el esternón, como un apretón que de golpe le cerró las  ganas de dulce. Las ganas de comer.

No podía creer que de repente a Óscar ya no le apeteciera pasar un finde en París, ni en ningún sitio, ni comer pasteles bajo ese cielo que los dos soñaron juntos entre los cojines blancos de su cama en Barcelona. Si él estuviese aquí, ahora, no cogería esos pasteles de mermelada de arándanos porque le parecen demasiado ácida y seguramente se llevaría dos o tres de fresa y crema, con mucha nata encima.

Y mientras se los estuviera comiendo se le cerrarían los ojos al masticar, en aquel gesto que a ella le parecía tan tierno, casi de niño. Y con la boca llena le diría que quería comer pasteles con ella hasta explotar de azúcar y ella se reiría diciéndole que eso no iba a pasar y que era un exagerado. Y mientras se reía estaría pensando que tenía mucha  suerte en la vida al tener a su lado un hombre así de maravilloso. Por fin, ella que creía que eso era imposible de encontrar fuera de las series de Netflix.

 Y , sin embargo, ahora estaba eligiendo pasteles sin él, y viajando a Paris sin él, y de pronto el pinchazo en el estómago pasó a un suspiro de alivio que la vació el pecho y le aclaró la vista y el apetito.

“Jamás te pedí que estuvieras aquí para siempre. Ni que me vendieras películas románticas baratas, ni mentiras maquilladas de poesía. Tampoco que te fueras de repente, sin motivo y sin despedirte. Pero te has ido y no quiero que vuelvas, ni siquiera  a estropearme el recuerdo fabuloso y único que estoy a punto de crearme mirando la Torre Eiffel. Tengo demasiada hambre y me atrevo sola con esta pastelería y con mi vida, con menos de aquella azúcar falsa que me dabas pero seguramente, mucho más sana sin ti.”

Y tras ese pensamiento sanador, cerró la llave y la tiró al Sena para siempre con las comisuras llenas de chocolate y arándanos, y la vista en el pico más alto de la torre de sus sueños. 

 

La Rural Woman