Mi vida, a mis 49 años era pura monotonía.

Trabajaba como informática en una gran empresa, me acostaba de vez en cuando con un compañero de trabajo y vivía con dos gatos.

El trato con mi familia se había ido enfriando poco a poco, ya que mis padres siempre quisieron ser abuelos y que yo me casara, pero nada de eso sucedió, y cansada de reproches, la distancia fue creciendo.

Mi vida social se limitaba a los compañeros del trabajo, aunque la gran mayoría tenían pareja e hijos, y no estábamos en la misma onda, por lo que a penas hacía otra cosa que ir de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Me había acostumbrado a mi rutina, no me disgustaba y la verdad es que no esperaba más de la vida.

Esa mañana había pedido el día libre porque tenía que registrar en el ayuntamiento una documentación importante, y ya iba justa con el plazo.

Caminaba por una de las calles más céntricas de León completamente absorta en mis pensamientos cuando noté un fuerte golpe. Volví enseguida a la realidad, y me di cuenta de que alguien había chocado conmigo.

Tras los primeros segundos, conseguí centrarme y mirar a la persona que me había golpeado. Era un hombre de unos 30 años que tenía su mirada clavada en mí.

Me sentí muy enfadada y le recriminé de malas maneras que no hubiera mirado por dónde pisaba y que me hubiera golpeado de ese modo. Él se mostró más amable y me pidió perdón, pero me dejó caer que era yo quien no estaba mirando la calle atentamente y quien se había puesto en su camino.

Farfullé algo antes de irme y continué con premura al ayuntamiento.

Allí por fin pude registrar mis papeles y relajarme. Tenía el resto del día libre, así que había pensado ir a comer por ahí y pasear por algún parque de la ciudad.

Salí del ayuntamiento y nada más poner los pies en la calle me doy de bruces con alguien que estaba pasando. Sí, es cierto, no miré si venía alguna persona antes de salir como un huracán por la puerta, pero es que me sentía tan liberada después de terminar todo el papeleo, que no podía pensar en otra cosa.

No era posible que el destino me estuviera jugando esta mala pasada hoy, pero la persona a la que arrollé era la misma con la que me había golpeado una hora antes.

Me miró fijamente, sonrió y me dijo que de nuevo había sido culpa mía, y bromeando me preguntó si siempre iba chocándome con la gente por la calle, para llevar un escudo la próxima vez que saliera.

La verdad es que me resultó gracioso y empecé a reirme de una forma escandalosa, porque soy de esas personas que cuando se ríen consiguen la atención de todo aquel que esté en un radio de 10km a la redonda por el estruendo de mi carcajada.

Después de mirarme un poco raro por mi risita…. me invitó a tomar algo, y como yo tenía ya el día libre y nada que hacer, decidí aceptar.

Fuimos a una terraza y pedimos unas cañas, y mientras hablábamos comencé a fijarme en sus ojos, negro azabache que hipnotizaban.

De repente, sin darme cuenta y en medio de una conversación muy normalucha, noto que su mano está subiendo por debajo de mi falda. Me quedo petrificada pero decido hacer como que no he notado nada, para ver qué pasa.

Mientras hablamos de lo trivial y lo humano, su mano me acaricia por encima de la braga, suave pero constante. Me pongo nerviosa pero quiero seguir experimentando, así que continúo con la conversación, aunque soy consciente de que mis braguitas empiezan a mojarse. Es entonces cuando él comienza a apretar más su mano contra mí como si quisiera empaparse de mis flujos. Me mira fijamente y sonríe.

Yo comienzo a ponerme nerviosa porque estamos en una terraza, con más gente al rededor, pero a la vez no quiero que se detenga.

El camarero se acerca a quitarnos los vasos, y como puedo le pido otra ronda.

El joven acerca un poco más su silla a la mía, y con cuidado aparta mi braga hacia un lado para poder acariciar mi clítoris.

Lo hace de nuevo muy suavemente, sin pausa, para poco a poco apretar sus dedos más fuerte contra mi, lo que hace que mi excitación aumente, y mi respiración comience a entrecortarse.

No podía creer lo que estaba sucediendo, una terraza en plena vía pública, un desconocido al que sacaría unos 20 años, y unas excitación creciendo por momentos, mientras nos mirábamos fijamente y hablábamos de las mayores tonterías.

Sus dedos comenzaron poco a poco a entrar dentro de mí mientras yo abría mis piernas e intentaba recolocar la falda para que nadie se diera cuenta. Él notaba mi respiración, cada vez más acelerada y sonreía. Nuestras sillas ya estaban pegadas, y sus manos no dejaban de jugar alternando las caricias al clítoris con sus dedos mágicos descubriéndome por dentro.

Yo no podía seguir hablando, la excitación no me dejaba hablar a no ser para gritar, por lo que le agarré con fuerza el brazo no dejándolo mover.

En ese momento se acercó a mi oído y me preguntó si estaba disfrutando, tras lo cual me dio un leve beso en la mejilla. Instintivamente solté su brazo y abrí aún más las piernas para que él siguiera dándome placer, ese placer que hacía años que no sentía.

Su mano estaba empapada de mí, y entraba y salía con una facilidad pasmosa, como si estuviera creada para ello.

Yo no podía más, necesitaba gritar, necesitaba respirar fuerte, gemir de placer, pero el lugar elegido no era el apropiado, así que lo frené, le dije que se fuera, y yo entré al bar, directa al baño.

Para mi sorpresa, nada más cerrar la puerta del baño, se abrió de nuevo, y ahí estaba él, mirándome fijamente y sonriendo.

Me dijo que sólo se iría si yo se lo pedía de nuevo, y subió mi falda sin más palabras de por medio.

Cerré como pude el pestillo del baño, mientras él se agachó para lamerme cada parte de mis labios, para jugar con mi clítoris absorbiéndolo, rozándolo, mientras yo no podía dejar de gemir.

Sus dedos y su boca me hacían las mil maravillas, alternando las caricias suaves con las más fuertes, introduciendo su lengua y sus labios lentamente y despacio para pasar a hacerlo del modo más bestia que había visto nunca.

Mis gemidos iban en aumento, al igual que mi excitación, cuando decidí apretar su cara contra mí, sentirlo desde los muslos, sentirme dueña y señora de mi propio placer y de él en ese momento. No cesaba, y me metía un dedo mientras me mordía el clítoris y apretaba su cara contra mí.

Poco más pude esperar cuando me corrí, y él comenzó a lamerme aún con más fuerza.

Estaba extasiada, jamás me había ocurrido algo así ni en mis mejores sueños.

Él se levanto, y de nuevo me miró fijamente, se lavó en el baño y me dijo que me esperaba fuera. Intenté no tardar en asearme como pude para salir a ver de nuevo esos ojos negros, pero cuando lo hice, él ya no estaba.

Había pagado la cuenta y se había ido.

Hace ya algo más de 8 meses, y no he vuelto a verlo, pero desde entonces voy muy atenta por la calle mirando las caras de las personas con las que me cruzo, quizá algún día vuelva a mi vida.

Ahora estoy planteándome ser yo quien haga disfrutar y disfrute del momento con otro desconocido, esa sensación de libertad, de incredulidad, esa excitación extra que te da el miedo a que te vean, y esos ojos que se clavan en ti sin creerse lo que estás haciendo valen la pena, pero aún me falta media taza de valentía para conseguirlo.

Quién sabe, quizá mañana nos encontremos por la calle y ….

Xana