Aquí estoy, esperándole. Hemos quedado en una habitación en un hotel en el centro de Madrid, esto no sería sorprendente si no fuera porque vivo en Valencia. He hecho más de trescientos kilómetros con la única intención de estar con él, con mi amor prohibido, el protagonista de mis sueños eróticos más excitantes.

Me avergüenza decir que, hoy por fin, va a cumplirse una de mis fantasías sexuales incumplidas hasta la fecha, probar algo que me atrae muchísimo, con ese adolescente que robó mi corazón hace más de quince años. Ese chico que me hizo descubrir una parte de la sexualidad, ese que, simplemente con rozarme, me hacía sentir que tocaba el cielo con mis dedos, ese que nunca estuvo físicamente unido a mí y que tanto anhelaba tener dentro de mi cuerpo.

Soy una mujer bastante tradicional, sexualmente hablando, pero él apareció de nuevo en mi vida por algo que no viene al caso, y desde hace unas semanas he comentado con él, vía Whatsapp, ciertas cosas que han abierto mi mente, tanto ha sido así, que no hace muchos días, me decidí a ir a una tienda de esas en las que venden todo tipo de juguetes sexuales. 

Mi objetivo estaba muy claro, quería, no, más bien, necesitaba algo en particular, un artículo para descubrir una parte nunca antes explorada, una zona que había escuchado que daba más placer que el que ya conocía.

Él nunca me creyó capaz de comprar un plug anal, sabía su nombre porque con anterioridad había curioseado en Google. Lo hice. Me decanté por uno de color rosa del tamaño recomendado por la dependienta, venía con un frasquito de lubricante con sabor a chicle, evidentemente, tenía que confesarle mis intenciones a alguien y ella era la persona adecuada. No me convencía mucho lo de que el gel tuviera sabor, pero me daba demasiada vergüenza preguntarle.

Nada más salir, fuí corriendo a mi casa, él tenía que ver mi nueva adquisición. Le mandé una fotografía, de la caja, por supuesto, y esperé inquieta y anhelante.

No tardó más de dos minutos en contestar que él debía ser quién lo utilizara por primera vez en mi cuerpo. La conversación fue volviéndose más intensa y así fue como acordamos que hoy nos veríamos. Hemos dejado dicho que no hablaremos, sé que si escucho su voz, saldré huyendo. Quedan cinco minutos para nuestro encuentro y no he estado más excitada en mi vida.

Aquí está. Después de tantos años, sigue siendo espectacular, su cara, su cuerpo… Él, en general, me atrae y me excita como nadie lo ha hecho con anterioridad.

Viene directo a mí, en sus ojos veo el deseo; me desnuda besando cada rincón de mi piel, erizando mi vello y haciéndome sentir descargas eléctricas con el simple roce de sus labios. Nerviosa, miro hacia la mesa dónde he dejado la cajita que nos ha reunido aquí, estoy inquieta y quiero más. Él se dirige hacia ella y la abre. «¡Dios mío! Eso es enorme, por ahí no va a entrar».

Saca también el botecito, ese que no me acaba de hacer gracia su función, bueno, su función, sí, más bien, lo de la cuestión del sabor. Lo deja sobre la cama y extendiendo sus brazos, me reclama. Voy decidida hacia él. Si mi marido me viera, no creería que soy la misma mujer con la que se acuesta a diario.

No sé en qué posición ponerme, estoy nerviosa y aunque sé que para él es la primera vez, al igual que para mí, parece incluso tranquilo.

Me pone de rodillas sobre la cama y empieza a masajear mis nalgas expuestas, sus manos están ásperas, sin embargo, me da igual. Noto cómo las abre para dejar caer unas gotitas del líquido misterioso. Estoy tensa y de pronto, noto su lengua ahí, dibujando pequeños círculos. «¡No me lo puedo creer! ¿En serio está haciendo eso?» No sé por qué, pero me encanta. Esto es lo más fuerte que me han hecho en la vida.

Cuando creo que no puedo sentir más placer, todo se desmorona al notar como uno de sus dedos se desliza por mi trasero presionando la abertura. Creo que voy a correrme, no puedo soportar esto mucho más tiempo. Juega un poco con sus dedos, supongo que, para dilatar la entrada y es cuando percibo un vacío que se va llenando lentamente por ese aparato creado para alcanzar la mayor de las lujurias. Siento el mayor de los placeres, algo totalmente desconocido para mí, pero muy adictivo.

Él sigue, no deja de moverlo en mi interior, de introducirlo con la suavidad que proporciona el lubricante y de extraerlo con la relajación que siente mi cuerpo. No tardo demasiado en volver a sentir un nuevo orgasmo, más intenso que el anterior. Estoy desinhibida por completo, quiero más, más por ahí.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero gracias a sus dedos, mi nuevo juguete y su sexo, he llegado al clímax en varias ocasiones. He tenido que marcharme, mi marido me espera en casa, tengo que volver a Valencia, pero sé que no será la última vez que cometa esta locura.

 

Alba C Serrano