Cada día me cruzo con ese hombre en la oficina, tomamos el mismo ascensor y nos bajamos en diferentes plantas. Lo miro embobada y, aunque ni se entera de mi presencia, procuro alargar el momento hasta que, inevitablemente, no me queda más remedio que marcharme. No lo sigo porque no me permiten entrar en su planta. Una vez lo intenté y me paró el guardia de seguridad. Después de eso desistí, ya que no podía permitirme que me despidieran. Así que he tenido que conformarme con esos pequeños instantes, guardarlos con anhelo en mi memoria y utilizarlos cada noche para soñar con ese cuerpo que Dios le ha dado. Quien dice soñar, dice cerrar los ojos y, mientras lo visualizo, enciendo mi vibrador e imagino que es él quien me roba los suspiros. 

Pero hoy ha ocurrido algo inesperado. Mi jefe me ha obligado a hacer horas extras, tantas que se ha hecho de noche. Tras la larga jornada laboral he subido al ascensor malhumorada y con ganas de estrangular a alguien. Dentro no había nadie, como era de esperar a esas horas. En lugar de bajar, subió a las plantas superiores. Al parecer todavía quedaba alguien más. Seguro que algún becario o novato como yo que no puede rechazar las fantásticas ideas de último momento de nuestros superiores. Resoplo y espero con paciencia a que se abran las puertas. Casi me caigo de culo cuando lo veo entrar. ¡Es él!

Lleva la corbata desabrochada y la americana doblada sobre el brazo. Parece que tampoco ha tenido un buen día. No podía creer que estuviéramos a solas. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho debido a su proximidad. Sentía una mezcla de nerviosismo y excitación que no lograba controlar. Desprendía masculinidad por los poros de su piel y su perfume se colaba por mis fosas nasales aumentando mi temperatura corporal. Lo que me ocurría podía definirse con una sola palabra: DESEO. El más puro deseo con letras mayúsculas, como en uno de esos carteles de carretera con luces de neón que se divisan desde kilómetros de distancia. Se trata de uno de esos tipos inaccesibles, con carisma, atractivo, poderoso y yo estaba colada por sus huesos.

Me miró, le sonreí como una boba y debió de leer en mi frente “fóllame, por favor”, porque se aproximó al panel de botones y presionó el de parada. Nos detuvimos entre dos plantas. No podía respirar y tragué saliva ruidosamente. Me pregunté si en realidad estaría soñando, pero en cuanto se acercó y se apoderó de mis labios con rudeza, supe que aquello era real. Mis partes íntimas se inflamaron tanto que creí que iban a estallar. ¡Era una auténtica locura! Ni siquiera sabía su nombre y, aun así, le rodeé el cuello con mis brazos aceptando sus atenciones. Desabotonó mi blusa y el sujetador y acarició mis pechos con pericia. Sacó su ardiente lengua de mi boca y la deslizó con suma lentitud por mi garganta al encuentro de mis erectos pezones. Se tomó su tiempo en saborear mis rosadas y duras puntas. Lamió y mordisqueó hasta hacerme suplicar. Me echó una sonrisa ladina mientras se sacaba un preservativo del bolsillo. Se desabrochó los pantalones y se enfundó el profiláctico en aquella tremenda erección. Casi me corro solo con verlo. Mi anhelo era tan grande que me dolía y palpitaba el clítoris como nunca antes. Las rodillas empezaron a fallarme cuando me cogió en vilo e hizo que le rodeara la cintura con las piernas. Mi falda quedó enrollada a la altura de mis caderas y solo nos separaba el encaje de mi tanga. Lo apartó de un tirón y resbaló con suavidad al interior de mí húmeda vagina. Bizqueé con la invasión y gemí sin reprimirme. Qué placer más intenso…

—Ahora que te has adaptado a mí, vamos a hacerlo con intensidad. Voy a hacer que esta noche toques las estrellas —me ronroneó con esa voz ruda y aterciopelada a la vez.

Sé que lo que me dijo era una auténtica macarrada, pero os puedo asegurar que su afirmación era cierta. Comenzó a bombear sin darme tregua ni tiempo a absorber sus intensas arremetidas. Mis gritos de puro gozo se debían de estar oyendo por todo el edificio, pero no me importó. Ni siquiera podía pensar en eso en aquel instante porque, no es que me estuviera haciendo llegar al cielo, sino que me estaba catapultando a otra galaxia. Ni en mis mejores fantasías sexuales podría compararse con aquella experiencia. ¡Mi imaginación jamás hubiera llegado tan lejos!

Cuando vi que el orgasmo se acercaba a un ritmo vertiginoso, tuve miedo de desmayarme. Prometía ser apoteósico y no sabía si sería capaz de soportarlo. Me aferré a sus amplios y musculados hombros dispuesta a recibir la explosión que se avecinaba. Literalmente comencé a ver estrellitas cuando llegué al clímax. Me cosquilleaba cada porción de la piel. Jadeé sin descanso hasta quedar exhausta y laxa entre sus brazos. Solo entonces, cuando vio que yo había terminado, buscó su propio placer acelerando aún más las embestidas.  

Con un tierno beso en los labios, me dejó con cuidado en el suelo y me ayudó a recomponer mi ropa. Después hizo lo mismo con la suya y se guardó el preservativo en el bolsillo. No deseaba que aquel encuentro terminara tan pronto, pero él presionó el botón y nos pusimos en marcha de nuevo. Qué decepción… 

—Voy a casa, ¿te apetece continuar allí? —me preguntó antes de llegar a la planta baja. 

¡No me lo podía creer! Quería que lo acompañara. Debido a los nervios, no logré encontrar mi propia voz, así que me limité a asentir.  

—Me llamo, David. ¿Y tú?

—Lidia —conseguí responder.

—Un placer conocerte —dijo en tono insinuante.

—Te aseguro que el placer ha sido todo mío —afirmé con una sonrisilla maliciosa. 

David entrelazó sus dedos con los míos y me echó una mirada llena de ardientes promesas que, sin duda, iba a cumplir esa misma noche.

 

Francine J.C.

 

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